Palabras gastadas
La ausencia del bien com¨²n deval¨²a las palabras, y cuando estas se empobrecen, la complejidad se simplifica y lo sencillo se complica
En democracia existen dos momentos pol¨ªticos diferenciados: el electoral y el institucional. El primero lo domina la competencia entre fuerzas pol¨ªticas y obliga a un registro comunicativo de seducci¨®n y halago a la ciudadan¨ªa, pero tambi¨¦n de se?alamiento y culpabilizaci¨®n cainita del adversario. Los contendientes se ven entre s¨ª como una amenaza para el cumplimiento de sus metas, y se comportan estrat¨¦gicamente: prima el inter¨¦s de parte en la lucha por el poder. Pero para que el sistema funcione, ese miedo a ser desalojado o a volverse irrelevante (temor que condiciona las estrategias del momento electoral) debe dar paso a la confianza. Entrar¨ªamos, entonces, en el momento institucional.
Y ahora que la posibilidad de nuevas elecciones es real, vemos c¨®mo los partidos rehuyen de nuevo esa etapa imprescindible donde deber¨ªan primar el bien com¨²n y la confianza. Confiar, de hecho, es estar dispuesto a exponerse desde la reciprocidad y vulnerabilidad mutuas, rehuir interpretaciones en t¨¦rminos de rechazo visceral y entender que todos remamos en la misma direcci¨®n. No hay cultura de servicio ni bien com¨²n cuando Casado, por ejemplo, se re¨²ne con S¨¢nchez como si fuera un tr¨¢mite burocr¨¢tico, anunciando de antemano que un acuerdo de investidura es inalcanzable.
Y aunque no lo crean, unas nuevas elecciones son lo menos grave: lo embarazoso es que nuestros l¨ªderes y sus militancias no entiendan m¨¢s l¨®gica que la electoral. ?C¨®mo explicar si no que, reci¨¦n celebradas unas elecciones, sigan negociando con ¡°sus¡± encuestas en la mano? Quiz¨¢s sea eso lo que haga imaginar a Rivera que es el l¨ªder de la oposici¨®n, pues parece que todos sus movimientos se rijan sobre la base de los diputados que le da la demoscopia, y no sobre los que de verdad tiene.
Y n¨®tese que he empleado la palabra ¡°negociar¡±, otro t¨¦rmino devaluado como ¡°consenso¡±, ¡°di¨¢logo¡± o ¡°gobernabilidad¡±, vaciados de contenido al haber desechado entre todos el objetivo del bien com¨²n. Si el inter¨¦s general es una simple moneda de cambio, emplear¨¢s como Iglesias la palabra ¡°acuerdo¡± para esconder lo que deseas en realidad, un ministerio, secuestrando la posibilidad de que tengamos Gobierno. Porque las palabras se gastan y pierden credibilidad cuando el lenguaje va por un lado y la realidad por otro, o cuando la ficci¨®n triunfa sobre la realidad hasta recrearla por completo, inventando conceptos vac¨ªos como ese ¡°Gobierno de cooperaci¨®n¡± de nuestro taimado presidente en funciones. La ausencia del bien com¨²n deval¨²a las palabras, y cuando estas se empobrecen, la complejidad se simplifica y lo sencillo se complica. Todo forma parte de la misma desvitalizaci¨®n de la pol¨ªtica.
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