Pasado contra futuro
La ¨¦poca de Trump no es racista, al contrario. Si por algo se caracteriza es por su antirracismo
![El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una reuni¨®n en la Casa Blanca.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/CDMGRRD76E2YIVT6NPRIZKDU4Y.jpg?auth=423721c88711b4c9aee54123be2334e4d74a344014173764176815a4725b69ea&width=414)
Trump no es el primer racista en la Casa Blanca. Lo fueron varios presidentes antes de la guerra civil, y el mayor, su admirado Andrew Jackson, cuyo retrato preside el despacho Oval desde 2017. No tan solo racistas, sino tambi¨¦n esclavistas, y en el caso de Jackson (1829-1837), populista, nacionalista, supremacista blanco y exterminador de ind¨ªgenas, acertadamente elegido por Trump como emblema de su presidencia.
Jackson era un racista en un pa¨ªs esclavista y en una ¨¦poca racista. La ¨¦poca de Trump no es racista, al contrario. Si por algo se caracteriza es por su antirracismo. Sus palabras y sus ideas, si es que se le pueden llamar ideas, son perfectamente racistas, pero rechaza reconocerse como tal.
Las im¨¢genes del Escuadr¨®n, las cuatro mujeres j¨®venes y de piel oscura, lo dicen todo. No puede ser racista un pa¨ªs que vota a estas j¨®venes que denuncian el maltrato a los inmigrantes y la destrucci¨®n del sistema de salud universal que quiso implantar Obama. Y, sin embargo, lo es: lo dice la otra imagen, la del presidente, blanco, arrogante, machista, falt¨®n, con su extra?o tup¨¦ rubio ondeando como una bandera del supremacismo blanco.
Las proyecciones demogr¨¢ficas no enga?an. En un occidente que sufrir¨¢ un dram¨¢tico declive, Estados Unidos es uno de los pocos pa¨ªses que seguir¨¢ creciendo, y todav¨ªa terminar¨¢ el siglo XXI en cuarto lugar mundial, detr¨¢s de India, China y Nigeria, con 434 millones de habitantes seg¨²n las previsiones de Naciones Unidas. Ser¨¢ gracias a la capacidad para absorber la inmigraci¨®n en una sociedad multi¨¦tnica.
Suceder¨¢ a pesar de Trump y de sus leyes anti inmigraci¨®n. A pesar tambi¨¦n de la herida incurable que han dejado el esclavismo y la segregaci¨®n. De ah¨ª sale el insoportable valor del color de la piel, desconocido en otras sociedades, en un pa¨ªs multirracial cuyas ¨¦lites fueron blancas y siguen imagin¨¢ndose como blancas.
El racista que es Trump tambi¨¦n lo sabe. Pero no le importa el destino demogr¨¢fico de su pa¨ªs, sino las pr¨®ximas elecciones. Sus insultos racistas, condenados por el Congreso, colocan sus piezas en las casillas del tablero que m¨¢s le convienen. No quiere rivalizar con un candidato dem¨®crata moderado, que pueda llevarse los votos republicanos hartos de su ineptitud, sino con un grupo de mujeres militantes e izquierdistas a las que pueda calificar de comunistas y antiamericanas. Ah¨ª su modelo es el senador Joseph McCarthy que lanz¨® la caza de brujas en los a?os 50 en plena guerra fr¨ªa.
Tampoco le importan los efectos colaterales de su xenofobia. De momento ha unido a los dem¨®cratas detr¨¢s del Escuadr¨®n. Tambi¨¦n est¨¢ m¨¢s cerca la posibilidad de que empiece su impeachment, el proceso de destituci¨®n parlamentaria que mejor le vendr¨ªa para polarizar su campa?a electoral. Pero el efecto m¨¢s perverso y estrat¨¦gico es la devastaci¨®n que impera en el campo republicano, capturado por su radicalismo racista: despu¨¦s de Trump, el desierto.
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