Envidia
Azuzar el desprecio deliberadamente implica renunciar a la leg¨ªtima cr¨ªtica racional para apostar por el deseo gratuito de da?ar o humillar
Que la m¨¢s alta autoridad de la principal potencia mundial sea capaz de espetar a cuatro congresistas ¡ªel llamado escuadr¨®n¡ª un ¡°vuelvan a los lugares de los que proceden¡± refleja, una vez m¨¢s, la ruptura de las m¨¢s elementales l¨ªneas rojas t¨ªpica de la era de Trump. Pero con todo, el iliberalismo del presidente no es el principal problema; lo es el seguidismo de su base electoral, que le jaleaba esta semana al grito de ¡°?env¨ªala de vuelta!¡±. Las declaraciones de Trump son racistas y machistas, por supuesto, pero captan y amplifican con habilidad la resonancia emocional de parte de la ciudadan¨ªa. Nada de lo que lo coron¨® como Supremo Troll de EE?UU se entender¨ªa, dice Martha Nussbaum, sin esa pasi¨®n que carcome los sistemas democr¨¢ticos: la envidia.
Esa sensaci¨®n de estancamiento que destroza el sue?o americano de la movilidad social lleva a muchas personas a culpar de su fracaso a aquellos por los que se sienten postergados: los inmigrantes que roban sus trabajos o las mujeres que ascienden en el estatus social. Pero el rechazo tambi¨¦n se dirige a las ¨¦lites pol¨ªticas y econ¨®micas, incluidos los medios de comunicaci¨®n, acusados tambi¨¦n desde el populismo de izquierdas de conspirar para mantener el statu quo. Olvidamos que azuzar el desprecio deliberadamente, como ocurre, por cierto, con los insultos al nuevo alcalde madrile?o, implica renunciar a la leg¨ªtima cr¨ªtica racional para apostar por el deseo gratuito de da?ar o humillar.
La pol¨ªtica de la envidia aprovecha la inevitable inseguridad de unas condiciones de vida devaluadas y un estado de ansiedad ante un sentimiento de ultraje, un lugar donde ser blancos o varones es el ¨²nico privilegio que queda. Es indiferente que sea falso, pues el nacionalismo identitario facilita ese bote salvavidas. Y aunque su caldo de cultivo quiz¨¢ est¨¦ m¨¢s en quienes han ocupado y gestionado el poder los ¨²ltimos 30 a?os, el magnate ha deducido el liderazgo perfecto: solo tiene que echar sal sobre la herida.
Hay l¨ªderes que, ante las inseguridades existenciales y econ¨®micas, apelan a la fraternidad para combatir el miedo, planteando programas de protecci¨®n social que lo socaven. Otros, sin embargo, se ufanan en potenciar el componente revanchista de la ira, renunciando a un discurso que cultive la virtud ciudadana y entendiendo las relaciones sociales como un juego de suma cero: para enmendar nuestro orgullo debemos humillar a otros. Porque nadie nace hom¨®fobo, clasista o racista. El odio, al igual que la fraternidad, se cultiva, pero depende ¡ªtanto all¨ª como aqu¨ª¡ª de la altura pol¨ªtica de quienes elegimos para representarnos, por lo general tan tristemente narcisistas como nuestro propio reflejo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.