Roc¨¦monos

Olv¨ªdense de la puerta de los leones. La entrada al palacio del Congreso no es tan magn¨ªfica. Un pasillo alto y estrecho con dos puertas altas y estrechas a mano izquierda, por donde se accede al hemiciclo. Por esa ¨²nica v¨ªa, a¨²n m¨¢s angosta por la profusi¨®n de oropeles a los m¨¢rgenes, entra a la C¨¢mara desde el presidente del Gobierno hasta el ¨²ltimo diputado del Grupo Mixto, sin m¨¢s protocolo ni ceremonia que su orden de llegada al recinto. En ese obligado pase¨ªllo, los padres y madres de la patria se rozan los flancos, literalmente, con un enjambre de periodistas, ujieres, escoltas, asesores, palmeros y esa masa de espont¨¢neos que no se sabe qu¨¦ diablos pinta pero que acude al calor de los focos para ver y ser vista.

A quienes s¨ª se les ve todo en ese cuerpo a cuerpo por mucho que disimulen es a sus se?or¨ªas. La soberbia o el miedo, el cansancio o el ¨ªmpetu, la desolaci¨®n o la euforia, seg¨²n qui¨¦nes sean y c¨®mo les vengan dadas ese d¨ªa. Pero si hay algo que se les ve siempre a todos es el aire de saberse en la pomada. Y lo est¨¢n, ciertamente. Son el poder legislativo en persona en el coraz¨®n del cogollo de la democracia. Que no les confunda el ruido. Los mandobles quedan para la tribuna. Fuera, reina la cortes¨ªa cuando no el compadreo habitual en cualquier grupo de personas que pasan el suficiente tiempo juntas en el mismo sitio. Lo que no tengo tan claro es que algunos se rocen con el pueblo al que representan m¨¢s all¨¢ del pasillo. Cuando escribo a¨²n no se sabe si el candidato S¨¢nchez saldr¨¢ hoy como presidente con un aprobado envenenado o cateado hasta septiembre. Lo que es seguro es que los diputados de todas las siglas se besar¨¢n las mejillas y palmear¨¢n las espaldas dese¨¢ndose feliz verano. La que firma tambi¨¦n se lo desea. A ellos y a ustedes. R¨®cense, se?or¨ªas. Roc¨¦monos todos con propios y ajenos, a ver si el roce hace la raz¨®n y el cari?o y venimos m¨¢s relajados y constructivos.