Terapia imposible
Antonio G¨¢lvez, ese fot¨®grafo de barba sin bigote que mir¨® de frente los dos ojos de Bu?uel
El Instituto Cervantes publica una bella antolog¨ªa de los retratos en blanco y negro que hiciera Antonio G¨¢lvez en un Par¨ªs que ya no existe. En Mis amigos cabezones se re¨²nen fotograf¨ªas que tom¨® en Londres y otros paisajes de fondo, adem¨¢s de fotomontajes con los que ubicaba en una suerte de relato sin palabras a Octavio Paz abrazado a la almena de un muro inmortal o Cort¨¢zar con una trompeta que se desdobla en tri¨¢ngulos equil¨¢teros. G¨¢lvez retrat¨® a todos los autores del llamado Boom! antes de que explotaran en el lienzo de sus famas y quedan aqu¨ª para la bruma del recuerdo la imagen de Vargas Llosa sentado en una banca al lado de un indigente que jam¨¢s imagin¨® que ese escribidor apuesto ser¨ªa el Nobel de la p¨¢gina rosa o las dos o tres im¨¢genes de Carlos Fuentes con una barba cerrada y sin canas, confirmaci¨®n del autor que sabe que para ser Figura hay que parecerlo. Por all¨ª y por ac¨¢ sigue Garc¨ªa M¨¢rquez, m¨¢s Gabo que Nobel, que hasta parece abrazar con la sonrisa sobre el bigote de selva.
El libro cuenta con un breve texto de Luis Garc¨ªa Montero y un espl¨¦ndido texto de Jaime de Vicente que nos lleva de la mano a las profundidades del universo G¨¢lvez, ese fot¨®grafo de barba sin bigote que mir¨® de frente los dos ojos de Bu?uel y lo retrat¨® como una sola pupila al filo de la navaja, ese fot¨®grafo que era ingenio con un lente multifocal, un enigma quiz¨¢ desconocido para el gran p¨²blico que ahora tendr¨¢ ocasi¨®n de celebrar su arte con el recuerdo instant¨¢neo de no pocas im¨¢genes que mantienen con vida la prosa y los versos de autores indispensables en el estante m¨¢s importante de la literatura hispanoamericana: Alejo Carpentier en las sombras de un silencio barroco y Bryce Echenique de rizos largos y bigote suspendido sobre los labios en un tiempo en el que a¨²n no depend¨ªa del plagio para publicarse a s¨ª mismo o la hermosa imagen de Julio Cort¨¢zar en medio de un patio escolar donde los ni?os recrean una escena cotidiana del Lilliput que habitaba ese gigante sereno y sonriente que parec¨ªa rejuvenecer con cada d¨ªa de su eternidad.
Dicen que el gran fot¨®grafo Antonio G¨¢lvez recibi¨® a Cort¨¢zar en su piso de Par¨ªs una ma?ana gris que parec¨ªa transcurrir sin novedad y que lo dej¨® en la sala con una taza de caf¨¦, mientras el fot¨®grafo se duchaba. Al salir del ba?o, G¨¢lvez escuch¨® la voz ronca de Cort¨¢zar envuelta en un parlamento o soliloquio porte?o con acento en las erres, y al asomarse se sorprendi¨® al descubrir que el argentino garrocha estaba sentado al filo del sill¨®n, dirigi¨¦ndose a una bella mujer que parec¨ªa llorar.
Con prudencia y silencio, G¨¢lvez termin¨® de vestirse y esper¨® a que Cort¨¢zar despidiera a su amiga, sin saber a ciencia cierta, c¨®mo la hab¨ªa invitado si en un principio lleg¨® solo. Al salir, Julio Cort¨¢zar tuvo a bien informarle al due?o del piso que la mujer era una probable paciente del psicoanalista que ten¨ªa su div¨¢n en el piso de arriba y que se hab¨ªa confundido de n¨²mero al subir por las escaleras del edificio, Cort¨¢zar no quiso desenga?arla y le ofreci¨® el sof¨¢ de G¨¢lvez como div¨¢n al tiempo en que el que le aplic¨® una entra?able terapia imposible que ahora que lo veo en fotograf¨ªas en blanco y negro bien podr¨ªa desear para m¨ª mismo como una callada epifan¨ªa semanal, conversaci¨®n con todos ellos ya hechos humo, siendo tan palpables cada vez que los leo.
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