¡®Preferir¨ªa no hacerlo¡¯, la frase que lo dinamita todo
La f¨®rmula del protagonista de 'Bartleby, el escribiente' pervive 200 a?os despu¨¦s del nacimiento de su creador, Herman Melville
La rebeli¨®n, la revuelta, la revoluci¨®n: todas parecen tener un prop¨®sito, aunque sea el de dejar atr¨¢s, destruir o superar un estado de cosas. Pero lo que ocurre con Bartleby, el escribiente de uno de los relatos de Herman Melville, es distinto. Cuando su jefe le reclama algo, simplemente responde que preferir¨ªa no hacerlo. Lo hace casi con delicadeza, con buenos modales, sin aspavientos de ning¨²n tipo. Sin violencia, por supuesto, pero con convicci¨®n y seguridad. Y termina dinamitando el marco de referencias, los v¨ªnculos, las reglas de juego. El narrador de la pieza, que se public¨® en 1856 dentro de la colecci¨®n The Piazza Tales, es un abogado. Tiene un despacho en Nueva York, en Wall Street, y emplea a dos copistas y a un muchacho de los recados. Pasa por una ¨¦poca de exceso de trabajo, tiene que incorporar a alguien m¨¢s para cumplir sus compromisos. Y aparece Bartleby. El abogado lo contrata inmediatamente: aquel tipo delgaducho le inspira confianza y en la oficina lo coloca muy cerca de ¨¦l, separado por un biombo.
El narrador ya advierte, en su escrupulosa relaci¨®n de los hechos, que de esa figura ¡°?p¨¢lidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!¡± poco puede decir. Nada sabe de su pasado, no tiene noticias de d¨®nde viene ni de qu¨¦ hizo antes, tampoco ha averiguado sus proyectos y sue?os. Bartleby no tiene ninguna particularidad, subraya. Eso s¨ª, empieza trabajando con diligencia, el abogado est¨¢ contento, ha acertado de lleno. ¡°No se deten¨ªa para la digesti¨®n. Trabajaba d¨ªa y noche, copiando, a la luz del d¨ªa y a la luz de las velas¡±, observa. A los tres d¨ªas, y para contrastar la copia de un documento realizada con urgencia, el abogado llama a Bartleby. ¡°Imaginen mi sorpresa¡±, cuenta, ¡°mi consternaci¨®n, cuando sin moverse de su ¨¢ngulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replic¨®: ¡®Preferir¨ªa no hacerlo¡±.
Cuando Melville public¨® el relato era un escritor fracasado. Nacido el 1 de agosto de 1819 (har¨¢, el jueves, 200 a?os), perdi¨® a su padre a los 14 a?os ¡ªera el tercero de ocho hermanos ¡ª y desde ese momento, para buscarse la vida, fue dando tumbos. Viaj¨® por el mundo, se enrol¨® en un ballenero, fue secuestrado en los mares del sur por una tribu de can¨ªbales, escap¨®. Las narraciones inspiradas en sus andanzas que public¨® le dieron cierto ¨¦xito. Se fue convirtiendo en un lector compulsivo y apunt¨® alto. En 1851 vio la luz Moby Dick, la obra que, mucho tiempo despu¨¦s, en los a?os treinta del siglo XX, lo consagrar¨ªa como uno de los m¨¢s grandes escritores. En su ¨¦poca pas¨® inadvertida. La mala suerte lo empuj¨® a trabajar como un oscuro inspector de aduanas desde 1866. La vida lo trat¨® con dureza ¡ªun hijo se suicid¨®¡ª, y muri¨® olvidado en 1891.
Melville no quiso que Moby Dick fuera le¨ªda como una alegor¨ªa. M¨¢s que un s¨ªmbolo del mal, la ballena blanca era simplemente la bestia que hab¨ªa arrastrado al capit¨¢n Ahab a su perdici¨®n y a la muerte de casi toda la tripulaci¨®n del Pequod. ¡°Esa cosa inescrutable es lo que odio m¨¢s que nada¡±, les dijo Ahab a sus marineros cuando los reuni¨® para pedirles una entrega absoluta en la persecuci¨®n de la ballena: ¡°Quiero desahogar en ella este odio¡±. Esa furia, ese af¨¢n de arrastrar a los suyos a una enorme batalla, la necesidad de unir a todos para poder lanzarse a lo desconocido: nada de lo que motiva a Ahab tiene que ver con lo que le pasa a Bartleby. Este ¨²ltimo, simplemente, ¡°preferir¨ªa no hacerlo¡±. Moby Dick es una inmensa novela cargada de resonancias shakesperianas y b¨ªblicas; Bartleby, en cambio, un simple relato escrito con la sobria transparencia de la prosa que utilizar¨ªan m¨¢s tarde Franz Kafka o Robert Walser.
Con su gesto se desentiende de todo v¨ªnculo, de toda empat¨ªa o solidaridad, de todo compromiso con el que lo emplea
La conmoci¨®n que produce la respuesta de Bartleby en el abogado que narra su historia es enorme. No s¨®lo resulta que el diligente escribiente que se hab¨ªa entregado como pocos a su tarea de copista se desentiende de hacer lo que se le pide, es que ni siquiera se rebela para no participar en el trabajo, ni se enfurece, ni se enfrenta a nadie, ni alza la voz, ni se pertrecha como un enemigo. Simplemente prefiere no hacerlo. Y Bartleby, as¨ª, se desentiende de todo v¨ªnculo, de toda empat¨ªa o solidaridad con los que son como ¨¦l, de todo compromiso con el que lo emplea, de toda sinton¨ªa con el proyecto que a gusto o a rega?adientes comparten los dem¨¢s. Al poco llega el d¨ªa en que prefiere ya no copiar ning¨²n documento. Y se queda como un pasmarote mirando el muro que hay delante de su ventana.
La ¡°cadav¨¦rica indiferencia caballeresca¡± de Bartleby, su ¡°mansa desfachatez, su ¡°maravillosa mansedumbre¡±, su ¡°descolorida altivez¡±: el abogado es incapaz de reaccionar y de echarlo sin contemplaciones de la oficina por haber preferido dejar de hacer su trabajo. ¡°Yo ser¨ªa un canalla si me atreviera a murmurar una palabra dura contra el m¨¢s triste de los hombres¡±, dice el letrado. Y, sin embargo, el desentendimiento de Bartleby por todo es cada vez mayor y, puesto que prefiere no irse, obliga finalmente al abogado y a su tropa a ser ellos los que cambien de oficina.
Cuando Tocqueville se pregunta por el fin ¨²ltimo de la democracia y por la tarea de sus gobernantes, apunta: ¡°Se dir¨ªa que se consideran responsables de las acciones y del destino individual de sus s¨²bditos, y que han comenzado a guiar e iluminar a cada uno de ellos en los diversos actos de su vida y, si es necesario, a hacerlos felices incluso contra su propia voluntad¡±. Eso es lo que procura hacer el abogado a lo largo de la historia de Bartleby, de alguna manera. Proponerle una salida, brindarle una perspectiva, dar sentido a la vida del escribiente, ofrecerle un hogar. El abogado le dice que vaya con ¨¦l a su casa, Bartleby prefiere no hacerlo.
El mundo de Bartleby es el de las grandes ciudades, nada que ver con el del capit¨¢n Ahab. Los domingos Wall Street es un desierto, explica el abogado, ¡°y cada noche de cada d¨ªa es una desolaci¨®n¡±. Es nuestro mundo, y el de Bartleby. Para defenderse de los poderes que pretenden ¡°buscarle alg¨²n contexto en el que tenga un significado recto¡±, escribi¨® hace a?os el fil¨®sofo Jos¨¦ Luis Pardo sobre el escribiente, se defiende ¡°camufl¨¢ndose como ¡®cualquiera¡¯: un hombre, al pie de la letra, lisa, llana y literalmente cualquier hombre¡±. Declina con amabilidad hacer lo que le piden. Y al quedar fuera ¡ªsin v¨ªnculos, sin sentido, sin af¨¢n alguno de buscar la felicidad ¡ª, asume as¨ª su abrumadora soledad.
Ensayos
PreTextos public¨® en 2000 una nueva traducci¨®n de Bartleby, el escribiente, de Jos¨¦ Manuel Ben¨ªtez Ariza, para acompa?ar tres ensayos sobre el personaje de Melville de Gilles Deleuze, Giorgio Agamben y Jos¨¦ Luis Pardo. "Bartleby ha inventado una nueva l¨®gica, la l¨®gica de la preferencia, que se basta para minar los presupuestos del lenguaje", escribe Deleuze, tras haber se?alado que la f¨®rmula I prefer not to abre "un vac¨ªo en el lenguaje". Del relato de Melville existe tambi¨¦n una traducci¨®n de Jorge Luis Borges, y N¨®rdica la ha vuelto a publicar con ilustraciones de Javier Zabala Herrero.
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