La propiedad es delito
Por incre¨ªble que nos parezca, todav¨ªa existen culturas en las que todo sigue sin ser de nadie
MI T?A Viqui me repet¨ªa que era de Lito, y yo no lo pod¨ªa creer.
¡ªS¨ª, es de Lito, es de Lito.
Me dec¨ªa y yo desesperaba. Yo ten¨ªa 12 a?os y acababa de encontrarme un monedero en ese rinc¨®n del museo de monstruos de cera de Madame Tussauds, Londres, 1970, y mi t¨ªa Viqui me dec¨ªa que lo ten¨ªa que devolver, que era de Lito. El monedero rebosaba.
¡ª?Y vos c¨®mo sab¨¦s?
Le pregunt¨¦, sorprendido: c¨®mo pod¨ªa ¡ªella¡ª reconocer en ese monedero tan vulgar un objeto de una persona que tambi¨¦n conoc¨ªa, el tal Lito; c¨®mo pod¨ªa ¡ªyo¡ª tener tal mala suerte. Mi t¨ªa no entendi¨® mi pregunta.
¡ª?C¨®mo que c¨®mo s¨¦? Lo s¨¦, est¨¢ mal, hay que devolv¨¦rselo a su due?o. Guard¨¢rselo es delito.
¡ªAh, eso.
Le dije, aliviado: me hab¨ªa querido decir que era delito, que no correspond¨ªa. Sucedi¨® hace ya tanto, pero lo record¨¦ en estos d¨ªas por un estudio reci¨¦n publicado: ?qu¨¦ hacen las personas cuando se encuentran algo ajeno?
El estudio era astuto: un investigador le dejaba una billetera ¡ªalgunas con 10 euros en moneda local, otras sin plata, todas con una llave y la tarjeta del supuesto due?o con su nombre y direcci¨®n de correo¡ª a una persona cualquiera, dici¨¦ndole que acababa de encontrarla pero ten¨ªa prisa, si por favor pod¨ªa devolverla. El experimento se repiti¨® 17.303 veces en 355 ciudades de 40 pa¨ªses y los resultados, dicen, los sorprendieron: el 40 por ciento de los que recibieron billeteras sin dinero las devolvieron contra el 51 por ciento de los que recibieron billeteras con dinero. Los pa¨ªses con m¨¢s devoluciones fueron, previsiblemente, Suiza, Noruega, Holanda, Dinamarca y Suecia; con menos, Kenia, Kazajist¨¢n, Per¨², Marruecos; ¨²ltimo, China. Espa?a est¨¢ en la media general, entre Rusia y Rumania.
El estudio puede demostrar muchas cosas: que la mitad de las personas cree que vale la pena quedarse con 10 euros aunque eso los haga quedar ¡ªfrente a s¨ª mismos¡ª como ladrones, por ejemplo, o que cree que no vale la pena perder el tiempo en devolver 10 euros o que no somos tan honestos como cre¨ªamos o que no somos tan deshonestos como cre¨ªamos.
Pero lo que sesgaba el experimento era que todos los cobayos ten¨ªan el nombre del due?o y sus datos: era alguien, pod¨ªan encontrarlo. La billetera era de Lito, y eso cambiaba todo. La gran facilidad contempor¨¢nea es que la mayor¨ªa de nuestras acciones remiten a desconocidos: en general uno hace lo que hace porque no sabe a qui¨¦n se lo hace.
Es ¡ªrelativamente¡ª nuevo. Durante milenios, las dimensiones de aquellas sociedades ¡°primitivas¡±, esos grupos peque?os, hicieron que cada quien supiese a qui¨¦n le hac¨ªa lo que hac¨ªa. Eso ordenaba mucho. Despu¨¦s, cuando esos grupos empezaron a crecer, cuando ya no se supo, se hizo preciso crear reglas generales: que las conductas no dependieran de las relaciones personales, de los individuos, sino de un dizque c¨®digo com¨²n, de la moral, de la ¨¦tica, todas esas pamplinas.
Ninguna de esas reglas generales tuvo m¨¢s ¨¦xito que la propiedad ¡ªque ahora nos parece tan natural. Si esto es m¨ªo no es tuyo, lo uso yo, yo lo consumo, yo lo enajeno, es la base de nuestra idea del mundo, de nuestras relaciones, nuestras vidas. Y sin embargo podr¨ªa no ser as¨ª. De hecho, no fue as¨ª en muchas culturas ¡ªy todav¨ªa queda alguna, m¨¢s amenazada por petroleros y sojeros que por el cambio clim¨¢tico¡ª, donde todo sigue sin ser de nadie. Suena raro. El triunfo absoluto de una idea consiste en que no podamos siquiera pensar su inexistencia. Esta, durante milenios, no existi¨®, pensaba, y entonces, de pronto, por uno de esos azares con los que Twitter intenta reivindicarse de tanto odio, tanta bilis, me encuentro en mi timeline con una frase de un tal Marx: ¡°La posesi¨®n es un hecho, un hecho inexplicable, no un derecho¡±.
Solo me falta que alguien me diga que es delito.?
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