Las hadas en la cocina
Fra Ang¨¦lico, como los grandes poetas, transmite a trav¨¦s de los t¨®picos de su tiempo una verdad esencial. Sus cuadros parecen pertenecer al reino de la f¨¢bula, pero con los ojos del que contempla cosas reales
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La pintura de Fra Ang¨¦lico no puede comprenderse lejos del mundo agitado del primer Renacimiento. Un mundo en que el arte aspira a reflejar el mundo real y en que los pintores empiezan a no conformarse con la plasmaci¨®n sugestiva de temas religiosos. Y es verdad que toda su obra gira sobre esos temas y es expresi¨®n de su sincero amor a las verdades de una religi¨®n en la que cree con fervor y cuyas historias no se cansa de escuchar y contar, pero no lo es menos que se acerca a ese mundo de una forma nueva, para celebrar, como otros pintores de entonces, la belleza y los dones de la vida. Tal vez por eso ning¨²n otro tema fue m¨¢s querido para ¨¦l que el de la Anunciaci¨®n, que pintar¨ªa varias veces a lo largo de su vida, y que tiene en el cuadro del Museo del Prado restaurado hace poco su expresi¨®n m¨¢s admirable. Este tema resume su concepci¨®n del arte como v¨ªnculo entre lo divino y lo humano. Esa fue la respuesta que dio una vez a su amigo el papa Nicol¨¢s V cuando este le pregunt¨® cu¨¢l era la cualidad que deb¨ªa caracterizar a un buen pintor. ¡°Debe tener la mirada con un ojo hacia el suelo y otro hacia el cielo¡±.
Otros art¨ªculos del autor
No hay nada de terrible en los ¨¢ngeles dulces y temblorosos de Fra Ang¨¦lico. En realidad, salvo por sus vestiduras y sus alas, sus rostros y actitudes son semejantes a las nuestras. Es verdad que desprenden luz, pero ?no pasa eso mismo con todos los personajes de sus cuadros? En La Anunciaci¨®n una paloma atraviesa, siguiendo la estela de un rayo de oro, el jard¨ªn del Ed¨¦n hasta alcanzar el rostro y el pecho de Mar¨ªa, que adopta una actitud de absorta entrega. Pero la luz de este cuadro no solo viene de ese rayo divino. Un tenue haz de luz dorada entra por la ventana del fondo y el propio ¨¢ngel resplandece. En realidad est¨¢ en cada cosa, como si la luz fuera la cualidad m¨¢s ¨ªntima de todo cuanto existe, no solo de los seres vivos sino tambi¨¦n de los objetos y las plantas.
Basta con mirar a Mar¨ªa. Su cuerpo, su cabello y sus manos resplandecen, al igual que su vestido. Pero lo hace, no solo como si recibiera esa luz de alg¨²n punto invisible del exterior sino como si fuera ella misma quien la desprendiera. El mismo ¨¢ngel parece sorprendido al verla, como si dudara de su misi¨®n o se asomara a trav¨¦s del gesto luminoso de Mar¨ªa a una realidad m¨¢s honda y conmovedora que la que representa ¨¦l. Ese asentimiento, esa callada disponibilidad, esa mezcla de gratitud y de gracia, este mundo de luz que todo lo invade es la piedad. Y la piedad y la luz son los grandes protagonistas de toda la obra de Fra Ang¨¦lico.
¡®La Anunciaci¨®n¡¯, en el Museo del Prado, resume su idea del arte como v¨ªnculo entre lo divino y lo humano
Las pinturas de Fra Ang¨¦lico parecen pertenecer al reino de la f¨¢bula pero las pinta con los ojos del que se detiene a contemplar las cosas reales. Puede que una mirada as¨ª sea lo que hemos dado en llamar mirada po¨¦tica, porque la poes¨ªa es el realismo supremo. Y todo el arte de Fra Ang¨¦lico parece estar dominado en grado sumo por un apetito semejante de realidad. Eso significan las dos manos de Mar¨ªa cruzadas sobre el pecho: ¡°Quiero ser real¡±. Es curioso que el ¨¢ngel y Mar¨ªa realicen el mismo gesto. En realidad se recogen, se ovillan, forman un capullo: un capullo de seda.
Pero ?no buscan eso todos los amantes, recogerse, transformarse en un capullo en las manos del otro? Y ?qu¨¦ dice Mar¨ªa?: ¡°Har¨¦ de mi cuerpo un capullo, una mandorla, el lugar de la aparici¨®n¡±. Y ?qu¨¦ le contesta el ¨¢ngel?: ¡°Quiero parecerme a ti¡±. Por eso se inclina como ella, por eso cruza sus manos e imita cada uno de sus gestos como si solo aspirara a ser su reflejo.
Puede que el arte de Fra Ang¨¦lico alcance en este cuadro su momento m¨¢s excelso, porque hace del coraz¨®n de la muchacha visitada por el ¨¢ngel el verdadero centro de la escena encantada. Como si viniera a decirnos que el verdadero misterio no est¨¢ en ese rayo de oro sino en el interior de la muchacha que lo recibe. Aun m¨¢s, como si el ¨¢ngel lo supiera y por eso se inclinara ante ella y guardara silencio. Como si eso que llamamos lo sagrado no fuera sino la cualidad m¨¢s indefinible y honda de lo humano.
Y es verdad que desde un punto de vista est¨¦tico esta Anunciaci¨®n sigue siendo deudora del mundo de las miniaturas g¨®ticas, con su fijaci¨®n por el oro, su sublime luminosidad y su atm¨®sfera cortesana, pero su tono es muy diferente. En realidad todo el cuadro parece tener una cualidad mental, como si Fra Ang¨¦lico no pintara una escena real, sino los pensamientos de los que la est¨¢n viendo. No el mundo, sino nuestros pensamientos acerca del mundo. En realidad, en esta tabla Mar¨ªa y el ¨¢ngel han dejado de ser figuras aleg¨®ricas, que representan las ideas de la religi¨®n, para transformarse en los tiernos personajes de un hermoso y misterioso cuento.
El misterio de la encarnaci¨®n es el misterio del amor, y esa es la raz¨®n de que el cuadro nos siga fascinando
Pero ni los cuentos ni la poes¨ªa han surgido para apartarnos de la realidad, sino para permitirnos adentrarnos m¨¢s profundamente en ella. Eso representa este cuadro: el instante privilegiado en que la realidad y la verdad dejan de contradecirse. Claro que Fra Ang¨¦lico, al pintarlo, no pod¨ªa saber nada de esto y se limitaba a servir piadosamente a una historia en la que cre¨ªa. Pero lo que hace inolvidable este cuadro es que m¨¢s all¨¢ de las intenciones de su autor, ha llegado a nosotros flotando como un cofre en las aguas del tiempo. Un cofre que sigue conservando el poder de encantar a esos espectadores de hoy para los que los misterios de la religi¨®n apenas son otra cosa que un pu?ado de temas para las salas de los museos. ?C¨®mo es posible que nos siga conmoviendo una escena tan maravillosamente pueril?
No es tan extra?o si pensamos que lo que hace Fra Ang¨¦lico, como todos los grandes poetas, es transmitirnos a trav¨¦s de los t¨®picos de su tiempo una verdad humana esencial. Porque aunque la idea de un ¨¢ngel que visita la Tierra para anunciar a una muchacha que ser¨¢ la madre de un ni?o dios pueda parecernos a lo sumo un delicado cuento, algo nos dice que, como sucede con los verdaderos cuentos, oculta algo que no cabe desatender. Y nos bastar¨¢ con detener nuestra mirada en esta Anunciaci¨®n para darnos cuenta de lo que es, pues el misterio de la encarnaci¨®n no es otro que el misterio del amor humano, y que es esa la raz¨®n de que un cuadro as¨ª nos siga fascinando.
A algo as¨ª se refiere Cocteau en su libro La bella y la bestia, diario de rodaje cuando, al comentar el trabajo en su pel¨ªcula del gran fot¨®grafo Henri Alekan, escribe: ¡°Alekan ha logrado un estilo sobrenatural dentro de los l¨ªmites del realismo. Es la realidad de la infancia. El pa¨ªs de las hadas sin hadas¡±. Ese pa¨ªs es el que encontraremos al entrar en las salas de esta exposici¨®n, como si lo maravilloso no fuera algo que cuestiona lo que creemos ser, sino la cualidad m¨¢s ¨ªntima y decisiva de lo que somos. O, dicho con otras palabras, como si ese anhelo permanente de lo maravilloso fuera el que nos hace de verdad humanos.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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