Refugiados en la selva de asfalto
Entre los personajes que uno puede encontrar en las ciudades peruanas, han irrumpido unos nuevos actores: los venezolanos
Hay muchas formas de intentar comprender un pa¨ªs, mi preferida es el tr¨¢fico. Es m¨¢s elocuente de lo que parece, tan solo basta con afinar la mirada desde un simple taxi. Pongamos el caso de Per¨², uno de los pa¨ªses m¨¢s bonitos y con mayor potencial de Am¨¦rica Latina, que acaba de clausurar los Juegos Panamericanos con matr¨ªcula de honor. Su capital destaca por muchas cosas, y una de ellas es precisamente la cantidad de coches y su forma de conducir.
Entre los personajes que uno puede encontrar en esta selva de asfalto, han irrumpido unos nuevos actores: los venezolanos. En unos a?os han pasado a estar en la boca de todo el mundo. Pronto descubres c¨®mo los cruces, los rompemuelles ¡ªincluso en medio del desierto en la Panamericana Norte¡ª y los atascos se convierten en el lugar de trabajo para muchos de ellos. Por un simple sol te venden cualquier cosa. Les acompa?an sus hijos y en ocasiones esposas embarazadas. Ciudadanos de un pa¨ªs que fue pr¨®spero, muchos de ellos con buena educaci¨®n y gran amabilidad que de la noche a la ma?ana se ven obligados a mendigar en tierra ajena. Visten bien, con las modas y peinados que marca nuestro mundo globalizado. En ellos se palpa la desesperaci¨®n con el agradecimiento por la limosna recibida. Con grandes dosis de dignidad afianzan su condici¨®n de venezolanos y exigen libertad para su patria.
Lamentablemente este fen¨®meno no est¨¢ presente solo en el tr¨¢fico lime?o. Adem¨¢s de millares de taxistas hay gente que vende gaseosas, caf¨¦ o chocolate caliente. Algunos encuentran sus oportunidades a cambio de un sueldo escaso como camareros o jardineros. Por desgracia, cuando arrecia el hambre la prostituci¨®n se convierte en la salida para muchas mujeres. Hay sitio para artistas en plazas con turistas, acr¨®batas e incluso empresarios que nunca se imaginaron que tendr¨ªan que ponerse a la cola de los pobres. Impacta ver a los ni?os, las v¨ªctimas m¨¢s vulnerables de esta tragedia, sin un pasado que a?orar, un presente para olvidar y con un futuro a¨²n por so?ar.
La sociedad peruana en general sigue siendo acogedora y mira con misericordia al refugiado, aunque siempre habr¨¢ resquicios de recelo (no se debe olvidar que algunos han salido perdiendo). Son capaces de ponerse en el lugar del otro, algo que en Europa nos cuesta m¨¢s. Jonathan es taxista. Este gremio es conversador y da buena muestra del sentir m¨¢s visceral de un pueblo. Vive en el popular distrito de Comas, en el cono norte de Lima. Hijo de una madre joven, y auspiciado por su t¨ªo y las monjas de su barrio, estudi¨® en un colegio de Fe y Alegr¨ªa. Es cocinero, pero trabaja como taxista para hacer caja y poner un negocio. Cobra unos 25soles, unos 6,5 euros, por un trayecto de hora y pico ¡ªunos 20 kil¨®metros¡ª. Se lamenta sin hacer sangre que antes pod¨ªa ganar unos 130 soles al d¨ªa, pero ahora con los venezolanos ha bajado el negocio. ?l har¨ªa lo mismo. Hay situaciones dolorosas.
La dif¨ªcil convivencia
Peruanos con un empleo medio y bien preparados que se fueron a la calle porque llegaron refugiados mejor formados dispuestos a dejarse explotar (un profesor puede cobrar en Venezuela 13 d¨®lares al mes). Minoristas superados por nuevos rivales en cuesti¨®n de semanas. Cualquier sueldo es mayor que el hambre y la desolaci¨®n de su tierra. La Iglesia, seguida por algunas ONG, es la vanguardia en la asistencia. Bastantes parroquias no dan abasto. En algunas zonas populares familias han acogido a otras familias, en casos puntuales con l¨ªos de faldas incluidos. Camuflados en la multitud se han desplazado bandas de delincuentes extendiendo su mala fama a personas de buena voluntad. Una muestra m¨¢s que la acogida nunca es f¨¢cil y que la sociedad peruana est¨¢ siendo en muchos casos ejemplarmente hospitalaria. La situaci¨®n pol¨ªtica internacional favorece la llegada de venezolanos, es una manera de dar una bofetada a Maduro. Las instituciones p¨²blicas son m¨¢s ambiguas en el trato. Todos saben que aunque Per¨² avanza la pobreza sigue siendo un lastre para muchos compatriotas.
Esta gente tiene mucho que ense?arnos, con su vida y con su experiencia. En un sencillo restaurante del centro de Trujillo nos atiende una sonriente camarera. Es inexperta como el que empieza un trabajo nuevo. Se disculpa diciendo que no es de all¨ª. Le preguntamos de d¨®nde viene y nos dice, como otros tantos que trabajan all¨ª que de Venezuela. Con cierta gracia caribe?a sigue y dice que ella no huye de la guerra, sino de una democracia que se les fue de las manos. No la supieron cuidar. Da que pensar. Su pa¨ªs lleva veinte a?os de chavismo, Per¨² acumula varios presidentes cazados por la justicia ¡ªlo que significa que s¨ª hay lucha contra la corrupci¨®n¡ª y a Espa?a le cuesta m¨¢s formar gobierno que mantenerlo. Quiz¨¢s nuestra percepci¨®n sea demasiado pobre porque ponemos el acento en la mayor¨ªa ¡ªalgo que parece obvio¡ª. Sin embargo, la clave de b¨®veda no pasa por ah¨ª, sino por los mecanismos de control. Cada sistema democr¨¢tico necesita herramientas que frenen la estupidez humana: limitaci¨®n de mandatos, libertad (y calidad) de prensa, defensor del pueblo, separaci¨®n de poderes, defensa de los derechos humanos, sistemas anticorrupci¨®n... Un chivato que salte cuando prima el afecto (y el defecto) sobre el sentido com¨²n. Las mayor¨ªas pueden estar equivocadas y acabar en totalitarismos si no se garantiza la libertad y un juego de equilibrios seguro.
Ciudadanos de un pa¨ªs que fue pr¨®spero, muchos de ellos con buena educaci¨®n y gran amabilidad que de la noche a la ma?ana se ven obligados a mendigar en tierra ajena
Ricardo monta en nuestro coche en Lambayeque. No es habitual, los asaltantes no suelen llevar cartel. Tampoco le da miedo, poco o nada puede perder. Habla con cari?o de su ciudad y todo lo que echa de menos. M¨¢s all¨¢ de su situaci¨®n sigue habiendo espacio para amar la patria, aquel vergel de cielo tropical, campo f¨¦rtil y oro negro. La misma tierra que les dio la vida, ya no les da de comer. Seg¨²n Acnur m¨¢s de cuatro millones han dejado su tierra, son familias rotas y generaciones hipotecadas. Algunas cifras hablan de un mill¨®n de refugiados en el Per¨², siendo el principal pa¨ªs de acogida de personas venezolanas con necesidad de protecci¨®n internacional y el segundo destino de refugiados y migrantes venezolanos a nivel mundial (la comparaci¨®n con el viejo continente es escalofriante).
Unos pasan a Chile y otros se quedan. No les da miedo hablar de su patria, sabiendo que Venezuela significa otras muchas cosas m¨¢s. Es la idea de patria que en Europa, y en particular Espa?a, tanto nos asusta y que a este lado del mundo se vive con naturalidad. No es la del choque de banderas y la fuerza de los himnos. Entre la nostalgia y el sano orgullo por las ra¨ªces que forjaron su persona. Patria como confraternidad. El acordarse del hermano, del que qued¨® all¨¢, del que viaja en busca de una vida digna y de un poco de libertad.
Firmes, elocuentes y seguros de s¨ª mismos. En la zona septentrional suelen esperar su oportunidad a la sombra de los nudosos algarrobos, ¨¢rboles que aguantan la dureza del clima gracias a sus ra¨ªces que llegan a medir hasta 50 metros. En un sem¨¢foro del pituco distrito de La Molina en la capital, hay una joven embarazad¨ªsima con un ni?o de dos a?os en sus brazos. Habla inc¨®moda con unos polic¨ªas y le damos una peque?a ayuda. Preguntamos por su criatura, sus ojos se humedecen y esbozando una gran sonrisa responde que todav¨ªa no tiene nombre, que acepta sugerencias. En sus caras sigue habiendo esperanza. Quiz¨¢s es la del pobre que ya ha tocado fondo. Puede que la del agradecimiento que sabe que no depende de ¨¦l. Sentido de hermandad, de ayuda y de escucha. Es la vida que emerge entre las grietas de dos mundos enfrentados.
Entender un pa¨ªs nunca ser¨¢ f¨¢cil, incluso habiendo nacido all¨ª. A¨²n m¨¢s complicado es medir la grandeza y magnanimidad de un pueblo. Esto no lo da solo el pasado o las gestas militares, necesita actualizarse una y otra vez. En cada generaci¨®n. Creo que uno de los caminos es el de la hospitalidad, a veces por encima de los medios. El deseo de pensar en la urgencia del otro antes que en nuestros propios fantasmas, de ejemplos y contraejemplos est¨¢n llenas las bibliotecas. La historia juzga para bien y para mal, como seguimos haci¨¦ndolo ahora. Se puede ser pobre y honrado, honesto y acogedor. Se puede ser rico y carente de muchas virtudes. Estos refugiados no son solo personas que requieren nuestra ayuda y compromiso en cualquier selva de asfalto, pueden mostrarnos por qu¨¦ es necesario entender bien qu¨¦ es la democracia y la patria. Ojal¨¢ dentro de unos a?os cuando los libros de historia conozcan y juzguen esta ¨¦poca hablen bien de nosotros, sabiendo que nunca fue f¨¢cil pero supimos estar a la altura.
?lvaro Lobo Arranz es jesuita y antrop¨®logo.
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