Bill Murray, el monstruo sagrado
Quien no tiembla ante la tonadillera o el actor, lo hace ante un premio Nobel de F¨ªsica o un banquero c¨¦lebre
Ayer cre¨ª ver a Morgan Freeman. Dur¨® solo unos segundos, los que tard¨¦ en darme cuenta de que no era m¨¢s que una figura de reclamo a la entrada del Museo Madame Tussauds, pero estaba tan bien hecho que sent¨ª esa s¨²bita electricidad que nos asalta en presencia de los famosos. A?ado en mi defensa que por bochornoso que resulte mi sonrojo ante un Morgan Freeman de cera, no he conocido a nadie que no sea sensible a alg¨²n tipo de celebridad. Quien no tiembla ante la tonadillera o el actor lo hace ante un premio Nobel de F¨ªsica o un banquero c¨¦lebre. El efecto, al final, es el mismo: sentimos que hemos sido restaurados de nuestra vida ordinaria, que nos han elevado hasta un encuentro sagrado en el que algo se ha manifestado con una intensidad insospechada.
Mi encuentro fallido con Morgan Freeman me hizo pensar al instante en ese reciente documental de Tommy Avallone sobre Bill Murray: Bill Murray: Consejos para la vida, donde se recogen muchos testimonios que elevan a la narrativa mitol¨®gica el encuentro con el famoso y m¨¢s en concreto ¡ªcomo dice el propio t¨ªtulo¡ª con el m¨ªtico Murray. Al parecer, a diferencia de la naturaleza comprensiblemente esquiva de las celebrities, Bill Murray tiene inclinaci¨®n a manifestarse en las situaciones m¨¢s corrientes de algunas personas normales. Como si se tratara de una aparici¨®n, el verdadero Bill Murray se cuela de pronto en el karaoke de cualquiera y se pasa cantando toda la noche con ¨¦l, o lava los platos de una fiesta de adolescentes, o asoma la cabeza en una sesi¨®n de fotos matrimonial o incluso lee unos poemas a unos obreros de la construcci¨®n. Su despreocupaci¨®n por salir en fotograf¨ªas, su nulo af¨¢n de protagonismo, vuelven esas escenas m¨¢s fantasmag¨®ricas si cabe. Y cuando desaparece, cosa que hace invariablemente a la francesa, todo el mundo se queda con la misma cara con la que de ni?os esper¨¢bamos la moraleja cuando no hab¨ªamos entendido nada.
M¨¢s que la verosimilitud de esas historias, lo que resulta divertido ¡ªpara cualquier persona que haya tenido una formaci¨®n relativamente cat¨®lica¡ª es lo mucho que se parecen esos relatos a las hagiograf¨ªas cl¨¢sicas de nuestra infancia, en las que unos pastorcillos hablaban con la Virgen. En este caso la presencia de Murray tiene un efecto parecido: el cuento de hadas restaura la flacidez de nuestra vida cotidiana y la convierte en luminosa. Es interesante tambi¨¦n que Avallone prefiera pasar de puntillas por los motivos que llevan a una celebrity internacional a abandonar el espacio seguramente irrespirable de su propia celebridad. Estoy convencido de que esas ¡°escapadas tur¨ªsticas¡± a la vida ordinaria que Bill Murray es capaz de hacer entre otras cosas gracias a una envidiable naturalidad y a una desconexi¨®n temporal de su ser m¨¢s elemental es el sue?o h¨²medo de muchos famosos y famosas a los que les gustar¨ªa hacer lo mismo, pero tienen demasiado miedo a ser devorados por esa ¡°inofensiva gente corriente¡±. No es descartable que en ese ejercicio haya por parte de Bill Murray no solo un deseo maravilloso de participar en la vida real, como repite una y otra vez Avallone, sino tambi¨¦n ¡ªy, por qu¨¦ no, simult¨¢neamente¡ª un oscuro deseo de autodestrucci¨®n o una depresi¨®n salvaje o una soledad casi imposible de gestionar. No siempre tiene un bonito origen lo que nos lleva a salir de la gruta. Tal vez, como dec¨ªa Henry James de un personaje indescifrable: ¡°Las razones m¨¢s retorcidas le llevaban a tener con los dem¨¢s los gestos m¨¢s amables¡±.
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