El perro carea ¡®c¡¯est moi¡¯
¡®Lana¡¯ no quer¨ªa traer la pelota, se lo dictaban sus genes
Nunca he tenido perro. De tenerlo, mi fisiolog¨ªa descuidada y mi abulia pertinaz se habr¨ªan convertido en un peligro para el desamparado c¨¢nido. Pero s¨ª que viv¨ª una temporada con una amiga que ten¨ªa cuatro. Mi favorita era Lana, una pointer blanca y negra como una vaca frisona pero ¨¢gil como una pantera y tenaz como una maldici¨®n. En cuanto me ve¨ªa sentarme al ordenador, cosa que ocurr¨ªa a menudo, localizaba la pelota de tenis ra¨ªda y despeluchada all¨ª donde estuviera, la cog¨ªa entre sus fauces y me la tiraba encima del teclado, directamente. En su lenguaje precario, eso quer¨ªa decir que quer¨ªa salir al campo, que yo le tirara la pelota y ella la recogiera de un bocado limpio y certero, a ser posible antes de que botara en el suelo. Me gustaba ver su carrera veloz y los l¨²cidos movimientos con que su cuerpo alcanzaba la pelota, aunque esta hubiera tropezado en una rama o se hubiera desplazado por el fuerte viento de la sierra.
Lo que m¨¢s me sorprendi¨® de todo, sin embargo, era la actitud de Lana despu¨¦s de recoger la pelota. Yo esperaba que me la trajera de vuelta, pero Lana no hac¨ªa eso nunca. Dejaba la pelota en el suelo, tal vez a 50 metros de m¨ª, y se quedaba all¨ª apuntando a ella con su mano derecha como diciendo: ¡°Aqu¨ª est¨¢ la pelota, capullo, ?quieres venir a por ella de una vez?¡±. A una perra tan inteligente como ella, jam¨¢s se le ocurri¨® devolverme la jeringada pelota para que yo se la tirara otra vez. Eso me desconcertaba.
Despu¨¦s repar¨¦ en que Lana era una pointer, literalmente un puntero, mezcla ancestral de podenco (como el sabueso de los Baskerville), spaniel (que viene de espa?ol, por alguna raz¨®n) y setter, una raza adaptada a echarse en el suelo para se?alar a su due?o d¨®nde estaban las aves que deb¨ªa cazar con su red. Lana no quer¨ªa traerme la pelota, sino indicarme d¨®nde estaba. Sus genes medievales le dictaban ese comportamiento, y todos mis gestos y alharacas se quedaron muy cortos para contrarrestar esa carga gen¨¦tica centenaria.
Mis amigas pueblerinas me han aportado otros datos muy interesantes sobre el perro carea (tambi¨¦n llamado pastor leon¨¦s, sobre todo en Le¨®n). Los pastores utilizan a esta raza desde hace siglos para mantener unido su reba?o. Si una oveja d¨ªscola se aparta del grupo, el perro carea le monta la de Dios es Cristo a base de ladridos y empujones hasta que la indisciplinada ovina vuelve al reba?o del que nunca debi¨® salir, al menos desde el punto de vista del guardi¨¢n ladrador. Al igual que ocurr¨ªa con mi Lana, nadie les ha ense?ado a hacer eso: parece ser una propiedad de su raza, y cuando se dan las circunstancias pueden extender ese comportamiento a reba?os de vacas que caminan por una carretera terciaria o alumnos que se dirigen desde el aula hacia la piscina. El perro carea no consentir¨¢ que nadie abandone el reba?o. ?C¨®mo es esto posible?
Es la evoluci¨®n, est¨²pido. No en este caso por la selecci¨®n natural de Darwin, sino por la selecci¨®n artificial que le inspir¨® su teor¨ªa. Erin Hecht y sus colegas de Harvard han escaneado los cerebros de 62 perros de 33 razas, y se han encontrado con un abanico completo de formas. Las regiones cerebrales m¨¢s variables est¨¢n implicadas en los v¨ªnculos sociales, el movimiento y la navegaci¨®n. ?Y nosotros, desocupado lector?
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