Diminutos y, sin embargo, venerables
La C¨¢mara de los Comunes frena el golpe autoritario de Johnson
En un texto que dedic¨® a la C¨¢mara de los Comunes, Virginia Woolf se refer¨ªa a los cambios profundos que se estaban produciendo en su ¨¦poca y apuntaba: ¡°Veamos si la democracia que construye edificios supera a la aristocracia que modelaba estatuas¡±. La pieza forma parte de un paquete de seis que public¨® cada dos meses, entre diciembre de 1931 y 1932, en la revista Good Housekeeping, y donde retrataba Londres desde lugares diferentes: el sal¨®n de la se?ora Crowe, los muelles, Oxford Street, las casas de algunos escritores c¨¦lebres (Carlyle, Keats), las abad¨ªas y catedrales y, bueno, la C¨¢mara de los Comunes. Ahora que han ocurrido tantas cosas en la sede del Parlamento brit¨¢nico las consideraciones de Virginia Woolf adquieren otro relieve. La democracia ha sido asaltada a lomos del autoritarismo bravuc¨®n de Boris Johnson y buena parte de los representantes de los comunes se ha revuelto y se ha batido contra su af¨¢n de silenciar cualquier debate e imponer sea como sea el Brexit el 31 de octubre.
¡°Aqu¨ª se modifican los destinos del mundo¡±, se obligaba Virginia Woolf a recordarse cuando constataba que todos los que estaban en la C¨¢mara de los Comunes ¡°en nada se diferencian del resto de los mortales¡±. Y escrib¨ªa, a prop¨®sito de una intervenci¨®n del secretario de Asuntos Exteriores: ¡°Tiempo hubo en que el ministro representaba su papel. Las fulminaciones y peroratas estremec¨ªan el aire. Se persuad¨ªa a los hombres, se los utilizaba, se jugaba con ellos. Pitt rug¨ªa. Burke era solemne. Se permit¨ªa desplegar la individualidad. Ahora no hay ser humano que, por s¨ª solo, pueda soportar la presi¨®n de los problemas que nos conciernen¡±. Ya no existen esas enormes figuras, que la posteridad ha convertido en estatuas, ven¨ªa a decir Virginia Woolf: ¡°Nos quedan los edificios ¡ªlas instituciones¡ª que construye la democracia. Y por ah¨ª pasan hombrecillos y mujercitas que se mueven silenciosamente, yendo de un lado para otro¡±.
¡°Parecen diminutos, quiz¨¢ lamentables¡±, comentaba Virginia Woolf en aquel boceto de Londres, pero le resultaban tambi¨¦n ¡°venerables y bellos¡± cuando los ve¨ªa avanzar cerca de las formidables columnas y bajo la gran c¨²pula de aquella imponente construcci¨®n. Diminutos y lamentables: no hay adjetivos que se ajusten mejor, no solo a los comunes de su tiempo, sino tambi¨¦n a los de hoy, que seguro son mucho m¨¢s insignificantes que los de entonces al habitar una realidad cada vez m¨¢s tecnificada y que parece transformarse todav¨ªa m¨¢s r¨¢pido, arrastrada por muchedumbres cada vez m¨¢s grandes, totalmente an¨®nimas e impotentes.
Al observar lo que ha sucedido estos ¨²ltimos d¨ªas en Westminster recobran tambi¨¦n su sentido m¨¢s profundo los otros dos adjetivos que utilizaba la escritora brit¨¢nica: ¡°Bellos y venerables¡±. Porque quiz¨¢ no hay otra manera de calificar a Phillip Lee, el diputado que abandon¨® las filas tories y que cruz¨® el pasillo para sentarse entre los liberales dem¨®cratas. Gracias a ese gesto (y, luego, a los votos de otros conservadores que renegaron de su l¨ªder), Johnson perdi¨® la mayor¨ªa y el Parlamento pudo derrotar el embate del primer ministro con el que quiso saltarse los usos democr¨¢ticos.
Los tiempos estaban cambiando en 1931. Cuando paseaba por Oxford Street, Virginia Woolf era consciente de que algo hab¨ªa quedado atr¨¢s. ¡°El encanto del Londres moderno consiste en que no ha sido construido para durar, ha sido construido para pasar¡±, escribi¨®. Y tambi¨¦n: ¡°Oxford Street tiene horror a la simple idea de la edad, de la solidez, de durar siempre¡±. Ahora que las mudanzas son todav¨ªa m¨¢s vertiginosas, tienen mayor valor las posturas de esos diminutos (y, sin embargo, venerables) que se revuelven contra las balandronadas de un caprichoso primer ministro. Para defender la democracia.
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