La sociedad sin culpa
Los espa?oles hemos convertido a la clase pol¨ªtica en culpable de todo cuanto nos sucede, incluso aunque hayamos sido nosotros los que hemos decidido sus reglas de actuaci¨®n

Escuchando estos d¨ªas a los tertulianos, tanto a los profesionales como a los aficionados, esto es, los que opinan desde las llamadas redes sociales a menudo con odio y generalmente con agresividad, uno llega a la conclusi¨®n de que los pol¨ªticos espa?oles son los ¨²nicos responsables de todo cuanto sucede en Espa?a, incluido el bloqueo institucional del pa¨ªs. Poner la radio o la televisi¨®n o la oreja en los establecimientos p¨²blicos nos convencer¨¢ enseguida de que vivimos en un pa¨ªs dialogante, flexible, dispuesto siempre a escuchar al otro y a acordar con ¨¦l decisiones conjuntas en pro del bien general, justo al rev¨¦s que nuestros dirigentes, que son incapaces de hablar entre ellos siquiera. Joaqu¨ªn Leguina, el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid, lo dec¨ªa en un ensayo de 1994, Los r¨ªos desbordados, al referirse a lo que ¨¦l defin¨ªa como ¡°la sociedad perfecta¡±. La espa?ola ¡ªdec¨ªa Joaqu¨ªn Leguina antes de convertirse en un tertuliano m¨¢s¡ª se considera a s¨ª misma una sociedad perfecta que tiene la desgracia de estar dirigida siempre por los peores. Lo cual no cuadra con la aseveraci¨®n. Porque, una de dos ¡ªcontinuaba Joaqu¨ªn Leguina su razonamiento¡ª, o no es verdad que los elegidos son siempre los m¨¢s imperfectos o la sociedad espa?ola no es tan perfecta como se considera, puesto que elige una y otra vez a los imperfectos para que la dirijan. Ser perfecto y equivocarse una vez tras otra en las decisiones no parece, en efecto, que sea muy cre¨ªble.
En ese despojamiento de la responsabilidad, no obstante, los espa?oles nos hemos constituido en una sociedad sin culpa, convirtiendo a la vez a la clase pol¨ªtica en culpable de todo cuanto nos sucede, incluso aunque hayamos sido nosotros los que hemos decidido sus reglas de actuaci¨®n. As¨ª, por ejemplo, en el caso concreto de la formaci¨®n del Gobierno, consagrando en la Constituci¨®n el modelo parlamentario en vez del presidencialista, que es el que tienen en Francia o en Estados Unidos. Que los partidos pol¨ªticos en funci¨®n de los diputados que tengan en el Parlamento sean los que elijan al presidente del Gobierno no es, pues, una decisi¨®n suya, sino de todos los espa?oles, por lo que alguna responsabilidad tendremos en que lo hagan o no. Pero es que, adem¨¢s, los diputados los elegimos los electores, por lo que alguna responsabilidad tendremos tambi¨¦n en ello.
William Chislett, corresponsal de The Times en Espa?a en los a?os de la Transici¨®n y atento observador de la pol¨ªtica nacional desde entonces, me hizo reparar en algo que desconoc¨ªa, y, como yo, estoy seguro de que muchos de mis compatriotas: que, con la excepci¨®n de Malta, Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs de la Uni¨®n Europea que nunca ha tenido un Gobierno de coalici¨®n. Y, por lo que parece, nos va a costar tenerlo, a pesar de ser una sociedad tan conciliadora como proclamamos a grandes voces en los bares a partir de la segunda copa o en las reuniones con los amigos con los que estamos de acuerdo en casi todo, especialmente en que los pol¨ªticos que tenemos no nos merecen, y al rev¨¦s. As¨ª las cosas, quiz¨¢ deber¨ªamos plantearnos sustituirlos por otros que est¨¦n a nuestra altura y que reflejen nuestro car¨¢cter con mayor fidelidad, pudiendo decir de ellos que representan nuestras virtudes, esa capacidad de di¨¢logo y ese respeto hacia la opini¨®n del otro que continuamente vemos en las tertulias y en los debates televisivos y en las redes sociales, en las que nos manifestamos con la libertad que dan el anonimato y la impunidad. Puede que en Malta los encontremos.
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