Greta Thunberg y los suyos
Lo que molesta tanto a los adultos de Greta, adem¨¢s de que sea una adolescente, es que la mayor¨ªa sabemos que tiene raz¨®n
?Qu¨¦ es lo que molesta tanto a tantos adultos de Greta Thunberg?
Me parece ¡ªy tratar¨¦ de demostrar¡ª que las reacciones furibundas que la adolescente genera son copias fotost¨¢ticas de las escenas m¨¢s t¨ªpicas de alteraci¨®n hogare?a.
Me refiero a esas escenas o situaciones en las que un hijo o una hija, que hasta hac¨ªa poco eran un ni?o o una ni?a, dejan de ser, de golpe y sin avisar, admiradores de los padres, convirti¨¦ndose en adolescentes que discuten y se oponen al guion preestablecido.
Mientras construyen su individualidad y empiezan, de esta manera, a deconstruir tambi¨¦n su identidad, los adolescentes, sin enterarse apenas de que sus necesidades ¡ªmenudos descarados¡ª y su b¨²squeda de libertad ¡ªmenudos desgraciados¡ª, habr¨¢n de desnudar la fragilidad del poder de sus progenitores, enfrentan a ¨¦stos con sus propias frustraciones.
Y son estas, las frustraciones de los padres: ?C¨®mo tolerar que ese cabr¨®n que deber¨ªa quitarse los granos sepa m¨¢s que uno de mitocondrias?, ?c¨®mo soportar que esa muchachita que no sabe amarrarse los tenis venga a explicarnos ¡ªen voz alta, para colmo, y para colmo de los colmos, sonriendo¡ª qu¨¦ significa esa palabra que se nos enreda en el hocico?, las que Greta est¨¢ pagando, a escala global.
A escala global y, para colmo, en la peor de las circunstancias: porque si el enfrentamiento de los hijos con los padres ¡ªac¨¢ podemos a?adir con los maestros, por no decir, de hecho, con cualquier adulto¡ª, produce en estos una rabia incontrolable, ni qu¨¦ decir hay que, cuando en ese mismo enfrentamiento, en el que se dirime el status quo, es obvio que los v¨¢stagos tienen raz¨®n, aquella rabia incontrolable se convierte en ira inexplicable, adem¨¢s de en la sustancia del peor de los resentimientos.
El peor de los resentimientos: aquel que mana de una situaci¨®n en la que no solo quedamos evidenciados sino que nos vemos obligados a aferrarnos, humill¨¢ndonos ante nosotros mismos y ridiculiz¨¢ndonos ante todos los dem¨¢s, al supuesto desconocimiento de aquello que, en el fondo, conoc¨ªamos de sobra, es decir, de aquello que ten¨ªamos claro. Este es el peor de todos los resentimientos: el que nace en aquellas situaciones en las que, con tal de no darle la raz¨®n al adolescente, negamos la raz¨®n misma de las cosas y, de paso, sacrificamos la raz¨®n que hab¨ªa en nosotros.
En otras palabras: lo que molesta tanto a los adultos de Greta, adem¨¢s de que sea una adolescente, de que haya llegado a evidenciar nuestra falta de raz¨®n y de que abri¨® la tapa del pozo del resentimiento en el que hab¨ªamos estado chapoteando cerca de cuatro mil millones de seres humanos adultos ¡ªni qu¨¦ decir de que, adem¨¢s de todo, la desgraciada, la ni?ita escandinava es mujer¡ª, es que la mayor¨ªa de nosotros, los adultos que habitamos este planeta, sabemos que Greta ¡ªy cuando digo Greta me refiero a los cientos de miles de muchachos como ella¡ª tiene raz¨®n.
Porque si algo est¨¢ claro ¡ªa¨²n a pesar de que nos enroquemos en el falso negativo de nuestro entendimiento, de que cerremos nuestros sentidos y obviemos las evidencias que hay para mantener nuestro hedonismo y de que sigamos enga?¨¢ndonos con el cuento mil veces contado del progreso¡ª es que el calentamiento global es una realidad y que este es consecuencia directa de nuestro paso y de nuestras acciones, es decir, de nuestra influencia negativa sobre el planeta: todo cambi¨® desde el instante mismo en que pasamos de n¨®madas a sedentarios y todo, absolutamente todo, se ha agravado con cada una de nuestras transformaciones y revoluciones.
As¨ª como la agricultura y la ganader¨ªa transformaron las l¨®gicas energ¨¦ticas de la tierra, la miner¨ªa, la revoluci¨®n industrial, las guerras, la conquista del aire, la hiperaceleraci¨®n del capitalismo y, sobre todo, el divorcio de nuestra especie con su espiritualidad, es decir, con ese modo de existir org¨¢nico para con el resto de las especies animales y vegetales ¡ªun divorcio del cual, por cierto, los pueblos ind¨ªgenas de todo el orbe, que luchan como Greta y que, igual que ella y todos los que son como ella, despiertan reacciones furibundas entre quienes solo estamos preocupados de que llegue la hora de cenar y de ver el ¨²ltimo documental sobre la destrucci¨®n del planeta, documental que olvidaremos en cuanto aparezca la cuidad en que vivimos¡ª, han llevado al rojo todas las alarmas.
El peligro que enfrentamos, lo sabemos aunque lo neguemos porque es m¨¢s f¨¢cil hacer esto ¡ªtotal, dentro de poco, nosotros no estaremos y nuestros hijos ver¨¢n qu¨¦ hacen: ?o qu¨¦, no es que eran tan inteligentes?; total, tampoco es tan grave que hayamos convertido a todos los seres vivos en insumos y a todas las cosas inertes en mercanc¨ªas¡ª, es tal que estamos ante la ¨²ltima llamada, como han insistido, otra vez, los y las gretas: si no reducimos a menos de 1,5 grados cent¨ªgrados el aumento de las temperaturas durante los pr¨®ximos 10 a?os, habremos sacrificado a nuestra especie, nuestra civilizaci¨®n y nuestros hijos, en nombre de una cosa: el dinero y lo que ¨¦ste compra.
Por suerte, la soluci¨®n no es una hoja en blanco, aunque implica cambiar nuestra forma de vida y nuestra relaci¨®n con las especies no humanas y con el resto de las cosas: para empezar, debemos modificar nuestra alimentaci¨®n ¡ªy no se trata de dejar, por ejemplo, la carne, sino de asumir otra forma de consumo, tanto en lo que respecta a cantidad como en lo que respecta a crianza y muerte de los animales¡ª; para acabar, hay que transformar nuestra cotidianidad ¡ªusar menos y mejor las energ¨ªas, desde un foco hasta un coche, as¨ª como reciclar todo aquello que sea reciclable, desde el agua hasta un papel o una lata¡ª.
S¨®lo as¨ª, haciendo cosas diminutas y luchando por aquellas que exceden nuestra vida: limitar la extracci¨®n de petr¨®leo, reducir la emisi¨®n de gases de efecto invernadero, controlar nuestro presupuesto de carbono, generar otra forma de pensar y de vivir ¡ªm¨¢s cercana a las de los pueblos ind¨ªgenas, cuyos miembros no s¨®lo son criticados, como Greta, sino que son aniquilados¡ª, y reimaginando el compartir, el cooperar y el asistir, revertiremos la tendencia en las que estamos atrapados, evitando la extinci¨®n masiva y la destrucci¨®n que nos amenazan.
Obviamente, ni lo que escribo ac¨¢ ni lo que han escrito cientos de cient¨ªficos, divulgadores, humanistas, periodistas o activistas, como tampoco lo que Greta y los cientos de miles de adolescentes como ella, ni menos a¨²n lo que han denunciado una y otra vez tantos y tantos defensores del territorio, es nuevo o sorpresivo. Por el contrario, cualquiera que est¨¦ vivo y que viva en este planeta, a excepci¨®n, al parecer, de los pol¨ªticos, lo ha escuchado muchas veces y lo sabe, de una forma u otra forma.
Desgraciadamente, como dice la muchacha que inspira esta columna: "a veces pienso que los autistas somos los normales y el resto de la gente es la que es bastante extra?a". Y es que, al parecer, los normales no estamos dispuestos a cambiar aquello que ha decidido cambiar esa ni?a de diecis¨¦is a?os que tanto nos molesta, aunque la vida de nuestros hijos y del resto del planeta se vaya en ello.
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