Viaje alucinante
LLAMAMOS OJOS a la entrada o a la salida de los t¨²neles por una asociaci¨®n de ideas de la que da cuenta esta imagen. Nos miran, nos observan, nos estudian, como los ojos de esos puentes que llevan siglos tomando nota de los avances y retrocesos de la humanidad y que conocen la biograf¨ªa de los r¨ªos mejor que nosotros nuestra historia. De esa ignorancia del pasado nace precisamente el empe?o de construir viviendas o autopistas en zonas inundables, en cauces, tambi¨¦n llamados ramblas, por los que el agua, cuando llega, discurre con el ¨ªmpetu del torrente sangu¨ªneo de un c¨ªclope. Los ojos de los puentes milenarios, en fin, lo han visto todo, de ah¨ª su mirada tantas veces ir¨®nica.
La de los t¨²neles abiertos en las monta?as con el objeto de crear atajos es m¨¢s profunda que ir¨®nica, menos sentimental tambi¨¦n. Poseen algo de la expresi¨®n de Edipo tras vaciarse las cuencas de los ojos. De ah¨ª que penetremos en ellos, sobre todo si resultan muy largos, con cierta prevenci¨®n, como si entr¨¢ramos en la calavera misma del accidente geogr¨¢fico en el que se han abierto. Los ojos de la fotograf¨ªa corresponden a los del t¨²nel de la AP-7 a su paso por Pilar de la Horadada, en Alicante. Los hombres que conducen la barca parecen salir a la realidad a lomos de una monstruosa l¨¢grima, como en el final de aquella excelente pel¨ªcula de Richard Fleischer titulada Viaje alucinante. No caeremos en la cursiler¨ªa de decir que el t¨²nel llora, pero algo de eso hay. Y no le faltar¨ªan razones para hacerlo tras conocer el estado en el que qued¨® la regi¨®n tras las ¨²ltimas riadas.
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