?Espanto o monumento? Perversiones, conquistas y fracasos de la arquitectura posmoderna
Lo que empez¨® como un antibi¨®tico contra los h¨¦roes modernos y la era de las may¨²sculas en el arte acab¨®, en algunos casos, como arma expresiva en los parques de atracciones. ?D¨®nde termina la iron¨ªa de la rebeli¨®n del posmodernismo y comienza la caricatura?
"Frank, no quiero un edificio corriente, quiero uno que fomente la creatividad". Y a Gehry se le ocurri¨® que nada contentar¨ªa mejor a su amigo el publicista Jay Chiat para sus nuevas oficinas que una entrada en forma de prism¨¢ticos gigantes. Pura posmodernidad. Una broma infinita, como el propio movimiento que representa. Desde finales de los a?os setenta hasta bien entrados los noventa, esta corriente aliment¨® teor¨ªas y fachadas como esta que el autor del Guggenheim de Bilbao levant¨® con los escultores Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen en Los ?ngeles (California) en 1991. Se trataba de un lugar de trabajo distinto, para un ambiente laboral familiar y divertido,?a unos metros de la inmensa playa de Venice Beach, con 300 d¨ªas de sol al a?o.
Veinte a?os despu¨¦s, este acto de histrionismo salvaje y sublime parec¨ªa predestinado a los empleados de Google, que en 2011 se mudaron al edificio. ?Acaso la empresa que ve todo lo que uno hace, piensa y desea podr¨ªa habitar un s¨ªmbolo m¨¢s elocuente que aquellos binoculares gigantes? El edificio cumpl¨ªa un papel importante en la carrera de la tecnol¨®gica por la captaci¨®n de talento contra competidores como Facebook.
El invento de Gehry para Chiat resume a la perfecci¨®n la deriva de la arquitectura posmoderna. A saber: lo extra?o, lo sorprendente, lo juguet¨®n, lo decorativo, lo exagerado, la mezcla. Una chimichanga que promet¨ªa aliviarnos ese dolor de cabeza llamado modernidad, entendida como el imperio de la raz¨®n, la forma y la funci¨®n. Y el remedio ten¨ªa mucho de ambig¨¹edad, nihilismo y sarcasmo.
El monumento fallido de Oiza
Los gal¨¢cticos de la arquitectura posmoderna (Robert Venturi, Michael Graves, Hans Hollein, Philip Johnson o Ricardo Bofill, adem¨¢s del propio Gehry) eran fundamentalistas del eclecticismo. Es decir, no estaban dispuestos a renunciar a nada. Incluso el historicismo les ven¨ªa bien: la presencia del pasado en sus proyectos era un elemento tanto o m¨¢s importante que la funci¨®n del edificio. Es puro onanismo: arquitectura que habla de arquitectura.
El Palacio de Festivales de Cantabria (Santander), obra de Francisco Javier S¨¢enz de Oiza, es un grandioso ejemplo de aquello: inaugurado en 1991, cumple a la perfecci¨®n eso que Fredric Jameson ¨CEl posmodernismo o la l¨®gica cultural del capitalismo avanzado (Paid¨®s, 1991)¨C defini¨® como "superficialidad posmoderna", en alusi¨®n a la fachada como el lugar preferido de la arquitectura contempor¨¢nea. En este caso, la m¨¢scara que Oiza invent¨® era una revisi¨®n neofara¨®nica del orden d¨®rico inspirada en el norteamericano Michael Graves. Un arquitecto posmoderno con quien compart¨ªa "la lectura del pasado mediante la estilizaci¨®n de elementos enmarcados en un volumen neto", ha escrito Carmen Bermejo Lorenzo, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Oviedo.
Cantabria quer¨ªa un s¨ªmbolo para la nueva era, la de las autonom¨ªas. Los ochenta abr¨ªan la puerta al futuro y a las inversiones grandiosas: gracias a las modificaciones exigidas por el gobierno local al proyecto original ¨Cun auditorio de tama?o medio¨C, casi 7.000 millones de pesetas (42 millones de euros) fueron invertidos en el enorme edificio de S¨¢enz de Oiza, que naci¨® para ser el referente de la nueva vanguardia.
Sin embargo, la posterior especulaci¨®n, lo enterr¨® bajo parches arquitect¨®nicos, nuevas edificaciones que fueron surgiendo alrededor y arruinaron su condici¨®n de estrella de la bah¨ªa, perjudicando su imagen y su percepci¨®n p¨²blica. El ¨²ltimo en atacar sus hoy deslucidas cubiertas de cobre verde, en contraste con la piedra caliza y los m¨¢rmoles de la fachada, ha sido el Centro Bot¨ªn: la versi¨®n tecnol¨®gica de lo que hoy entendemos por arquitectura-espect¨¢culo.
El "no" al posmodernismo (y el s¨ª de Disney)
Una d¨¦cada antes del monumento fallido de Oiza, en 1980, su inspirador, Michael Graves, rey de la iron¨ªa neoclasicista, hab¨ªa culminado su proyecto figurativo con las oficinas municipales de Portland (Oreg¨®n). El Edificio Portland es un cubo cuyos lados est¨¢n cubiertos de pilastras estriadas, capiteles salientes, guirnaldas planas y una figuraci¨®n que parece de cart¨®n piedra. Muy fiel al "cobertizo decorado" que promulg¨® Venturi, primer ide¨®logo del movimiento, al que otros como?Kenneth Frampton, profesor de arquitectura de la Universidad de Columbia y cercano a Graves, le reprocharon en cambio haberse pasado a "una gratuita afici¨®n por la monumentalidad escenogr¨¢fica".
Seg¨²n algunos, hay un antes y un despu¨¦s del Portland: "Es el primer monumento del clasicismo posmoderno", proclam¨® el brit¨¢nico Charles Jencks, quien tres a?os antes hab¨ªa publicado El lenguaje de la arquitectura posmoderna, y cuya casa londinense ocupa la portada del ¨²ltimo n¨²mero de ICON Design. Karen Nichols, colaboradora en los principales proyectos del norteamericano, lo explica: "Graves hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que para que la arquitectura fuera m¨¢s intuitiva y f¨¢cil de aceptar por un p¨²blico amplio deb¨ªa ser figurativa. La intenci¨®n era darle al transe¨²nte, o al espectador, la oportunidad de empatizar con los edificios que le rodeaban".
Sin embargo, en 1985, la opini¨®n p¨²blica empezaba a sospechar de tanta alegr¨ªa neocl¨¢sica y Graves sufri¨® el rechazo de los vecinos de Nueva York, que se manifestaron contra ¨¦l como responsable de la ampliaci¨®n del Museo Whitney al grito de "No Mo' Pomo!", o sea, "?No m¨¢s posmo!". Tampoco ayud¨® que, a partir de entonces, se dedicara a atender los encargos de Disney para construir algunos de sus edificios emblem¨¢ticos, como el resort Cisne y Delf¨ªn, en 1999, en el parque?Walt Disney World de Orlando.
De la rebeli¨®n al rid¨ªculo
Maldita met¨¢fora: esta rebeli¨®n art¨ªstica, cuyo origen hab¨ªa sido triturar la modernidad, acab¨® en parques tem¨¢ticos. El posmodernismo aniquil¨® la era de las may¨²sculas y los h¨¦roes modernos, se invent¨® como antibi¨®tico contra los convencionalismos de acero y cristal del estilo internacional, pero acab¨® deglutido por el sistema como un simp¨¢tico decorado para familias o como reclamo arquitect¨®nico para que las empresas reclutaran talento.
"La arquitectura posmoderna se enred¨® en un ornamentalismo delirante y para mediados de la d¨¦cada de los ochenta ya era un f¨®sil que no exhib¨ªa otra cosa que el rid¨ªculo. Podr¨ªamos pensar que este movimiento fue, en t¨¦rminos de Carl Schmidt, un interludio est¨¦tico en una ¨¦poca que tender¨ªa, inevitablemente, hacia la tecnocracia", sostiene Fernando Castro Fl¨®rez, autor de Est¨¦tica de la crueldad (F¨®rcola).
Una de las cumbres de ese ornamentalismo kitsch cristaliz¨® en la Piazza d¡¯Italia, un proyecto para Nueva Orleans de Charles Moore que se inaugur¨® en 1978. Es la culminaci¨®n populista de la broma posmoderna, un maravilloso ejercicio que doblega la funci¨®n ante la forma y entiende la arquitectura como un acto de posesi¨®n del territorio. Igual que Graves y Venturi, Moore siempre insisti¨® en buscar medios de expresi¨®n con los que el habitante pudiera conectar. Para esta plaza p¨²blica aplic¨® colores a los ¨®rdenes cl¨¢sicos reciclados y remezclados, una sobredosis de iron¨ªa y una apariencia electrizantemente falsa.
?D¨®nde acaba la iron¨ªa y empieza la caricatura?
Si este revival renacentista ten¨ªa como objetivo definir la identidad norteamericana, la cuesti¨®n sin resolver es si estamos ante una simple operaci¨®n de chapa y pintura o una profunda reflexi¨®n ¨¦tica sobre los valores de la arquitectura.
El problema posmoderno es que, una vez ha dejado la verdad en n¨²meros rojos, el histrionismo se forra y se multiplica. Es dif¨ªcil saber si los delirios de los hoteles de Las Vegas son una excepci¨®n o la norma, porque entre la parodia y la iron¨ªa hay una frontera demasiado fina. La plaza de Moore es m¨¢s par¨®dica, por ejemplo, que la construcci¨®n en el 550 de la Avenida Madison, originalmente Edificio AT&T, un rascacielos de casi 200 metros de altura y 38 plantas en el cogollo de Manhattan. Su autor, Philip Johnson ¨Cprimer premio Pritzker de la historia y art¨ªfice de las torres KIO de Madrid¨C la inaugur¨® en 1980: un elegante ejemplo de posmodernidad historicista para los golden boys de AT&T, la gran empresa de comunicaci¨®n.
Nadie se hab¨ªa atrevido a romper con la fr¨ªa est¨¦tica de los rascacielos a esa escala, ni as¨ª: con revestimiento de granito rosa (el mismo de la fachada de la Terminal Grand Central), un espectacular arco de entrada de siete plantas de altura y remate en front¨®n abierto, como si fuera una vitrina Chippendale. Lo han definido como la perfecta fusi¨®n de la rebeld¨ªa est¨¦tica y la sensibilidad corporativa. Y cuando, el a?o pasado, recibi¨® la categor¨ªa de edificio protegido, tambi¨¦n se convirti¨®, oficialmente, en el monumento m¨¢s joven de Nueva York. La broma infinita se pone seria.
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