El renacimiento chino y la mirada occidental
La Rep¨²blica Popular ha conmemorado sus 70 a?os de existencia con los objetivos de afianzar la prosperidad material, recuperar la confianza en su propia voz y ser capaz de definir su propia modernidad
El pasado 1 de octubre Pek¨ªn celebr¨® con un extraordinario desfile militar el 70? aniversario de la Rep¨²blica Popular surgida de la revoluci¨®n comunista de Mao en 1949. En 70 a?os de historia, China, un pa¨ªs subyugado por la pobreza, las guerras y el hambre, ha pasado a ser la segunda potencia econ¨®mica mundial, y sus gobernantes, anta?o revolucionarios, son hoy en d¨ªa los art¨ªfices de esta prosperidad.
Hace ya tiempo que China desmont¨® la tesis weberiana que afirmaba que culturas de base confuciana eran incompatibles con el capitalismo. Tambi¨¦n lo ha hecho con las teor¨ªas de evoluci¨®n pol¨ªtica seg¨²n las cuales la aparici¨®n de la burgues¨ªa en China forzosamente implicar¨ªa un cambio hacia la democracia, o las m¨¢s recientes, que confiaban el potencial de Internet como dinamizador de un cambio pol¨ªtico. China vuelve a romper esquemas desmontando todas las profec¨ªas que, desde Occidente, se hab¨ªan hecho acerca de su futuro.
?No ser¨¢, acaso, que Occidente tiene un problema de percepci¨®n hacia China?
Desde el siglo XVI hasta la actualidad, la visi¨®n de China en Occidente se ha debatido entre la admiraci¨®n hacia una cultura milenaria y la reprobaci¨®n de su sistema de gobierno. Voltaire, el ilustrado m¨¢s entusiasta de China, vio en Confucio la ¡°racionalizaci¨®n de la divinidad¡±, y consider¨® el sistema pol¨ªtico imperial chino como el m¨¢s avanzado del orbe. Pero la Revoluci¨®n Francesa puso fin a la ola de admiraci¨®n por China que hab¨ªa cautivado a los fil¨®sofos ilustrados e inici¨® una nueva narrativa que iba a dejar a China fuera del motor de la civilizaci¨®n: la narrativa del progreso.
El ascenso de China permite acercarnos a un pensamiento hol¨ªstico, clave para gestionar un mundo global
Diderot calific¨® a China como civilizaci¨®n ¡°contraria a la ley del progreso natural¡±, Kant concluy¨® que ¡°carec¨ªa de filosof¨ªa¡± y Hegel tild¨® al confucianismo de ¡°moral vulgar¡±. Hasta el mism¨ªsimo Karl Marx, venerado en China desde hace un siglo, tuvo que enunciar el ¡°modo de producci¨®n asi¨¢tico¡± (un estadio al margen del progreso) para encajar a China en la historia de la humanidad. Ni siquiera el movimiento rom¨¢ntico, con su mirada ben¨¦vola y orientalista, ser¨ªa capaz de elevar la percepci¨®n de China tras el envite de los profetas del progreso. A¨²n m¨¢s lacerante para China fue el impacto que las teor¨ªas evolucionistas y su corolario, el racismo cient¨ªfico, tuvieron en las ciencias sociales del siglo XX.
El final de la guerra fr¨ªa y la oleada de democratizaci¨®n que vivi¨® el globo hizo pensar a Occidente que tambi¨¦n hab¨ªa llegado la hora de China, la hora de su homologaci¨®n en el tren de la modernidad y de su redenci¨®n pol¨ªtica en forma de una v¨ªa democr¨¢tica. El desde entonces inminente colapso del sistema de partido ¨²nico en China no ha tenido lugar. ?Qu¨¦ ha fallado en las previsiones de tantos analistas pol¨ªticos occidentales? ?Hemos estado percibiendo una realidad que no es tal?
Hemos articulado la percepci¨®n de China a lo largo de los siglos sobre par¨¢metros mentales muy occidentales y que, inconscientemente, distorsionan su esencia. Voltaire ensalzaba China porque ve¨ªa en ella la inspiraci¨®n de un modelo pol¨ªtico, el despotismo ilustrado, que acabara con los privilegios de la Iglesia y la aristocracia; las teor¨ªas sobre la inferioridad moral y biol¨®gica de la raza asi¨¢tica que elabor¨® la academia decimon¨®nica sirvieron para justificar el imperialismo, y el modelo de democracia liberal sigue necesitando reafirmarse aun cuando ya est¨¢ extinto el modelo sovi¨¦tico.
Contemplar la historia nos permite ver c¨®mo a lo largo de los ¨²ltimos tres siglos ha tenido lugar el choque de dos concepciones bien distintas del devenir del tiempo: la concepci¨®n lineal, y volcada hacia el futuro de la Europa moderna, y la concepci¨®n c¨ªclica o circular de la historia en China, volcada no en la consecuci¨®n de un fin, sino en restablecer el equilibrio perdido. La historia de la modernidad occidental es una marcha lineal hacia la libertad. La historia de China es la sucesi¨®n en espiral de dinast¨ªas, que, aun siendo hijas de su tiempo (no eran lo mismo los Tang que los Ming o los Qing), consolidaron a lo largo de los siglos la misma estructura de poder, otorgando al mundo una imagen casi m¨ªtica de inmutabilidad. Despotismo, s¨ª, pero con sus propios mecanismos de regulaci¨®n; el abuso y mal gobierno de monarcas y mandarines culminaba inexorablemente con una revoluci¨®n campesina que derrocaba la dinast¨ªa y entronizaba una nueva. La ¨²ltima de estas revueltas tuvo lugar en 1949 y acaba de conmemorar los 70 a?os de supervivencia de su linaje.
Con el empuje modernizador de los dos ¨²ltimos siglos, Occidente aceler¨® todav¨ªa m¨¢s esa linealidad, haci¨¦ndola soberbiamente excluyente en el siglo XX. Y, ciegos, no alcanzamos a ver lo que realmente estaba ocurriendo en China. China estaba inmersa en el ajuste de su ultima espiral, en la remontada del ¨²ltimo declive, cuando Puyi, el emperador que inmortaliz¨® Bertolucci, abandon¨® la ciudad prohibida. Un ajuste complejo que le ha llevado a China algo m¨¢s de un siglo.
Occidente es impaciente, y China tiene sus tempos¡
La inercia hist¨®rica es muy fuerte; el Gobierno de Pek¨ªn es heredero de una tradici¨®n de despotismo letrado
Durante todo el siglo XX, China ha estado contemplando a Occidente, los ca?ones de las guerras del Opio produjeron tanta desconfianza como admiraci¨®n, y muchas de las recetas de modernizaci¨®n con las que ha experimentado a lo largo de este siglo (republicanismo, marxismo-leninismo y liberalismo econ¨®mico) son recetas occidentales. China incluso ha estado subyugada intelectualmente por Occidente; ese af¨¢n por superar una fase hist¨®rica en la que se le dijo que estaba al margen del progreso le llev¨® a despreciar su propio pasado confuciano por ¡°feudal¡±, y a abrazar la nueva fe del comunismo. Pero la inercia hist¨®rica es muy fuerte, y el Gobierno de hoy en China es ante todo culturalmente chino, heredero de una larga y sofisticada tradici¨®n de despotismo letrado.
China vuelve a ser ella misma, solo hay que contemplarla para darse cuenta.
El 70? aniversario de la fundaci¨®n de la Rep¨²blica Popular no solo festeja el ¨¦xito de un proyecto pol¨ªtico, tiene adem¨¢s como tel¨®n de fondo el anhelo por alcanzar un proyecto hist¨®rico: el ¡°gran renacimiento de la naci¨®n china¡±. En este renacimiento por supuesto est¨¢ impl¨ªcita la idea de prosperidad material, pero sobre todo supone para China recuperar la confianza en su propia voz, ser capaz de definir su propia modernidad, y acabar as¨ª con el ¨²ltimo eslab¨®n colonial con Occidente, el de arrogarse este ¨²ltimo la autoridad en definir los paradigmas culturales en los que se inscribe el desarrollo de la humanidad. El ascenso de China probablemente nos obligue a contemplarla con una mirada m¨¢s amplia que no est¨¦ tan mediatizada por la aversi¨®n occidental a la autocracia y sea capaz de desvelar el enorme potencial de complementariedad que existe con la apertura al universo mental chino, adiestrado para pensar en lo hol¨ªstico, lo integral y en el conocimiento relacional, aspectos clave para gestionar un mundo global.
Contemplar a China nos lleva forzosamente adem¨¢s a reflexionar sobre nosotros mismos; como afirmaba Simon Leys, el encuentro con China nos permite ¡°medir por fin con m¨¢s exactitud nuestra propia identidad, y percibir qu¨¦ parte de nuestra herencia proviene de la humanidad universal y qu¨¦ parte no hace sino reflejar simples idiosincrasias indoeuropeas¡±. Humildad y una buena dosis de audacia intelectual es todo lo que necesitamos para avanzar as¨ª hacia lo que siempre ha sido el motor del conocimiento en Occidente, la b¨²squeda de lo verdaderamente universal.
Mariola Moncada Durruti es historiadora.
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