Rodar el fin del mundo
Incluso en el apocalipsis un artista ha de acercarse a tomar notas donde est¨¦n una madre y su hijo, porque lo interesante siempre es el origen de las cosas, no su final
Hay una pel¨ªcula en las carteleras que empieza y acaba con escenas reales del fin del mundo, y entremedias muestra su hermosa y lenta extinci¨®n; un universo agonizando, que resiste por unas pocas mujeres, unos pocos hombres y unos pocos animales. Se trata de O que arde, cinta indie de presupuesto peque?o, que triunf¨® en Cannes y en la que Oliver Laxe rueda varias escenas en vivo, sin guion, con la acci¨®n real del ser humano y la naturaleza: una destrucci¨®n ¨ªntima, la de los ¨¢rboles crujiendo en la noche mientras se desploman por la acci¨®n de los buld¨®ceres, y otra estruendosa e infernal, la de un incendio devastador. Impresiona ver el fuego desde dentro, impresionan los sonidos, las voces de los bomberos y los vecinos y la desesperaci¨®n de todos ellos, unos por no tener medios y otros por ver sus casas a punto de la destrucci¨®n. Pero lo que de verdad impresiona, como siempre, es una madre y un hijo. Incluso en el apocalipsis, de producirse, un artista ha de acercarse a tomar notas donde est¨¦n una madre y su hijo, porque lo interesante siempre es el origen de las cosas, no su final.
La sinopsis de la pel¨ªcula cuenta que Amador sale de la c¨¢rcel tras cumplir dos tercios de su condena por incendiar un monte, y regresa a casa de su madre, Benedicta, que tiene una peque?a cosecha, dos vacas y una perra. Es el hombre soltero del campo, el que de alg¨²n modo parece que emigr¨® a la ciudad y se volvi¨® (lo ha contado Laxe en las entrevistas: la delatora cazadora de cuero con la que saca a las vacas), y ahora vive encerrado en un plano liso, voluntariamente marginal, en el que se oyen los gallos y el cencerro de esas vacas tan protagonistas de la cinta como la idea de fuerza que late durante la historia: que quien es condenado por un crimen es sospechoso de los siguientes, por eso la justicia es importante, porque a menudo el castigo es eterno, aunque sea injusto, y eso lo acabamos pagando todos.
Es en los di¨¢logos de la madre y el hijo, las escenas que protagonizan juntos, la relaci¨®n que tienen con la naturaleza y sus poqu¨ªsimos vecinos, donde mejor se calibra la evaporaci¨®n de ese mundo rural adonde no llega el Estado ni se le espera, y cuando llega lo hace con la manguera picada. Si uno fija la mirada puede llegar a observar c¨®mo desaparece todo de tal forma que lo que arde no es el monte ni las casas, sino un tiempo y un lugar peleado por quienes lo habitan sin ninguna esperanza ni ayuda; Laxe pudo rodar escenas reales e incluirlas en la pel¨ªcula porque a la vida en esas tierras no le hace falta ninguna ficci¨®n, del mismo modo que a los int¨¦rpretes protagonistas (Amador Arias, Benedicta S¨¢nchez) no les hizo falta cambiarse el nombre. Y hay en la historia una lectura pol¨ªtica que la convierte en un objeto extraordinario y revolucionario, una llamada de atenci¨®n que rechaza la caridad, la condescendencia o el paternalismo, y que se revuelve entre el fuego sin la l¨¢stima y el llanto del irremediable porvenir con el que tantas veces la clase pol¨ªtica gallega ha despejado sus problemas m¨¢s graves, tambi¨¦n los incendios: el ¡°es lo que hay¡± y el ¡°qu¨¦ se le va a hacer¡±.
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