Un d¨ªa cualquiera
Preparar una fiesta, saltar de una ventana, empezar una campa?a electoral: nada nuevo bajo el sol
Un d¨ªa cualquiera Miss Dalloway sali¨® a comprar flores porque celebraba esa noche una fiesta en su casa. La llamada Gran Guerra acababa de terminar. Iba pensando en sus cosas, le contaron que un viejo amigo regres¨® de la India. Hab¨ªa estado a punto de casarse con ¨¦l. Eran entonces j¨®venes, y ahora entiende que hizo bien en dejarlo plantado: hubieran terminado por destruirse. Quer¨ªa compartirlo todo, examinarlo todo, y eso era intolerable. La se?ora Dalloway tiene m¨¢s de 50 a?os, siente que es invisible, lleva el pelo ya canoso.
Las calles de Londres est¨¢n llenas de gente. Por ah¨ª anda tambi¨¦n Lucrezia Warren Smith, que est¨¢ sentada con su marido en la gran avenida de Regent¡¯s Park. Al pobre joven no le pasa nada grave, pero anda un poco desanimado. Septimus fue de los primeros en alistarse para defender Inglaterra, se hizo un hombre en las trincheras, ascendi¨® e hizo muy buenas migas con su oficial, un tal Evans. Lo mataron en Italia muy poco antes de que se firmara el armisticio. Septimus ¡°se felicit¨® de no sentir casi nada, y lo poco que sent¨ªa sentirlo de manera muy razonable¡±, cuenta Virginia Woolf en La se?ora Dalloway. Pero, de pronto, ha empezado a tener accesos de miedo.
Estrictamente hablando, y trat¨¢ndose de un d¨ªa cualquiera, no hay nada que contar. Clarissa, la se?ora Dalloway, vuelve una y otra vez a sus a?os de juventud. Ya en su casa, se acuerda de su amiga Sally, tan independiente siempre, tan arrojada. Un d¨ªa en Bourton, al pasar junto a un jarr¨®n de piedra, cogi¨® una flor y la bes¨® en los labios. ¡°?Fue como si el mundo se hubiera puesto cabeza abajo!¡±.
Clarissa se pone a zurcir el desgarr¨®n del vestido que quiere lucir por la noche y, en esas, recibe la sorpresiva visita de Peter Walsh, el amigo que viene de la India. Se sienten un tanto extra?os, hablan de trivialidades, pero el pasado se les cuela sin que se den cuenta. Y ¨¦l, ¡°repentinamente zarandeado por aquellas fuerzas incontrolables¡±, se pone a llorar. A llorar y llorar sin la menor verg¨¹enza. Ella le coge de la mano, lo besa. Escribe Virginia Woolf que entonces se le vino una idea a la cabeza: ¡°?Si me hubiera casado con ¨¦l, este j¨²bilo habr¨ªa sido m¨ªo las 24 horas del d¨ªa!¡±. Todav¨ªa le da tiempo a fantasear. Le gustar¨ªa decirle a Peter que la llevara consigo ¡ªcomo si ¨¦l fuera a irse a alguna parte¡ª e imagina en un instante lo que pudo ser una vida a su lado. Despierta, ya todo ha terminado.
Septimus, en otro rinc¨®n de Londres, no lo lleva bien, ha hablado de suicidarse. Escucha la voz del oficial Evans, su amigo: piensa que los muertos lo acompa?an. Lucrezia arrastra a su marido a los m¨¦dicos. Es un d¨ªa cualquiera. La historia irrumpe a veces en las vidas de las personas y termina por dejarlas devastadas. Los m¨¦dicos no ayudan a Septimus, quieren imponerle un tratamiento que rechaza. Van a buscarlo para internarlo. Septimus est¨¢ en una casa de hu¨¦spedes en Bloomsbury delante de una ventana. La abre, se tira al vac¨ªo.
Clarissa celebra su fiesta, asisten Sally, Peter y un mont¨®n de gente. ¡°Como somos una raza sin esperanza, encadenada a un barco que se hunde¡±, ha pensado alguna vez, ¡°aliviemos los sufrimientos de nuestros compa?eros de prisi¨®n¡±. Es decir, ¡°seamos todo lo decentes que podamos¡±. Es un d¨ªa cualquiera, y en Espa?a ha empezado la campa?a electoral.
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