Por qu¨¦ los espa?oles tienen un cerebro cojonudo, seg¨²n Unamuno
El escritor hizo un diagn¨®stico pesimista y acertado de Espa?a y de los espa?oles, que calza como un guante tanto en la brutalidad del exterminio de la Guerra Civil como en la sociedad tensionada de 2019
As¨ª dijo Jacinto Benavente en uno de sus cr¨ªpticos retratos: ¡°Me entusiasman esas personas que, sea cualquiera el asunto de que se trata, son siempre de la opini¨®n contraria. No hay que decir si admirar¨¦ a don Miguel de Unamuno¡±. El halago alambicado de Benavente nos sit¨²a ante el rasgo m¨¢s notorio de un personaje que, en opini¨®n del escritor Andr¨¦s Trapiello, fue ¡°el hombre m¨¢s libre de Espa?a¡±. Primero socialista, liberal casi siempre, contradictor de profesi¨®n, result¨® cristiano angustiado por la disoluci¨®n de su yo en la nada. Arbitrario e insociable (¡°yo soy as¨ª, incapaz de dar conversaci¨®n a personas indiferentes sobre motivos a¨¦reos y pasajeros¡±), fant¨¢stico funambulista de la metaf¨ªsica (¡°la personalidad no se reduce a la voluntad de ser; consiste tambi¨¦n en so?ar que lo es y en ser so?ada¡±), el rector por antonomasia de la Universidad de Salamanca se construy¨® a s¨ª mismo sobre un mon¨®logo interminable.
Alguno de sus ex¨¦getas asegura que ¡°escrib¨ªa para pensar¡±. Ten¨ªa un ego oce¨¢nico y en ¨¦l quiso sumergir Espa?a entera y al cristianismo universal, bien que, como todo lo suyo, pasado por el tamiz de la angustia. En el supuesto de que exista una entidad m¨ªstica llamada Espa?a, su espejo y su m¨¢scara ser¨ªa Unamuno. Su pensar en permanente convulsi¨®n, heredado de Soren Kierkegaard, nunca se escabull¨® ante una controversia. Tan profeta como escritor, vivi¨® en p¨²blico, monolog¨® en p¨²blico y ofreci¨® sus llagas y tormentos al p¨²blico. Marcelino Domingo, ministro de Agricultura y de Instrucci¨®n P¨²blica con la Rep¨²blica, que presum¨ªa abusivamente de conocerle bien, le interpel¨® de esta guisa: ¡°Hombres como usted nos dieron a conocer el alma de Espa?a¡±. En los esquemas psicol¨®gicos de Jung, que apenas pueden aplicarse a Unamuno sin que resulten desbordados por las costuras, don Miguel responder¨ªa al tipo introvertido. La introversi¨®n confiere al individuo una figura exterior impenetrable y una conducta parad¨®jica en apariencia, porque es lo que sucede en su intimidad lo que gu¨ªa sus acciones. El modelo jungiano solo explicar¨ªa una parte de don Miguel; siendo introvertido, se fabric¨® un universo de extraversi¨®n para incubar en ¨¦l sus monodi¨¢logos.
Mientras dure la guerra, el filme de Alejandro Amen¨¢bar, construye una imagen desle¨ªda, desafortunada por lo pobre, del singular tormento interno y externo de don Miguel durante los meses que van desde el golpe militar de julio de 1936, inicio de una guerra de exterminio perpetrada por el que resultar¨ªa bando vencedor, hasta el 31 de diciembre de ese mismo a?o, ¨²ltimo d¨ªa de su vida. Quien quiera entender el desgarro que infligieron en ¨¦l la guerra (in)civil y su atropellada ingenuidad cuando decidi¨® apoyar la rebeli¨®n militar ¡°como si fuera una Cruzada¡±, acuda al libro Agonizar en Salamanca, de Luciano Gonz¨¢lez Egido, o al Diario final del propio Unamuno.
Las im¨¢genes de Amen¨¢bar no est¨¢n a la altura de su personaje principal, or¨¢culo y hereje. La pel¨ªcula est¨¢ cimentada en un error argumental: un enfrentamiento entre Unamuno y Mill¨¢n-Astray. El horror que poco a poco se va adue?ando del ¨¢nimo del rector de Salamanca se pone en escena como un entrem¨¦s dialogado entre bustos parlantes que acaba perdi¨¦ndose en la insulsez. Amen¨¢bar no sabe qu¨¦ hacer con el motor de la angustia unamuniana, detonada por la carnicer¨ªa procaz de la maquinaria rebelde. Monta secuencias tan febles como la colocaci¨®n de la bandera mon¨¢rquica, sospechosamente inspirada en el Tomorrow belongs to me de Cabaret; apenas relampaguean la entrevista de Unamuno con Franco y Carmen Polo, en la que aparece un apunte afilado de la cazurrer¨ªa psicop¨¢tica de Paca la Culona (el apodo es de Queipo de Llano). En consecuencia, el desbordamiento en el paraninfo de la indignaci¨®n prof¨¦tica unamuniana carece de soporte dram¨¢tico previo y es incapaz de mostrar en carne viva la visceralidad del conflicto entre la pasi¨®n unamuniana y la brutalidad franquista.
Mientras dure la guerra, de Amen¨¢bar, construye una imagen desle¨ªda del tormento de don Miguel en los meses tras el golpe
Hubiese sido m¨¢s prometedor ¡ªy dif¨ªcil de resolver¡ª orquestar un duelo, un adversus, entre Unamuno y Franco. Frente a frente, el intelectual sat¨¢nicamente soberbio, ego¨ªsta y autoproclamado debelador de esto y aquello, el que acus¨® a Alfonso XIII de estar perdido y de perdernos, el que se enfrent¨® a cara de perro con Primo de Rivera, el hombre que llevaba un maelstrom de incertidumbres y terrores dentro de s¨ª, contra el peque?o manipulador psic¨®pata, mediocre estratega, intelecto entre mediocre y p¨¦simo, fr¨ªo sepulturero de media Espa?a, el autor de la frase ¡°pobrecito, a ese lo fusilaron los nacionales¡±, el que se jact¨® de que a ¨¦l la prensa siempre le hab¨ªa ¡°tratado muy bien¡±, el ejemplo m¨¢s acabado de un individuo de conciencia ausente y crueldad sistem¨¢tica. Una personalidad s¨¢dica de manual. ?No eran los antagonistas debidos para representar un drama que pagaron con su sangre cientos de miles de espa?oles entre 1936 y 1939?
Sean cuales fuesen las debilidades filos¨®ficas de Unamuno, muchas y f¨¢ciles de detectar, tuvo un diagn¨®stico acertado, pesimista de oficio, sobre Espa?a y los espa?oles. De sus males seculares, como se dec¨ªa en su tiempo. Quiz¨¢ por un efecto ¨®ptico pero asombroso, el dictamen inapelable de Unamuno calza como un guante tanto en la brutalidad del exterminio de la Guerra Civil como en la sociedad tensionada de 2019. Para don Miguel, Espa?a viene definida por una insociabilidad profunda causada por lo que ¨¦l llamaba ideocracia. Nadie podr¨¢ negar la justeza de la sentencia: ¡°Aqu¨ª hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo. Aqu¨ª lo arreglamos todo con afirmar o negar redondamente, sin pudor alguno, fundando bander¨ªas¡±. Las ideas de los espa?oles, explic¨® el ensayista bilba¨ªno, son ¡°escuetas y perfiladas a buril, esquinosas, ideas hechas para la discusi¨®n escol¨¢stica, sombras de mediod¨ªa meridional¡±. M¨¢s a¨²n: ¡°Aqu¨ª las ideas se presentan en rosarios de sentencias graves¡±, sin contexto, circunstancias ni franjas de entendimiento (lo que Unamuno llamaba nimbos). ¡°Los espa?oles no tenemos m¨¢s que la apariencia de sociabilidad, una franqueza campechana de pura forma¡±. La simpat¨ªa capciosa, la mercanc¨ªa sin valor que m¨¢s se compra en Espa?a, ha resultado ser un estupefaciente hist¨®rico que oculta la intemperancia b¨¢sica de la vida espa?ola.
El profetismo carism¨¢tico de Unamuno, opuesto al inerte sadismo de Franco, culmina en un amargo presentimiento: ¡°Nunca habr¨¢ paz para nosotros¡±. Los espa?oles no est¨¢n hechos para que sus ideas engranen entre s¨ª y puedan establecer t¨¦rminos de acuerdo. Cada idea crea a su alrededor una membrana de repudio; ¡°estas gentes¡±, proclam¨® el rector en una carta a Maragall, ¡°tienen un cerebro cojonudo. Quiero decir que en la mollera en vez de sesos tienen test¨ªculos¡±.
La t¨®rrida esencialidad de Unamuno es sentida irracionalidad; pero basta escuchar a Torra, Abascal, Casado, Puigdemont o Rivera, por citar mentes (es un decir) contempor¨¢neas, para temer que estaba en lo cierto.
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