El mayor espacio del mundo dedicado a la historia de la medicina
El Museo de la Ciencia de Londres despliega tres millares de objetos en un recorrido que utiliza la tecnolog¨ªa y el arte para acercar al p¨²blico no experto
Desde la engorrosa visita al dentista hasta cuestiones de mayor calado para la salud, ¡°todos tenemos nuestra propia historia de la medicina¡±, subrayan los responsables del Museo de la Ciencia de Londres en su ambici¨®n de ¡°aunar ese aspecto humano con la investigaci¨®n cient¨ªfica y las posibilidades que brindan las nuevas tecnolog¨ªas¡±. El resultado de ese prop¨®sito es el estreno este s¨¢bado en su sede del barrio de South Kensigton del mayor espacio del mundo consagrado a la historia de la medicina, con un despliegue de tres millares de objetos que proponen un recorrido did¨¢ctico y ameno, pero tambi¨¦n riguroso, a lo largo de cinco siglos.
Entre el sinf¨ªn de piezas que casi copan la primera planta del museo (donde una remodelaci¨®n de 24 millones de libras ha ampliado el espacio hasta los 3.000 metros cuadrados) destacan el primer estetoscopio de la historia y el primer esc¨¢ner de resonancia magn¨¦tica, cuyas 2,5 toneladas de peso contrastan con la delicadeza de un hospital en miniatura armado en 1932 con fines publicitarios. O el singular dise?o de una plataforma en forma de disco que lleva insertadas decenas de c¨¢lculos renales y biliares, y que forma parte del empe?o de presentar la colecci¨®n de un modo no s¨®lo atractivo sino en ocasiones casi art¨ªstico.
En palabras de la responsable del proyecto, Natasha McEnroe, ¡°aqu¨ª todo el mundo puede encontrar algo que le interese¡±: tanto los expertos que ver¨¢n accesibles los impresionantes fondos m¨¦dicos de la instituci¨®n, reunidos en la llamada colecci¨®n Wellcome, como un p¨²blico de a pie ¡°para el que los museos tenemos que ser relevantes, explicando lo que exponemos sin dar por sentado un conocimiento previo¡±. A ese p¨²blico, que supone 3,17 millones de visitante anuales al Museo de la Ciencia y del que la mitad es internacional, est¨¢n especialmente destinados los paneles interactivos con informaci¨®n gr¨¢fica de los objetos y la posibilidad de indagar sobre estos en el ¨¢mbito virtual. Como, por ejemplo, entrando en una preciosa farmacia victoriana forrada de madera y, tras escuchar c¨®mo el boticario hace recomendaciones a los clientes, ¡°ayudarle¡± (digitalmente sobre unas pantallas dispuestas sobre el mostrador) a mezclar los ingredientes de una receta en el mortero.
El conjunto exhibido est¨¢ hilvanado en cinco galer¨ªas tem¨¢ticas que nos hablan de la vocaci¨®n de entender nuestro cuerpo, invitan a explorar una diversidad de artefactos m¨¦dicos antiguos o de nuevo cu?o, abordan el ¨¢mbito de las terapias, tratamientos y drogas, relatan experiencias personales de los pacientes (con fotos, v¨ªdeos y audios) y concluyen en un espacio ¡°contemplativo¡± titulado Fe, Esperanza y Miedo. En esta ¨²ltima sala (¡°la menos cient¨ªfica¡±, apunta McEnroe), donde impera una selecci¨®n de deidades religiosas y amuletos antiguos destinados a combatir el mal de ojo o buscar sanaciones milagrosas, luce tambi¨¦n una de las dos esculturas encargadas por el museo para celebrar el estreno: Santa Medicina, obra de la artista Eleanor Crook, que juega con ese mundo de la superstici¨®n y la religi¨®n.
La segunda estatua, ejecutada en bronce por Marc Quinn, ejerce de anfitriona a la entrada de las galer¨ªas Wellcome y desde sus espectaculares 3,5 metros de altura que representan a un joven (el personaje real de Rick Genest) que se tatu¨® todo el cuerpo tras conocer que ten¨ªa un tumor cerebral.
Cada visitante elegir¨¢ sus prioridades a la hora de recorrer un espacio cuyas hechuras podr¨ªan dar cabida a 1.500 camas de hospital. Pero McEnroe recomienda especialmente detenerse en el ¡°regalo visual¡± de la sala central, donde un millar de objetos han sido dispuestos en un escult¨®rico y gigantesco panel. Recipientes de porcelana, antiguos utensilios quir¨²rgicos, la mano artificial que permiti¨® a una pianista tocar en el Royal Albert Hall en 1906 (precursora del brazo bi¨®nico impreso en 3D el a?o pasado), una mochila de las indias sioux para llevar al beb¨¦ y que data de finales del siglo XIX¡El exotismo, variedad y volumen del despliegue corresponde a la avidez coleccionista del magnate farmac¨¦utico Henry Wellcome (1853-1936) cuyo legado nutre los fondos m¨¦dicos que el Museo de la Ciencia ha decidido reordenar y potenciar en un centro global que apuntale ¡°el entendimiento por el p¨²blico de la salud y la medicina¡±. La entrada es gratita para todo el mundo.
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