De una ilusi¨®n a otra
Treinta a?os despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro, las democracias de los pa¨ªses de la antigua ¨®rbita sovi¨¦tica no terminan de funcionar
El muro de Berl¨ªn cay¨® hace 30 a?os y, al derrumbarse, lo que permiti¨® ver con una claridad meridiana es que el proyecto comunista hab¨ªa fracasado de manera estrepitosa. No es que fuera una gran novedad, muchos ya se?alaron desde unas d¨¦cadas antes que aquello que se estaba gestando detr¨¢s del llamado tel¨®n de acero era una cat¨¢strofe. Cat¨¢strofe por los malos rendimientos econ¨®micos, pero cat¨¢strofe sobre todo por la falta de libertades y por la naturaleza autocr¨¢tica y represora de un sistema que solo consigui¨® sobrevivir por la eficacia y la falta de escr¨²pulos de una polic¨ªa secreta que, esa s¨ª, funcionaba como una maquinaria perfectamente engrasada. Del Gulag, por ejemplo, ya se hab¨ªa hablado, se conoc¨ªa la naturaleza desoladora de sus entra?as. Nadie era ya, en 1989, demasiado ingenuo a prop¨®sito de lo que se hab¨ªa ido cocinando al otro lado del Muro.
Y, sin embargo, cuando cay¨® se produjo una suerte de s¨²bita iluminaci¨®n. Aquellos rostros radiantes que se lanzaban a las calles para celebrar que las cosas estaban cambiando no pod¨ªan esconder que sal¨ªan de una pesadilla. Pero esa pesadilla no ten¨ªa mucho que ver con el Gulag, ni tampoco con la represi¨®n y la c¨¢rcel, ni con la prepotencia de los cuadros del partido ni con los desmanes del KGB. Celebraban algo mucho m¨¢s prosaico: el haber roto con el miedo y la atm¨®sfera opresiva de una dictadura y la oportunidad de imaginar una vida distinta a la manera de Occidente, que no dejaba de hacerles gui?os y zalamer¨ªas con las chucher¨ªas de sus escaparates. Luego vendr¨ªa la decepci¨®n de muchos, y la nostalgia por la gloria perdida de la ¨¦poca anterior idealizada y el resentimiento porque las cosas no salieron como esperaron en un primer momento. La ca¨ªda del Muro sirvi¨® para entender que el sistema comunista no funcionaba. Lo inquietante fue que algunos interpretaron que, por eso, lo que hab¨ªa al otro lado era material de primer orden, el ¨²nico camino posible, el triunfo definitivo del libre mercado y la democracia.
Un lamentable error de diagn¨®stico que transmit¨ªa la idea de que la democracia y el brillo de los escaparates son la misma cosa. Y para nada. La democracia no es m¨¢s que un conjunto de procedimientos que, am¨¦n de otras cosas, garantiza la existencia de una pluralidad de opciones y permite echar del Gobierno a un partido que no lo ha hecho bien. Para aceptar a fondo las reglas de juego de la democracia es imprescindible un punto de escepticismo y un par de gramos de distancia ir¨®nica. Y eso choca abiertamente con la ¨¦pica que puso en marcha en el siglo XX la ilusi¨®n comunista. Una ¨¦pica con un gancho incontestable, y es que a qui¨¦n puede parecerle mal luchar para que no existan clases sociales y conquistar la igualdad entre todos.
Para que la ¨¦pica funcionara conven¨ªa saber qui¨¦n era el enemigo ¡ªlos due?os del capital, la burgues¨ªa¡ª y aceptar la batalla entre los buenos y los malos. Por lo que se ha visto 30 a?os despu¨¦s, hubo unos cuantos que pudieron, tras la ca¨ªda del Muro, transformar la ilusi¨®n comunista en la ilusi¨®n consumista. Pero una gran mayor¨ªa puso en su lugar la ilusi¨®n nacionalista: ah¨ª est¨¢ Rusia y la deriva de los pa¨ªses del Este. El complicado aprendizaje de la democracia, al darse por hecho (como una bendici¨®n que cae del cielo), no ha conseguido echar ra¨ªces.
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