Ciencia de la m¨²sica, m¨²sica de la ciencia
La m¨¢s enigm¨¢tica de las artes plantea cuestiones profundas sobre el mundo y nuestra posici¨®n en ¨¦l
No hay arte m¨¢s enigm¨¢tica que la m¨²sica. Cuando contemplas un cuadro de Van Gogh o Picasso o Vel¨¢zquez o Hopper, por poner cuatro ejemplos tontos, siempre puedes analizar, y a menudo llegar a deducir, la composici¨®n qu¨ªmica de tu experiencia est¨¦tica, la red de tent¨¢culos que ha secuestrado tu ¨¢nimo y te pide un rescate por desencriptarlo, la ruta enmara?ada que conduce a tu consciencia.
Con la m¨²sica no puedes hacer nada de eso. Empieza a sonar, te da una patada en el cerebro y te pones a saltar o a llorar sin que tengas la menor idea de d¨®nde te ha venido ese ataque directo a tus emociones m¨¢s ¨ªntimas. Hay algo en la m¨²sica que la convierte en un fen¨®meno natural, en algo que ya exist¨ªa antes que nosotros y que seguir¨¢ aqu¨ª cuando nos vayamos. Un objeto de estudio de la ciencia y una inspiraci¨®n para ella. Lee en Materia un relato fascinante sobre el ¨ªntimo nexo entre f¨ªsica y m¨²sica, un v¨ªnculo que se remonta a los mismos or¨ªgenes de la ciencia y que sigue en muy buena forma en nuestros d¨ªas.
La conexi¨®n entre f¨ªsica y m¨²sica se remonta a los mesopot¨¢micos que inventaron la civilizaci¨®n occidental, aunque fue Pit¨¢goras quien la formaliz¨® y se llev¨® todo el m¨¦rito, como ya hab¨ªa hecho antes con el teorema que lleva su nombre y que tambi¨¦n hab¨ªan descubierto entre el Tigris y el ?ufrates milenios antes. Pit¨¢goras demostr¨® de forma aplastante que una de las emociones m¨¢s apreciadas por nuestra especie, el placer musical, se enraizaba profundamente en las matem¨¢ticas m¨¢s simples que cabe imaginar.
La escala diat¨®nica, o ¡°natural¡± (do re mi fa sol la si do¡) se repite ocho veces en el teclado de un piano. Pero cualquier oyente sin la menor formaci¨®n musical ni f¨ªsica sabe que el primer do y el ¨²ltimo do de esa escala, y los otros seis dos del piano, son la misma nota. Esto es verdaderamente asombroso ¨Cprestigiosos music¨®logos lo han celebrado como un milagro¡ª y es el fundamento de la naturaleza c¨ªclica de la m¨²sica, y de nuestra percepci¨®n de ella.
Pit¨¢goras demostr¨® que un do y el siguiente se relacionan por una mera duplicaci¨®n de la frecuencia del sonido. O, lo que es lo mismo, por reducir a la mitad su longitud de onda, como cuando cortas una cuerda dos mitades (o pulsas la cuerda de una guitarra en el traste 12, que est¨¢ justo en la mitad de la cuerda). El resto de las notas de la escala ¡°natural¡± tambi¨¦n emergen de la aritm¨¦tica m¨¢s simple, y de hecho se obtienen por un algoritmo trivial y repetitivo, como cortar la cuerda en tres, en cuatro, en cinco y dem¨¢s. El placer que sentimos al o¨ªr m¨²sica emerge de las matem¨¢ticas, y por eso no atraviesa nuestra consciencia. No le hace ninguna falta. Esa es la ciencia de la m¨²sica.
Pero tambi¨¦n hay una m¨²sica de la ciencia. El propio Pit¨¢goras propuso que el mundo, como la m¨²sica, era n¨²mero, y en eso se bas¨® su famosa religi¨®n de la ¡°armon¨ªa de las esferas¡±. Esa teor¨ªa era un bodrio, pero la idea general de que el mundo es m¨²sica ha llegado a nuestra ciencia de vanguardia. La ilustraci¨®n m¨¢s espectacular de este principio pitag¨®rico es seguramente la teor¨ªa de cuerdas, con la que muchos f¨ªsicos te¨®ricos intentan unificar la relatividad general de Einstein, que rige a escalas c¨®smicas, con la mec¨¢nica cu¨¢ntica que gobierna el mundo subat¨®mico. Seg¨²n esta teor¨ªa, las part¨ªculas elementales no son puntos, sino cuerdas que vibran a distintas frecuencias, como las notas de una guitarra. Si el universo es una sinfon¨ªa, abramos los o¨ªdos.
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