Las guerras culturales de Vox
Asistimos a un nuevo desgarro de lo que pens¨¢bamos que eran conquistas asentadas
Con su rechazo a las declaraciones institucionales en algunos parlamentos regionales o ayuntamientos, Vox se presenta cada vez m¨¢s como el pepito grillo que impugna muchos de los consensos normativos de nuestra democracia. Ya los conocemos, cuestiones tales como la persecuci¨®n de la violencia machista, las iniciativas LGTB o la necesidad de proteger los derechos b¨¢sicos de los inmigrantes, por mencionar solo los m¨¢s conspicuos. Dicen que es para evitar el ¡°rodillo progre¡±, la uniformidad de pensamiento sobre cuestiones que tienen un contenido moral y todos los grupos hab¨ªan acordado defender. Lo de ¡°progre¡± sobra, desde luego, porque si hab¨ªa algo que caracterizaba a esas iniciativas era el que, por su misma naturaleza moral, pod¨ªan aspirar a un consenso transpartidista. Ser ¡°conservador¡± no est¨¢ re?ido, por ejemplo, con combatir la violencia de g¨¦nero o dotar a los inmigrantes, por muy ilegales que sean, de atenci¨®n sanitaria.
O eso pens¨¢bamos, porque con Vox y, en general, los nuevos nacional-populismos este convencimiento es lo que se est¨¢ poniendo en cuesti¨®n. Algunos polit¨®logos contempor¨¢neos, lo han denominado la ¡°reversi¨®n cultural¡±. La tesis es sencilla. Como consecuencia de la ¡°revoluci¨®n silenciosa¡± que comenzara en los a?os setentas, poco a poco empezaron a expandirse valores favorables al matrimonio homosexual, la necesidad de respetar las diferentes identidades sexuales, o la afirmaci¨®n de una mentalidad secular, cosmopolita y abierta hacia la libre elecci¨®n de estilos de vida y la diversidad. Por las razones que fueren, este supuesto consenso de fondo fue puesto en cuesti¨®n por el populismo en nombre de los supuestamente ¡°aut¨¦nticos¡±, los de siempre. Como sabemos por las consignas de te¨®ricos de la reacci¨®n como S. Bannon, el gur¨² inicial de Trump, o A. Dugin, el de Putin, esta nueva cultura inducida por una nueva ¨¦lite intelectual, urbana y cosmopolita deb¨ªa de ser combatida en nombre de una ¨¦tica que reflejara mejor las ¡°esencias¡± de cada pueblo. Y ah¨ª es donde est¨¢ tambi¨¦n Vox.
Por si no tuvi¨¦ramos ya suficientes motivos de divisi¨®n, ahora hemos que v¨¦rnoslas tambi¨¦n con estas guerras culturales, que amenazan con introducir a¨²n m¨¢s ruido en un escenario ya de por s¨ª rasgado por todo tipo de conflictos. Porque hasta ahora no hemos visto m¨¢s que la espuma, peque?as escaramuzas con tintes de misoginia y xenofobia, frente a los cuales, y este es el peligro, la derecha tradicional del PP no est¨¢ actuando con la contundencia debida por su dependencia de los votos de Vox all¨ª donde gobierna. Una de las pruebas de fuego ser¨¢ la b¨²squeda del imprescindible consenso en materia educativa, el espacio m¨¢s id¨®neo para librar este nuevo Kulturkampf. En este ¨¢mbito, hipersensible tambi¨¦n para nuestra otra guerra cultural, la de las diferentes sensibilidades nacionales, ser¨¢ donde se dar¨¢ la gran batalla. Y lo m¨¢s probable es que nos perdamos en ret¨®ricos choques de valores en vez de atender a los problemas que de verdad importan, como el fracaso escolar.
Asistimos, pues, a un nuevo desgarro de lo que pens¨¢bamos que eran conquistas asentadas. La roca ha ca¨ªdo de nuevo al pie de la monta?a. Lo malo es que nos falta la suficiente uni¨®n de fuerzas para impulsarla de nuevo hacia arriba. Si no empujamos todos nos acabar¨¢ aplastando.
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