Perdularia
He perdido una falta de ortograf¨ªa en una dedicatoria. Si ustedes la ven, no me lo comuniquen. O s¨ª
Se me ha perdido una falta de ortograf¨ªa en una dedicatoria. Estoy desesperada. Escrib¨ª om¨®plato con hache siguiendo un paradigma de la b¨ªblica carne que se hace verbo. Anal¨®gico con la vida. Como cuando se dice vagamundo en lugar de vagabundo, porque el primer vagabundeo resulta m¨¢s l¨®gico y se imagina mejor. Escrib¨ª hom¨®plato,como si el hueso de mi espalda fuese plato, taz¨®n, alita c¨®ncava, en los que un hombre pudiese beber vino. Como si, de verdad, todas nosotras fu¨¦semos el estiramiento de la costilla de Ad¨¢n perpetrado por un dios alfarero, prot¨¦sico y cirujano. Estilista. Estoy angustiada: mis deducciones ortogr¨¢ficas no son solo heteropatriarcales, sino adem¨¢s cat¨®licas. Un hilo dorado, de los de levantarse los pellejos del contorno facial, une lo uno con lo otro. Soy una inculta y mala feminista. Por fin he aprendido el sangriento significado de ¡°por la boca muere el pez¡±. Y la lubina, corvina, merluza, sardina y japuta que, en otros lugares, se llama palometa.
Me asfixio ¡ªdorada de piscifactor¨ªa¡ª, porque soy un fraude: una mujer que rubrica dedicatorias de sus libros ¡ªhablan de huesos a menudo¡ª y comete un imperdonable error ortogr¨¢fico en un t¨¦rmino de su especialidad. Esqueleto humano. Anatom¨ªa. Puede que mi desliz tenga que ver con que, cuando garabateo dedicatorias en las que siempre aparece la palabra agradecimiento, la gente me mira. Pierdo la concentraci¨®n y temo escribir echo, participio de hacer, con otra maldita hache amputada. En los concursos fallo las preguntas culturales. Tantos a?os de estudio para acabar as¨ª, temblorosa, con el disco duro hecho cisco. Tampoco me acuerdo de c¨®mo se escriben los nombres propios que memoric¨¦ en BUP: Hitchcock, Wittgenstein, Nietzsche¡ Menos mal que nadie me habl¨® de Madame de La Fayette y Olga Tokarczuk a¨²n no hab¨ªa publicado.
Cuando mis estudiantes me piden que escriba en la pizarra un nombre, que tambi¨¦n he pronunciado mal, digo: ¡°?Para qu¨¦ ten¨¦is el Google, malditos bastardos, malditas bastardas?¡±. Mi s¨ªndrome se agrava con la edad. No me puedo permitir ni un despiste: mis lapsus ser¨¢n los de todas las mujeres igual que, cuando estoy sembrada, me tildan de sabihonda y esa palabra mancha a las compa?eras que no piden perd¨®n al hablar.
Hoy, con mi falta de ortograf¨ªa perdida en una dedicatoria que qui¨¦n sabe en qu¨¦ manos habr¨¢ ca¨ªdo, me angustio. Ya nunca elegir¨¢n mis columnas como texto para el comentario en la EvAU. Ya nunca optar¨¦ a un sill¨®n en la Academia. He perdido una falta en una dedicatoria y a?oro a mi abuelo que, al final de sus folletines, pon¨ªa un mont¨®n de comas para que cada cual las colocara donde considerase oportuno: era un vanguardista.
No s¨¦ si lo que cuento es realidad o pesadilla. Si es pesadilla, mi inseguridad ser¨ªa tan aterradora como cuando se sue?a que una tiene pendiente un examen de matem¨¢ticas para el que no ha estudiado y no se ha sacado a¨²n el t¨ªtulo de bachillera. He perdido una falta de ortograf¨ªa en una dedicatoria. Si ustedes la ven, no me lo comuniquen. O s¨ª.
Ofrezco recompensa: una clav¨ªcula escrita con be, un lipograma, una colecci¨®n de cuadernillos Rubio y eterna gratitud.
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