Ricardo Palma, en Espa?a
Cien a?os despu¨¦s de su muerte, los herederos literarios del escritor coinciden en su dimensi¨®n fundacional en las letras peruanas contempor¨¢neas, similar a la de Borges en Argentina o Alfonso Reyes en M¨¦xico
Con lo conmemorativos y lo funerales que aqu¨ª somos, sorprende la poca atenci¨®n que se le ha prestado este a?o al gran escritor peruano Ricardo Palma, que muri¨® en octubre de 1919 despu¨¦s de una larga vida en la que Espa?a signific¨® un hito y una fijaci¨®n, sin dejar de dolerle lo suyo, colonialmente hablando. Palma, nacido en 1833 en Lima de padres pardos (mulatos), fue versificador y dramaturgo precoz, bur¨®crata gubernamental, bibliotecario celoso y hombre de acci¨®n en la pol¨ªtica y en la literatura, formando parte de una generaci¨®n plasmada por ¨¦l en sus deliciosas vi?etas memoriales La bohemia de mi tiempo, donde se pinta como copart¨ªcipe de un romanticismo lib¨¦rrimo en el que ¡°desde?¨¢bamos todo lo que a clasicismo tir¨¢nico apestara, y nos d¨¢bamos un hartazgo de Hugo, Byron, Espronceda¡±, teniendo cada cual ¡°su vate predilecto entre los de la pl¨¦yade de revolucionarios del mundo viejo¡±.
Otros art¨ªculos del autor
Vates rom¨¢nticos y aun neocl¨¢sicos (su admirad¨ªsimo Padre Isla) los tuvo Palma en abundancia, pero la matriz estil¨ªstica de su amplia obra hist¨®rico-narrativa est¨¢ en el Siglo de Oro espa?ol, desde Cervantes y Lope hasta Quevedo y la poes¨ªa barroca; el conceptismo, la s¨¢tira y la burla, la comicidad ejemplarizante, fraguan un hipercastellano sabroso, resonante, rebuscado sin esfuerzo y ampuloso a veces.
Despu¨¦s de pelear en 1866 contra la escuadra espa?ola que hab¨ªa bloqueado el puerto del Callao, un combate naval en el que vio morir al cabecilla liberal Jos¨¦ G¨¢lvez, Palma sigui¨® militando en la causa revolucionaria del coronel Balta, del que fue secretario privado cuando el militar accedi¨® a la presidencia de su pa¨ªs. Nombrado senador en 1868, Palma no deja de escribir, y en 1872, coincidiendo con la aparici¨®n de la primera serie de sus Tradiciones peruanas, abandona la pol¨ªtica, aunque no el servicio a la rep¨²blica; en 1883 acepta la propuesta presidencial de dirigir y reconstruir la Biblioteca Nacional, destruida en la ocupaci¨®n chilena de la ciudad de Lima. Muy pronto el escritor, que hab¨ªa seguido publicando con enorme ¨¦xito sus siguientes series de las Tradiciones, cobr¨® fama como el ¡°bibliotecario mendigo¡± que utilizaba su creciente notoriedad internacional solicitando el env¨ªo gratuito de libros para la devastada biblioteca lime?a. Una de sus primeras cartas se la mand¨® a Men¨¦ndez Pelayo rog¨¢ndole ¡°la limosna de sus obras¡± y firmando Palma como correspondiente de la Real Academia Espa?ola, distinci¨®n que se le hab¨ªa concedido en 1878.
Su estilo rememora a la vez que zahiere, lo que le procur¨® la animadversi¨®n del clero cat¨®lico
La proximidad intelectual con el pa¨ªs colonizador de alguien que defin¨ªa su propio estilo literario como ¡°mezcla de americanismo y espa?olismo¡±, se reforz¨® en su ¨²nico viaje a Espa?a en 1892, con motivo del Cuarto Centenario del Descubrimiento de Am¨¦rica. Palma, que entonces ya ten¨ªa casi 60 a?os, lleg¨®, con juvenil entusiasmo, deseoso de conocer en persona a alguno de sus modelos literarios pero a la vez portador de una reclamaci¨®n ling¨¹¨ªstica que vio defraudada, la aceptaci¨®n por la RAE de su documentada lista de neologismos y americanismos que, admitidos y usados muchos de ellos con el paso del tiempo, se leen hoy como un bello compendio de voces de otro mundo hechas ya realidad general.
Recorri¨® con sus hijos varias ciudades del norte y de Andaluc¨ªa, en Madrid, su parada m¨¢s larga, tuvo f¨¢cil acceso a las tertulias en casas particulares como la que los s¨¢bados ten¨ªa don Juan Valera entre las nueve de la noche y las dos de la ma?ana, recibi¨® ¨¦l en su hotel la visita de un amable y anciano Zorrilla, que se disculpa ante Ang¨¦lica, la hija adolescente de Palma, por no quitarse el sombrero ¡°con la aprensi¨®n de que estos bultos y lacras de la cabeza no son para lucidos¡±, y en las librer¨ªas madrile?as vislumbra a Campoamor, despreocupado de sus derechos de autor, y a un Men¨¦ndez Pelayo de 36 a?os ya muy emprendedor, aunque ¡°f¨ªsicamente no luce una organizaci¨®n robusta y a prueba de fatigas¡±. Quiz¨¢ el m¨¢s memorable de sus esbozos en Recuerdos de Espa?a sea el dedicado a Los lunes de la Pardo Baz¨¢n, m¨¢s brit¨¢nicamente comprendidos entre cinco y siete de la tarde. Palma traza en esas p¨¢ginas un retrato muy sugestivo del republicano Rafael de Altamira, quien lamenta que el peruano, tan buen escritor, sea ¡°un carlist¨®n¡±; el ep¨ªteto, fruto de un equ¨ªvoco, no se pudo despejar f¨¢cilmente, a?adiendo Palma: ¡°Y he aqu¨ª el c¨®mo y el porqu¨¦ yo, viejo radical en mi patria, pas¨¦ en Espa?a por absolutista rancio¡±.
La ranciedad de Ricardo Palma era algo que cuando yo lo le¨ª por primera vez, en los dos tomitos selectos de Tradiciones peruanas que Austral mantuvo en circulaci¨®n varias d¨¦cadas, me pareci¨® innegable. Sospechosas desde el mismo t¨ªtulo para un aspirante a escritor que buscaba entonces el v¨¦rtigo de lo nuevo, sin hacerle ascos a la opacidad y al sinsentido, las escenas vivaces y socarronas descritas en sus minirrelatos repletos de personajes curiosos y an¨¦cdotas jugosas, siendo gratas y entretenidas sonaban a lengua muerta. El incipiente joven a¨²n tardar¨ªa un poco, como el resto de los espa?oles, en degustar las palabras y t¨¦rminos locales, tan abundantes en Palma, que nos acompa?aron en el viaje inici¨¢tico de las novelas de Vargas Llosa, Cabrera Infante o Garc¨ªa M¨¢rquez.
Fue versificador y dramaturgo precoz, bur¨®crata gubernamental y bibliotecario celoso
Un d¨ªa compr¨¦ en una librer¨ªa de lance del barrio lime?o de Miraflores la edici¨®n completa de las Tradiciones peruanas en la edici¨®n de Aguilar llevada a cabo por Edith, la nieta de Palma, que suma a las m¨¢s de 1.000 p¨¢ginas de las 10 series de tradiciones otras 500 de ensayos, cr¨®nicas, versos y cartas, adem¨¢s del muy trepidante Anales de la Inquisici¨®n de Lima; ese libro primerizo revela al supuesto reaccionario tratando con arrojo y conocimiento hist¨®rico los estragos del catolicismo, con un cap¨ªtulo estremecedor sobre la condenada ?ngela Carrasco y la morfolog¨ªa del sambenito. Empec¨¦ a leerlo con rigor, mientras le¨ªa a poscontempor¨¢neos suyos, desde Salazar Bondy, Luis Alberto S¨¢nchez, Luis Loayza o Jos¨¦ Carlos Mari¨¢tegui hasta los actuales Julio Ortega, Alfredo Bryce Echenique y Alonso Cueto, que discrepan en sus apreciaciones sin negar la dimensi¨®n fundacional que Palma tuvo en las letras peruanas contempor¨¢neas, similar, en mi opini¨®n, a la de grandes fil¨®logos-creadores de otras culturas latinoamericanas, como Borges en Argentina, Alfonso Reyes en M¨¦xico o Pedro Henr¨ªquez Ure?a en el Caribe.
Bryce Echenique llam¨® la atenci¨®n sobre una obra de Palma no recogida en el volumen de Aguilar y que desconozco, Cr¨®nicas de la guerra con Chile, publicada tard¨ªamente; el autor de Un mundo para Julius hac¨ªa suyos los t¨¦rminos ¡°periodista guerrillero¡± que un estudioso norteamericano hab¨ªa aplicado a esas cr¨®nicas. Yo no llego a tanto, aunque leyendo sus innumerables piezas maestras, como El Cristo de la Agon¨ªa, variante de cuento g¨®tico, el brev¨ªsimo y tan bien rematado Meteorolog¨ªa, Don Lucas de la tijereta, con su ingenioso diabolismo, o la comedia de enredo epistolar Una carta de Indias, veo brillar al ¡°humorista de cepa volteriana¡±, como le llam¨® Unamuno, y me resulta f¨¢cil darle la raz¨®n al l¨²cido cr¨ªtico marxista Mari¨¢tegui cuando afirma que encuadrar a Palma como un costumbrista de la literatura virreinal es empeque?ecerle injustamente. Nost¨¢lgico del antiguo r¨¦gimen colonial sin ser ciego a sus atropellos y latrocinios, el escritor rememora a la vez que zahiere, lo que le procur¨® la animadversi¨®n del clero cat¨®lico. Palma cre¨® quiz¨¢ un mundo so?ado que las Tradiciones peruanas, insiste Mari¨¢tegui, reflejan con ¡°un realismo burl¨®n y una fantas¨ªa irreverente y sat¨ªrica¡±.
Vicente Molina Foix es escritor.
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