Un avi¨®n de regreso y otro de ida
Vengo a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara desde hace m¨¢s o menos 20 a?os: primero como lector y ahora como lector y como escritor
Tras contarme su vida en cinco fren¨¦ticos minutos, el se?or que viaja sentado a mi lado, en el avi¨®n que me llevar¨¢ de regreso al otrora DF, pregunta: ?usted a qu¨¦ se dedica?
Soy escritor, escupo tras un par de segundos, con la verg¨¹enza y la inseguridad con la que he respondido a esta pregunta desde hace cuando menos quince a?os. Ah... Escritor, repite el hombre, visiblemente decepcionado.
Luego, tras tomar la revista del asiento que tiene delante, hojearla sin apenas detenerse y devolverla a su sitio, el se?or ¡ªcuya edad se atrinchera bajo varias capas de b¨®tox¡ª se gira nuevamente hacia m¨ª, me observa fijamente e insiste, justo cuando el avi¨®n despega de Guadalajara: o sea que escribe... ?Pero a qu¨¦ se dedica?
?C¨®mo?, respondo extra?ado, al mismo tiempo que mi mente cuenta hasta veinte ¡ªalguna vez, un piloto me dijo que el 82 por ciento de los accidentes a¨¦reos suceden durante aquellos primeros segundos de vuelo¡ª. Algo m¨¢s har¨¢ usted... ?No? Digo... Algo fuera de su tiempo libre, me lanza el hombre del rostro de pel¨ªcula del canal de las estrellas, a quien un bigote excedido de tinte convierte en un mu?eco de ventr¨ªlocuo.
Tras dudar un instante entre humillarlo, explicarle lo que significa ser escritor ¡ªasunto, por otra parte, que se vuelve mucho m¨¢s complicado de lo normal, tras haber enfrentado, de manera intensiva, las vanidades, las ¨ªnfulas, las pretensiones, los egos y las reglas que miden, casi siempre entre aquellos que no son pero que se creen escritores, qui¨¦n la tiene m¨¢s grande (y hablo de hombres, pero tambi¨¦n de mujeres)¡ª o mentirle, elijo mentirle al se?or que, con la ansiedad t¨ªpica del patr¨®n, espera mi respuesta.
Tengo un banco de microcr¨¦ditos... Abuso y endeudo, para el resto de sus vidas, a j¨®venes que buscan montar sus primeros negocios, le respondo al hombre al tiempo que veo, en su portafolio-maleta ¡ªuna de esas maletas-portafolio de marca que son como tumbas, como mausoleos dedicados al vac¨ªo del esp¨ªritu¡ª la cabeza de un perro salchicha ¡ªel animal de ojos saltones y orejas ansiosas, se parece mucho m¨¢s a su due?o, podr¨ªa apostarlo, que sus descendientes¡ª y al tiempo que cebo la esperanza de que mis palabras le pongan punto final a nuestro absurdo intercambio.
Y aunque por un instante es as¨ª, antes de volver a estirar su cuerpo recauchutado con prote¨ªnas en polvo, antes de alimentar de nueva cuenta su alma de tu¨¦tano sin hueso con los contenidos de la revista-cat¨¢logo-llena-de-ofertas de la aerol¨ªnea, el se?or de la lengua desclochada y el cerebelo desvielado me observa de nuevo ¡ªorgulloso¡ª y asevera: se lo dije... Algo m¨¢s ten¨ªa que hacer... No parece uno de esos artistas que solo se drogan. Por suerte ¡ªpara mi sorpresa¡ª, en vez de engancharme y meterme en el lodo de una discusi¨®n bizantina y, sobre todo, superflua con aquel personaje digno de Olinka, la ¨²ltima novela de Antonio Ortu?o, giro el cuerpo y saco del avi¨®n la mirada.
A varios miles de kil¨®metros de la ventanilla ovalada sobre la cual dejar¨¦ embarrado, cuando me duerma, medio litro de sudor y otro tanto de grasa de la jeta ¡ªcual personaje de Declaraciones de las canciones oscuras, de Luis Felipe Fabre¡ª, como si se tratara de la cuadr¨ªcula que hubiera dibujado un ni?o peque?o ¡ªun ni?o de Desierto sonoro, la novela de Valeria Luiselli, por ejemplo¡ª, los campos presumen ese invierno que, en nuestro pa¨ªs, los reduce a un polvo ceniciento y aparentemente h¨²medo, que, sin embargo, siempre est¨¢ seco y que, de cerca, nunca es ceniciento. Son los mismos enga?osos campos que tres d¨ªas atr¨¢s, justo antes de llegar a Guadalajara, observ¨¦ al sacar la mirada del avi¨®n, tras conversar con la mujer que estaba sentada a mi lado.
?A qu¨¦ te dedicas?, me hab¨ªa preguntado aquella se?ora, pas¨¢ndome el vaso con agua que me hab¨ªa ofrecido la azafata. Poco antes, aquella mujer de edad mediana y pelo te?ido de fuego intent¨®, varias veces, leer el t¨ªtulo del libro que yo estaba leyendo ¡ªla cach¨¦ con el rabillo del ojo¡ª: Un nosotros sin Estado ¡ªla peque?a obra maestra de Y¨¢snaya Elena Aguilar, con quien pronto compartir¨ªa una mesa sobre racismo y quien, seguramente, es una de las pensadoras m¨¢s importantes de nuestro pa¨ªs, una pensadora que est¨¢ buscando y est¨¢ encontrando nuevos discursos para asuntos tan fundamentales como el presente y el futuro de los pueblos originarios¡ª.
Por mi parte ¡ªaqu¨¦l que no sea chismoso, que pronuncie la primera piedra¡ª, tambi¨¦n hab¨ªa intentado, varias veces, descubrir cu¨¢l era el libro que aquella mujer ven¨ªa leyendo ¡ªcon ¨¦xito, eso s¨ª, pues no le tuve que preguntar nada para saber que el volumen que guardar¨ªa en su bolso cuando por fin empez¨¢ramos a platicar ¡ªuno de esos bolsos en los que cabe el esp¨ªritu entero¡ª, era Nuestra se?ora de la soledad, de la escritora chilena Marcela Serrano. Pero vuelvo a donde estaba: ?a qu¨¦ te dedicas?, me pregunt¨® la mujer del pelo encendido y el rostro agrietado, sonriendo.
Soy escritor, le respond¨ª con la verg¨¹enza y la inseguridad con la que he respondido a esta pregunta desde hace quince a?os, una verg¨¹enza y una inseguridad que, para colmo, se acrecientan cuando estoy de camino a una feria del libro, pues entonces solo soy capaz de ver, a consecuencia de mis prejuicios y sus cortezas, las vanidades, las ¨ªnfulas, las pretensiones, los egos y las reglas que miden vergas y ovarios. Ah... Escritor, repiti¨® la mujer, justo antes de a?adir: entonces debes venir por la FIL... ?No?
S¨ª, vengo a la FIL... Vengo a la FIL desde hace m¨¢s o menos veinte a?os, le respond¨ª sonriendo y despu¨¦s a?ad¨ª: primero como lector y ahora como lector y como escritor. Uf... Veinte a?os y en estos veinte a?os no debo haber faltado m¨¢s que una o dos veces, por alguna enfermedad... Y no sabe, continu¨¦ tras un instante: las ganas que me dar¨ªan... Las ganas que ten¨ªa de quedarme en mi casa esta vez.
?En serio?, me pregunt¨® entonces aquella se?ora. Pero antes de que pudiera responderle, asever¨®: pues yo soy de Guadalajara y voy todos los a?os. Siempre la estoy esperando desde uno o dos meses antes. La verdad, asegur¨® luego de hacer, ella tambi¨¦n, una pausa: no me la pierdo por nada.
Te gusta mucho, entonces... Lanc¨¦ sonriendo, seguramente con sorna. Y por eso, por mi cr¨ªtica velada, que no era sino otra manifestaci¨®n de mis prejuicios ¡ªMarcela Serrano¡ª, aquella mujer me dej¨® plantado de un golpe.
?C¨®mo no va a gustarme? En este pa¨ªs, que la esperanza est¨¢ enterrada en panteones o extraviada, no est¨¢ mal sacarla y llevarla a las ferias del libro, ?no?
Pens¨¦ que un escritor entender¨ªa, remat¨® oblig¨¢ndome a sacar la mirada, avergonzado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.