Le¨®n-Portilla y las rebeliones actuales
Lo que pasa en tantos pa¨ªses del continente americano es algo muy profundo: la gente no est¨¢ harta de las desigualdades del sistema, est¨¢ harta de vivir atrapada en un sistema que nunca le ha pertenecido
El pasado 1 de octubre, a los 93 a?os y tras una dura convalecencia, falleci¨® el fil¨®sofo e historiador mexicano Miguel Le¨®n-Portilla.
Conocedor, como pocos, de la historia, el pensamiento, la literatura y la m¨²sica de los pueblos originarios, Le¨®n-Portilla revolucion¨® ¡ªentre muchos otros asuntos¡ª la forma en que debemos estudiar el pasado.
Mucho antes de que los te¨®ricos poscoloniales o los estudiosos de la subalternidad alzaran la mano y mucho antes tambi¨¦n de que el resto de las voces que hoy abogan por la deconstrucci¨®n historiogr¨¢fica se colocaran en el centro de las discusiones acad¨¦micas, Le¨®n-Portilla puso en duda el sentido cr¨ªtico que se le daba a la idea general de historia.
Y es que veinticinco a?os antes, por ejemplo, de que Edward Said publicara su extraordinario Orientalismo, mientras trabajaba en su obra mayor, La visi¨®n de los vencidos, el autor nacido en el otrora Distrito Federal demostr¨® que no se pod¨ªa hacer historia ni ser un verdadero historiador, si no se intentaban corregir las dioptr¨ªas a las que nos condenaba la mirada occidental, es decir, la tradici¨®n grecolatina.
Prescindir de los distingos particulares de cada caso y de las precisiones necesarias a cada situaci¨®n, insist¨ªa Le¨®n-Portilla en los salones de clase, igual que insisti¨®, p¨¢ginas m¨¢s temprano o m¨¢s tarde, en casi todos sus trabajos ¡ªentre los que tambi¨¦n debemos agradecer Los antiguos mexicanos a trav¨¦s de sus cr¨®nicas y cantares y La filosof¨ªa n¨¢huatl estudiada en sus fuentes, adem¨¢s de El teatro n¨¢huatl (de pr¨®xima aparici¨®n, en edici¨®n a cargo de Alejandro Cruz Atienza)¡ª, convert¨ªa al historiador en un ser ingenuo.
Un ser ingenuo cuya ¨²nica posibilidad, para desmarcarse de esa condici¨®n que es el estar atrapado en sus prejuicios m¨¢s sutiles pero tambi¨¦n m¨¢s profundamente introyectados y de esa condena que es el permanecer atado a las interpretaciones m¨¢s c¨¢ndidas e incautas, es decir, a no descubrir ni entender nada, porque se vive buscando redescubrir e imponer a una cultura particular todo aquello que es propio de una cultura diferente, es desmarcarse de su propio bagaje cultural y de sus tres subjetividades principales: la personal, la de su colectivo y la de su tiempo.
Ahora bien, quiz¨¢ valga la pena dejar ac¨¢ un ejemplo pr¨¢ctico, que permita comprender de manera clara aquello que Le¨®n-Portilla dijo siempre y que, sobre todo, tambi¨¦n llev¨® siempre a cabo ¡ªinsisto, mucho antes de que el resto de los historiadores que se han colgado esas medallas, levantaran la voz contra, por ejemplo, Collingwood y dem¨¢s historiadores eurocentristas o grecolatinistas¡ª: durante siglos, nuestros historiadores se mostraron conformes, cuando no partidarios, de esa idea que aseveraba que la mayor¨ªa de los c¨®dices mesoamericanos no eran m¨¢s que una suerte de cuasi historia, es decir, meras f¨¢bulas y leyendas.
Esos c¨®dices, sin embargo, al igual que el grueso de nuestra tradici¨®n oral, la mayor¨ªa de los almanaques calend¨¢ricos y casi todas las inscripciones arquitect¨®nicas y escult¨®ricas, no solo fueron llevadas a cabo bajo una idea particular, compleja y con ¨¢nimos de di¨¢logo con el pasado, el presente y el futuro, sino que adem¨¢s buscaban la preservaci¨®n de lo que se hab¨ªa sido, la afirmaci¨®n de lo que se era y la implicaci¨®n con lo que se ser¨ªa. Y fue Le¨®n-Portilla quien por primera vez entendi¨® esto ¡ªque todos esos documentos ten¨ªan validez historiogr¨¢fica¡ª, quien adem¨¢s lo defendi¨® y quien se atrevi¨® a reconstruirnos a partir de ah¨ª: desvel¨® el espejo humeante de Tezcatlipoca y nos dijo que en ese reflejo empa?ado, que tantos otros desvirtuaban, era d¨®nde deb¨ªamos leernos.
Aunque el espejo negro est¨¦ empa?ado, el reflejo que est¨¢ ah¨ª somos nosotros, repet¨ªa Le¨®n-Portilla ¡ªquien nunca se quiso llamar a s¨ª mismo ling¨¹ista pero a quien le deber¨ªamos otorgar tambi¨¦n esa profesi¨®n extempor¨¢neamente¡ª una y otra vez, sin referirse solo a M¨¦xico o Mesoam¨¦rica, pues se refer¨ªa a toda Latinoam¨¦rica, como deja claro en su peque?o pero enorme M¨¦xico y Am¨¦rica Latina, de su historia, penurias y esperanzas: "Es nuestra historia (negada tantas veces) el espejo m¨¢gico que nos muestra qui¨¦nes somos y de qu¨¦ hemos sido capaces y, por ende, qu¨¦ atributos tenemos para enfrentar el presente y avizorar el futuro".
Y es ac¨¢ donde Le¨®n-Portilla nos debe servir para ir m¨¢s all¨¢ de nuestro pasado; para, como ¨¦l mismo escribi¨®, enfrentar el presente y avizorar el futuro, como encar¨® ¨¦l su trabajo. Y es que as¨ª como durante siglos se ley¨® el mundo precolombino con las concepciones propias del eurocentrismo y con las herramientas devenidas del mundo grecolatino, durante demasiado tiempo hemos intentado leer de esa misma manera nuestro presente y hemos, tambi¨¦n y para colmo, intentado construir nuestro futuro de esa misma manera. Sin darnos cuenta, nos hemos condenado a la ingenuidad.
Una ingenuidad que nos hace decir, por ejemplo, que lo que hoy est¨¢ pasando en las calles de Chile es consecuencia del aumento a unas tarifas, cuando no de una indignaci¨®n ante la falta de derechos democr¨¢ticos: menudas interpretaciones c¨¢ndidas e incautas. Menuda forma de no descubrir ni entender nada, porque se insiste en redescubrir e imponer a una cultura todo aquello que es propio de otra: en este caso, de una cultura donde las tarifas y la indignaci¨®n tienen sentido, porque m¨¢s o menos se vive.
Pero esto no es as¨ª en una cultura en la que no se vive, ni bien ni m¨¢s o menos: lo que pasa en Chile, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Colombia y tantas regiones de M¨¦xico ¡ªque no, tampoco tiene que ver con lo que pasa en Hong Kong o en Barcelona, por m¨¢s que as¨ª lo diga Zizek¡ª es algo mucho m¨¢s profundo: ac¨¢ la gente no est¨¢ harta de las desigualdades del sistema, est¨¢ harta de vivir atrapada en un sistema que nunca le ha pertenecido.
Por eso, ahora mismo, parecer¨ªa dar igual si ah¨ª en donde la gente se est¨¢ sublevando gobierna un partido de derechas, uno de izquierda o una coalici¨®n: en todas partes, es el mismo sistema y es contra este que hoy se lucha. Los zapatistas lo dejaron claro hace ya casi veinticinco a?os: este sistema est¨¢ en contra de la vida y de la comunidad.
Y estos dos aspectos ¡ªla vida y la comunidad, en sus m¨¢s amplias acepciones¡ª han sido, son y seguir¨¢n siendo el centro de todo aquello que en Am¨¦rica Latina, durante muchos, demasiados siglos, hemos sido.
Por supuesto, hay que atreverse a desmarcarse del bagaje cultural propio, en sus tres subjetividades: la personal, la del colectivo ¡ªque nunca, como ahora, ha significado algo tan distinto de lo que significa comunidad¡ª y la del tiempo, para entenderlo.
Y entender, entonces, que lo que se ha roto en estos d¨ªas no se va a pegar con la argamasa que tradicionalmente ha usado el sistema, que hoy se llama neoliberalismo.
Ac¨¢, ahora mismo, no se quiere reparar nada, ac¨¢ se quiere construir algo propio, diferente. No est¨¢ claro qu¨¦ ni c¨®mo vaya a ser.
Pero est¨¢ claro que una nueva idea de comunidad, territorialidad, diversidad, solidaridad y temporalidad ser¨¢n claves.
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