Un vicio ordinario
Si perdemos toda inhibici¨®n, como hace Trump y sucede en las redes, se rompen las formas, y en pol¨ªtica las formas son siempre los fondos
No es la primera vez que sucede: en medio del teatro pol¨ªtico, una c¨¢mara capta un momento de descarnada realidad, sin filtros ni adornos, mostr¨¢ndonos en crudo las conversaciones de nuestros mandamases. Vemos a Trudeau, Macron y Rutte ri¨¦ndose de un Trump ausente. El mundo descubre que el presidente estadounidense es objeto de mofa de los l¨ªderes reunidos en la cumbre de la OTAN. El magnate, indignado como un ni?o en el patio del colegio, abandona airado el encuentro.
El momento permite rememorar algo olvidado: la vida p¨²blica, y la pol¨ªtica como parte ella, se sostienen en el fingimiento. Frente a su rid¨ªcula escapada, el ataque de Trump a Trudeau (¡°Tiene una doble cara¡±, dijo) en realidad no es un insulto, porque as¨ª debe ser. En p¨²blico, los pol¨ªticos raras veces dicen lo que piensan, y eso les permite formular estrategias, ocupar roles distintos y resolver conflictos en contextos de confrontaci¨®n pol¨ªtica. Dos dirigentes que atraviesan relaciones complicadas pueden darse la mano, como Trump o Macron, en un gesto absolutamente hip¨®crita y caer en el vicio plat¨®nico de los halagos. Es en ese momento cuando asumen el riesgo de confiar mutuamente, al permitirse un gesto de reconocimiento p¨²blico que prepara el camino a la conversaci¨®n. La hipocres¨ªa de ese gesto es como una prisi¨®n: ambos quedan atrapados en ¨¦l, haci¨¦ndose responsables el uno del otro.
Hoy, parece que nadie cumple con las formas; es m¨¢s, se nos anima a romper con ellas porque es m¨¢s ¡°subversivo¡±. Nos movemos en la ret¨®rica de la autenticidad, en el vicio pornogr¨¢fico de decir lo que se piensa en todo tiempo y lugar, y adem¨¢s se nos presenta como un sorprendente avance civilizatorio. Trump encarna esta moda a la perfecci¨®n, y ha sabido construir su ¡°autenticidad¡± sobre la mentira. Lo parad¨®jico es que la proliferaci¨®n masiva y sistem¨¢tica del embuste se construye sobre el ¨¦xito de unos l¨ªderes que se?alan ¡°lo que todo el mundo piensa y no se atreve a decir¡±. Mienten, por supuesto.
La zona gris que queda entre la autenticidad y el enga?o, hoy dos caras de la misma moneda, es la hipocres¨ªa, anta?o elemento vertebrador de los sistemas pol¨ªticos y de la vida social en general, y el verdadero avance civilizatorio sobre el que se han construido artes como la diplomacia. Por eso Judith Shklar la describe como un ¡°vicio ordinario¡± que convierte el juego estrat¨¦gico ¡°en una f¨¢brica de simulaci¨®n y desenmascaramiento¡±. Pero si perdemos toda inhibici¨®n, como hace Trump y sucede en las redes, se rompen las formas, y en pol¨ªtica, m¨¢s nos vale recordarlo, las formas son siempre los fondos.
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