Colgados de un gancho
Los proyectos maximalistas no deber¨ªan entorpecer la batalla por un mundo m¨¢s justo
A Georges Bataille se le ocurri¨® hace alg¨²n tiempo que igual est¨¢bamos aqu¨ª simplemente por culpa de un gancho. Lo hizo en el diario que empez¨® a escribir durante la II Guerra Mundial, y que titul¨® El culpable. Ah¨ª apunt¨®: ¡°He visto sobre un tejado grandes y s¨®lidos ganchos, plantados a media pendiente. Si suponemos un hombre cayendo desde la cima, por suerte podr¨ªa engancharse en uno de ellos por un brazo o una pierna. Precipitado desde la cima de una casa, me aplastar¨ªa contra el suelo. ?Pero si hay un gancho, podr¨ªa detenerme al pasar!¡±. Un poco m¨¢s adelante, Bataille insiste en la idea de una manera m¨¢s general: ¡°Advierto ahora, al representarme el impulso de la ca¨ªda, que nada existe en el mundo m¨¢s que por haber encontrado un gancho¡±. Y luego observa que solemos evitar ver ese gancho, lo ignoramos: como si no existiera. ¡°Nos concedemos a nosotros mismos un car¨¢cter de necesidad. Se lo concedemos al mundo, a la tierra, al hombre¡±.
Pero igual tal necesidad no existe en realidad. Y, efectivamente, vivimos solo porque hubo algo que nos detuvo en la ca¨ªda. Colgados del gancho, no hay mucho margen de maniobra. En la introducci¨®n del libro, Bataille apunta: ¡°El hombre que, quiz¨¢, es la cumbre, no es m¨¢s que la cumbre de un desastre¡±. Es bueno saberlo por una mera cuesti¨®n de humildad, y para rebajar todas esas grandes expectativas con las que nos envenenan las ideolog¨ªas y las religiones, y para gestionar las maniobras oportunas que, dentro de esas evidentes limitaciones, nos hagan la vida m¨¢s libre, m¨¢s justa, m¨¢s interesante, m¨¢s divertida.
Hace 30 a?os cay¨® el muro de Berl¨ªn. Entonces hubo gente que pens¨® que la historia hab¨ªa terminado. No ha sido el caso. El mundo sigue y da la impresi¨®n de que se llenara cada vez m¨¢s de ruidos o que volviera, como ya ha ocurrido otras veces, a escaparse de las manos. En este a?o que est¨¢ terminando, las calles y plazas de distintas ciudades del mundo se han llenado de gente airada, furiosa, que protestaba por estar qued¨¢ndose fuera de la historia.
No hay muchas expectativas, ni grandes ni peque?as, sobre todo entre los j¨®venes. Y va coci¨¦ndose a fuego lento una frustraci¨®n que puede estallar de muy distintas maneras. Las cosas resultan confusas. Muchas movilizaciones han terminado de manera violenta. Y, junto a reivindicaciones concretas, se ha podido escuchar tambi¨¦n el ofuscado clamor nihilista que reclama la destrucci¨®n del sistema. Las posiciones sectarias se refuerzan, disminuyen las posibilidades de construir proyectos comunes.
En estos d¨ªas, tan propicios para columpiarse en asuntos metaf¨ªsicos (vayan por delante las disculpas), la hip¨®tesis de ese gancho del que hablaba Bataille resulta saludable. Colgados ah¨ª, y a salvo de precipitarnos en el abismo, damos manotazos. Un paso imprescindible es el del reconocimiento. Ver al otro, tomarlo en consideraci¨®n, lanzar unos cuantos hilos para tejer alguna salida. Quiz¨¢ no haya otra, y por eso lo m¨¢s sensato seguramente sea apuntarse a una suerte de optimismo injustificado. Aprovechar esos min¨²sculos m¨¢rgenes de maniobra para hacer algo, evitar los discursos maximalistas que s¨®lo dividen a la gente, cultivar el buen humor. El gancho y la metaf¨ªsica: que tengan ustedes un feliz 2020.
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