Sobriedad y carnavalada
Mientras todo est¨¦ distorsionado por las carnavaladas, dif¨ªcil ser¨¢ que nadie preste atenci¨®n a las reclamaciones
Con muy raras excepciones, casi todas las obras de arte que me han conmovido ten¨ªan un elemento com¨²n: la sobriedad. O cierta contenci¨®n, o que no fueran muy expl¨ªcitas ni desde luego desgarradas, hist¨¦ricas ni altisonantes. Una pieza de Bach o de Schubert me emociona mucho m¨¢s que el celeb¨¦rrimo concierto rom¨¢ntico de Rachmaninov o que el Brahms m¨¢s desatado. Un cuadro de Vel¨¢zquez o Rem?brandt m¨¢s que una sobrecargada escena de Rubens o El Bosco o Delacroix. Una pel¨ªcula de Ford o Hitchcock o Renoir m¨¢s que el mayor melodrama (y los hay maravillosos, eso aparte). ¡®Los muertos¡¯, de Joyce, infinitamente m¨¢s que su narcisista Ulises; Conrad siempre m¨¢s que Dostoyevsky. En numerosas pel¨ªculas mediterr¨¢neas, cuando veo a la gente llorar y gritar desconsoladamente ante la muerte de un ser amado, me cuesta creerme su dolor, por muy aut¨¦ntico que sea. Lo mismo al ver las noticias: las personas que lloriquean con motivo o sin ¨¦l, por cualquier cosa; las que se indignan aspaventosamente ante las c¨¢maras, las que repiten sin cesar cu¨¢nta pena les da tal situaci¨®n o cu¨¢nto quieren a los suyos o a las focas, las que braman contra las injusticias sobreactuando¡; seguramente sean sinceras, pero suenan a mentira y farsa, y en seguida me entran dudas de si lo que m¨¢s les importa es que se admire su rabia o su desesperaci¨®n, y no tanto que se condene el origen. Con su exhibicionismo anulan los problemas, que pasan a segundo t¨¦rmino. Parecen estarnos diciendo: ¡°Miradme c¨®mo padezco, c¨®mo me emociono, c¨®mo me sublevo, c¨®mo me apiado¡±.
Por desgracia, la sobriedad ha sido expulsada del mundo, incluso en los pa¨ªses m¨¢s sobrios y flem¨¢ticos: un mal augurio fue la muerte de Lady Di, que llev¨® de pronto a los ingleses a comportarse como rocieros ante su Virgen o como napolitanos en un entierro. Si Inglaterra se pone a gimotear y pierde las formas en el duelo, poca esperanza nos queda, pens¨¦. Esta es la raz¨®n por la que hoy en d¨ªa sospecho hasta de las mejores causas, las m¨¢s nobles. Todos estamos de acuerdo (salvo Trump y otros desalmados) en la gravedad del calentamiento global. Pero cuando a la cumbre celebrada en Madrid la invaden las carnavaladas; cuando hay j¨®venes que act¨²an ante la adolescente sueca como las novicias m¨¢s ?o?as de anta?o al avistar al Papa de turno; cuando se escenifican performances con musculosos ind¨ªgenas y dem¨¢s patochadas, a uno le es casi imposible seguir tom¨¢ndose la cuesti¨®n en serio. No se calibra el da?o que hacen a las buenas causas la falta de sobriedad y el auge del folklorismo. Ya no hay manifestaci¨®n sin batucadas, disfraces y bailoteos. Da la impresi¨®n de que mucha gente est¨¢ pas¨¢ndoselo en grande con su protesta, de que ¨¦sta es en el fondo un pretexto para api?arse en las calles y sentirse reba?o. Las quejas se confunden con los festejos populares t¨ªpicos del verano. Y as¨ª no hay forma de captar la trascendencia de las reivindicaciones. Todos se han vuelto cursis: los pol¨ªticos clausuran sus m¨ªtines cogidos de la mano y meci¨¦ndose al son de una cancioncilla; tambi¨¦n bailan la suya, insultante para la mitad de la poblaci¨®n, ciertas mujeres airadas. Los animalistas puede que lleven raz¨®n en alg¨²n punto, pero cada vez que se desnudan en una plaza, se untan de simulada sangre y se tiran por el suelo teatreramente, el escepticismo se instala en el ¨¢nimo del espectador y le dan ganas de mandarlos a paseo con sus mamarrachadas.
Los llamados ¡°sin techo¡± est¨¢n en situaci¨®n angustiosa, y la vemos a diario en nuestros barrios. Pero cuando unos fr¨ªvolos ¡°solidarios¡± deciden pasar una noche al raso para ¡°visibilizar¡± el problema, me provocan repugnancia. Calman sus conciencias y ¡°juegan¡±, durante unas horas, a ser individuos sin hogar, y el rechazo que suscitan consigue insolidaridad: habr¨¢ otros que piensen: ¡°No quiero tener nada que ver con estos irrespetuosos y falsos¡±. Durante a?os los independentistas catalanes se han dedicado a montar coreograf¨ªas y a venderles camisetas varias a las familias y a los jubilados, que en cada ocasi¨®n han acudido y comprado con esp¨ªritu de merienda o de picnic, llenando su tedio y sinti¨¦ndose ¡°¨²tiles¡± en su obediencia, o en la estafa prolongada de la que son v¨ªctimas. Inconcebible tomarse en serio sus aspiraciones, como tambi¨¦n el pavoneo de los se?oritos encapuchados, pendencieros y violentos, que luego exig¨ªan que se les aprobara el curso, por patriotismo. (Inconcebible, salvo por las reminiscencias alemanas de todo ello.)
Mientras todo est¨¦ distorsionado por las carnavaladas, dif¨ªcil ser¨¢ que nadie preste atenci¨®n a las reclamaciones. Lo mismo que esas carreras ¡°por el c¨¢ncer de mama, por las enfermedades raras¡± o por cualquier pretexto incongruente para salir a sudar en masa. Hoy abundan los libros en los que se afirma que esto o aquello ¡°es hermoso¡±, que ¡°s¨®lo el amor nos salva¡± o que ¡°me sent¨ª devastado¡± (con el anglicismo inevitable). Cuando se escriben ufanamente tales bobadas sonrojantes, uno arroja el volumen bien lejos. Id¨¦ntico riesgo corren las luchas m¨¢s justificadas y acuciantes, mientras todo sea histri¨®nico y exhibicionista, y la sobriedad no regrese
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