En memoria de Amos Oz
Pas¨® de ser un ni?o fr¨¢gil y desarraigado a ser el hombre cuya sabidur¨ªa y personalidad le otorgan autoridad, solidez y liderazgo a ojos de millones de personas, en Israel y en todo el mundo
Amos fue mi maestro, mi amigo.
Aproximadamente una vez al mes, sal¨ªa por la ma?ana temprano de mi casa a las afueras de Jerusal¨¦n para ir a su casa de Ramat Aviv. All¨ª, ¨¦l me hac¨ªa ¡°el mejor caf¨¦ de la ciudad¡±, seg¨²n ¨¦l, y nos sent¨¢bamos a charlar.
No estoy seguro de que fuera el mejor caf¨¦ de la ciudad, pero, desde luego, era la mejor compa?¨ªa.
Habl¨¢bamos de la situaci¨®n del pa¨ªs, que parec¨ªa no tener soluci¨®n. Habl¨¢bamos del sue?o y de c¨®mo ese sue?o estaba haci¨¦ndose a?icos. De los libros que hab¨ªamos le¨ªdo. De otros autores. De los libros que est¨¢bamos escribiendo, de las frustraciones y del bloqueo del escritor. Y habl¨¢bamos de nuestras familias. De nuestros nietos y el mundo que est¨¢bamos dej¨¢ndoles.
No me fue f¨¢cil ganarme su confianza. Creo que su experiencia vital le ense?¨® a ser algo suspicaz, o al menos precavido, al relacionarse con la gente. En nuestros primeros encuentros, se sentaba en un sill¨®n frente a m¨ª, pero con el cuerpo y el rostro vueltos hacia otro lado. Escuchaba muy poco y hablaba mucho. B¨¢sicamente, me daba lecciones. Sin embargo, en cada reuni¨®n posterior, se giraba unos cent¨ªmetros hacia m¨ª. En cada reuni¨®n, sermoneaba menos y hablaba ¡ªy escuchaba¡ª cada vez m¨¢s.
Y cuando, por fin, se sent¨® mir¨¢ndome de frente, comprend¨ª que hab¨ªa empezado a confiar en m¨ª.
Otros art¨ªculos del autor
Ten¨ªa cierta grandeza, cierta nobleza. Incluso con quienes le atacaban. Era una nobleza un poco anacr¨®nica, como del siglo XIX. Eso no quiere decir que fuera un hombre sin deseos terrenales, intensos impulsos o demonios dostoievskianos. Y s¨¦ ¡ªcomo amigo y como lector¡ª cu¨¢nto luchaba con ellos. Pero, a trav¨¦s de los a?os, sus libros fueron transmitiendo la sensaci¨®n de que hab¨ªa alcanzado una especie de equilibrio interno, una claridad que le permit¨ªa soportar con verdadera fuerza la complicada, exigente y envolvente carga de ¡°ser Amos Oz¡±.
Y no era f¨¢cil para ¨¦l ser Amos Oz. Ser un hombre al que acud¨ªan personas de todo el mundo, buscando su consejo, escuchando en silencio cuando hablaba. Ve¨ªan en ¨¦l a un maestro y un l¨ªder, incluso un profeta. No era f¨¢cil para ¨¦l ser la persona en la que tanta gente proyectaba tantas cosas: sus deseos m¨¢s profundos, sus esperanzas y decepciones, todo lo que estaba enmara?ado y sin resolver.
No era f¨¢cil ser el blanco de olas de amor y admiraci¨®n que casi lo idolatraban. Alzarse contra los ataques llenos de odio y la demonizaci¨®n que lanzaban quienes pensaban que la escritura de Amos les promet¨ªa algo y que esa promesa nunca se hac¨ªa realidad. Los ataques de amigos desilusionados que se volv¨ªan enemigos.
Al fin y al cabo, la idolatr¨ªa y la demonizaci¨®n son dos caras de la misma deshumanizaci¨®n, y Amos estaba muy familiarizado con sus perjuicios, con esa posici¨®n en la que se encontraba: o dejarse atrapar por el relato que hab¨ªan proyectado sobre ¨¦l unos desconocidos, o convertirse en cautivo de su propio relato interno. Qu¨¦ dif¨ªcil es sortear ambas cosas sin perder nuestra humanidad, una humanidad privada, ¨ªntima y aut¨¦ntica. Cualquiera que conoc¨ªa a Amos lo percib¨ªa: a veces es necesario un esfuerzo sobrehumano para vivir como ser humano. Y un esfuerzo a¨²n mayor para ser un mentsch.
Y, tal vez por encima de todo, le hab¨ªa sido dif¨ªcil reconstruirse sobre las ruinas del ni?o cuya madre se quit¨® la vida. Pasar de ser aquel ni?o fr¨¢gil y desarraigado a ser el hombre cuya sabidur¨ªa y personalidad le otorgan autoridad, solidez y liderazgo a ojos de millones de personas, en Israel y en todo el mundo.
Cualquiera que conoc¨ªa a Amos lo percib¨ªa: a veces es necesario un esfuerzo sobrehumano para vivir como ser humano
Pienso en Amos el escritor, y en Amos el portavoz, y en qu¨¦ ten¨ªa su escritura que lograba levantar a sus lectores, agitarlos, sacudirlos y despertarlos.
Pienso en sus personajes de ficci¨®n, pero tambi¨¦n en las personas reales a las que conoci¨® y document¨®. Por ejemplo, el viaje que hizo por Israel en el oto?o de 1982, y que engendr¨® uno de sus mejores libros, En la tierra de Israel. Cuando leemos esta narraci¨®n, nos ocurre lo mismo que a innumerables lectores de Una historia de amor y oscuridad: tenemos la sensaci¨®n de que estamos tocando alg¨²n esquivo secreto encerrado en los cimientos de la existencia de Israel. Es dif¨ªcil definir ese secreto con palabras: una especie de vibraci¨®n interminable, espiritual y consciente. La vibraci¨®n de un antiguo recuerdo y de traumas incre¨ªbles que todav¨ªa no se han digerido ni entendido por completo. Un sentimiento de inseguridad profunda y existencial que est¨¢ unido a una especie de satisfacci¨®n y confianza en uno mismo excesivas y precipitadas. Sobre todo, creo, es la vibraci¨®n de un terrible dolor, de miles de a?os de antig¨¹edad, que no tiene consuelo. El dolor de una naci¨®n perseguida y odiada que fue casi aniquilada. Qu¨¦ desasosiego causa leer todo esto en un libro. Y qu¨¦ dif¨ªcil es vivirlo.
Cada escritor, cada persona, destaca se?ales y s¨ªmbolos de su vida que aparentemente, por su personalidad y sus circunstancias, est¨¢ destinado a buscar y tambi¨¦n a encontrar. Desde esta perspectiva, los libros de Amos, en especial Una historia de amor y oscuridad, son el claro reflejo de la biograf¨ªa familiar del autor; con sus facciones pol¨ªticas e ideol¨®gicas, sus impulsos y sus contradicciones.
Esas fuerzas son las que hacen que los libros y los personajes de Amos, tanto ficticios como reales, sean tan relevantes y emocionantes. Al fin y al cabo, los aut¨¦nticos fan¨¢ticos, a ambos lados del mapa pol¨ªtico, son los ¨²nicos seguros de estar en posesi¨®n de la verdad absoluta y de que pueden negar cualquier parte de la realidad que no encaja en su visi¨®n del mundo y sus deseos. Pero Amos, en su vida y tal vez en la propia estructura de su alma, conten¨ªa todos los extremos, las contradicciones, los opuestos y todo lo dem¨¢s. Despertaban constantemente algo en ¨¦l, le hablaban, le atra¨ªan y le seduc¨ªan.
Los aut¨¦nticos fan¨¢ticos, a ambos lados del mapa pol¨ªtico, son los ¨²nicos seguros de estar en posesi¨®n de la verdad absoluta
Y, aunque a veces pens¨¢ramos que Amos conoc¨ªa su conclusi¨®n ya antes de iniciar el viaje, ¨¦l regresaba y llegaba a ella solo despu¨¦s de exponerse a un contenido t¨®xico que provocaba dentro de ¨¦l el horror y la conmoci¨®n, la verg¨¹enza y la culpa. Provocaba todos esos sentimientos dolorosos porque ya exist¨ªan dentro de ¨¦l. No pod¨ªa negarlo del todo: para refutar aquello sobre lo que escrib¨ªa parec¨ªa que ten¨ªa que negar algo que hab¨ªa dentro de ¨¦l, en las ra¨ªces de su alma.
En cada uno de sus libros, Amos Oz expresaba una actitud ¨¦tica, pol¨ªtica y claramente humana, y nosotros, los lectores, recorr¨ªamos con ¨¦l todo el proceso. Experiment¨¢bamos una gran variedad de emociones e ideas, impulsos y deseos que capturaban incluso nuestras propias abominaciones, las que sabemos que son distorsiones y deficiencias ¡°de familia¡± desde hace generaciones. Gracias a Amos y su talento sin par, pudimos afrontar esas abominaciones, nos dejamos quemar e incluso tentar por ellas. Y tambi¨¦n sentimos las dudas con las que se documentan. A veces nos distanci¨¢bamos de ¨¦l: a veces, parec¨ªa un personaje de uno de sus libros, ese ser virtuoso, razonable y racionalista que nos frustraba y a veces nos exasperaba. Por su impotencia y su incapacidad de mejorar nuestra complicada y terrible existencia.
Este era Amos el escritor, el pensador. El l¨ªder.
Pero quiero a?adir unas l¨ªneas sobre Amos la persona.
En una ocasi¨®n me dijo: ¡°De joven odiaba a mi padre, porque cre¨ªa que era ¨¦l el responsable de que mi madre se hubiera suicidado. Y luego odi¨¦ a mi madre, porque ?c¨®mo pod¨ªa haberme hecho algo as¨ª? ?C¨®mo pudo salir de casa sin decir ad¨®nde iba? Ella era la que nos exig¨ªa a todos nosotros que, cada vez que sali¨¦ramos, dej¨¢ramos una nota debajo del jarr¨®n diciendo exactamente d¨®nde ¨ªbamos...¡±.
A veces parec¨ªa un personaje de uno de sus libros, ese ser virtuoso, razonable y racionalista que nos frustraba y nos exasperaba
¡°Y, sobre todo, me odiaba a m¨ª mismo¡±, dec¨ªa Amos, ¡°porque, si mi madre se hab¨ªa suicidado, yo no deb¨ªa de ser merecedor de su cari?o. ?C¨®mo era posible? Hasta las madres de los nazis quer¨ªan a sus hijos, ?y mi madre no me quer¨ªa a m¨ª?¡±.
¡°Solo cuando tuve a mis propios hijos empec¨¦ a sentir compasi¨®n por mis padres y a quererlos. Solo entonces pude comprenderlos. Y, cuando escrib¨ª Una historia de amor y oscuridad, en realidad, me sent¨ª un poco padre de mis padres¡¯¡±.
Para nuestro ¨²ltimo encuentro, aproximadamente un mes antes de que falleciera, me pidi¨® que llevara a mi esposa, Michal. Y esa ocasi¨®n fue diferente a las anteriores. Amos estuvo en plenitud: divertido, ingenioso, ir¨®nico, brillante. La presencia femenina le hac¨ªa esponjarse. Habl¨® de su juventud en el kibbutz Hulda y de sus estudios universitarios. Hizo una gran imitaci¨®n del fil¨®sofo Hugo Mergmann.
Sobre todo, no habl¨® de su enfermedad, que a esas alturas era ya cr¨ªtica. Se limit¨® a decir: ¡°El arquitecto del cuerpo era un genio, pero el contratista escatim¨® en materiales¡±. Michal y yo nos re¨ªmos, pero Amos vio mi expresi¨®n y dijo: ¡°No me compadezcas. He tenido una gran vida. Mucho mejor de lo que pod¨ªa imaginar. Tengo unos hijos cari?osos, tengo a Nili, mi querida esposa. Mis libros se leen en todo el mundo. He recibido mucho m¨¢s de lo que se puede pedir a la vida¡±.
Un a?o sin Amos.
David Grossman es escritor.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.