Antirracismo machista
Las sociedades occidentales, y sus sistemas m¨¢s o menos laicos, permiten que cualquier ciudadano tenga derecho a criticar las religiones. Eso no sucede en pa¨ªses donde la apostas¨ªa sigue siendo delito
Las mujeres nos dimos cuenta muy pronto de la diferencia abismal que existe entre la sociedad marroqu¨ª de la que procedemos y las sociedades europeas a las que nos fuimos incorporando. Aunque se tratara de un pa¨ªs como Espa?a, que no hac¨ªa tanto que hab¨ªa dejado atr¨¢s una dictadura, aunque emigr¨¢ramos a ciudades peque?as o entornos provincianos, aunque nos instal¨¢ramos en barrios perif¨¦ricos o pas¨¢ramos a engrosar las filas de las clases sociales con menos recursos, lo cierto es que no se nos escap¨® el avance enorme que supuso la emigraci¨®n, una especie de atajo que acortaba de un modo importante nuestro avance hacia la libertad, la igualdad y, sobre todo, la esperanza en la posibilidad de disfrutar de una vida m¨¢s digna que la de nuestras madres y abuelas. Es una verdad incontestable que llevamos inscrita en la carne: nada tiene que ver una sociedad legalmente igualitaria a una que no lo es. Por eso, uno de nuestros mayores temores fue y ha sido siempre que nos llevaran a Marruecos y nos dejaran all¨ª. De hecho, era una amenaza nada ins¨®lita entre muchos padres de familia que no estaban dispuestos a permitir que sus mujeres e hijas se liberaran tal como hab¨ªan hecho esas libertinas cristianas.
As¨ª que, s¨ª, no tardamos en disfrutar de los avances conquistados por las mujeres de este pa¨ªs y pasamos a sentirnos extranjeras donde nacimos. Algo que, por otro lado, tambi¨¦n les pasaba a las t¨ªas y abuelas que no hab¨ªan salido del pueblo. La condici¨®n de extranjeras les ven¨ªa dada por su sexo en una sociedad que las consideraba personas de segunda. Cabe aqu¨ª recordar las diferencias por si alguien, en esta epidemia de relativismo que lo est¨¢ infectando todo, sufre de cierta desmemoria: hemos pasado de tener que esconderte cuando llega un invitado hombre ajeno a la familia a compartir pupitre con chicos de tu edad, con quienes incluso puedes entablar amistad; de ser considerada un cuerpo capaz de desencadenar el caos con su sola presencia a poder llevar pantalones ajustados o minifalda (a pesar de que sonara la cancioncita de Manolo Escobar); de que tu educaci¨®n sea algo discrecional que dependa de los designios del jefe de familia a que la escolarizaci¨®n de las ni?as sea obligatoria por ley; de que est¨¦ normalizada la violencia y se considere justificada cuando tu comportamiento no ha sido el correcto a que¡ bueno, es verdad, con el n¨²mero de v¨ªctimas de violencia machista es dif¨ªcil defender que la sociedad espa?ola es igualitaria, pero tengan en cuenta que es un enorme progreso no tener que partir de cero a cada momento para desmontar los discursos que la justifican. En fin, que no es lo mismo vivir en un pa¨ªs donde el matrimonio infantil o forzoso es habitual a hacerlo en uno donde se vea como una aberraci¨®n.
A menudo se persigue y se intenta silenciar a las feministas en nombre de la lucha contra la islamofobia
Entre las numerosas diferencias que existen entre una sociedad musulmana y una europea hay dos ejes fundamentales que han supuesto un cambio de primer orden para las hijas de la inmigraci¨®n: por un lado, la secularizaci¨®n de la sociedad de acogida y, por otro, las condiciones para la libertad de expresi¨®n. En el arduo camino de la toma de conciencia feminista llega un momento en el que resulta imposible eludir el an¨¢lisis y la confrontaci¨®n con el poder religioso, que forma parte indisociable del entramado estructural que configura nuestro patriarcado. Muy a menudo se intenta separar el islam de lo que son costumbres, tradiciones y valores que, nos dicen, nada tienen que ver con el primero. Se ha difundido as¨ª (y con ¨¦xito) la idea de que el contenido mis¨®gino de la religi¨®n es el resultado de una interpretaci¨®n patriarcal de los textos originales, que ser¨ªan incluso feministas. Una propuesta dif¨ªcil de validar teniendo en cuenta la carga machista de muchos pasajes del Cor¨¢n o hadices del profeta Mahoma. As¨ª que una reivindicaci¨®n a favor de la igualdad de la mujer en este contexto no puede evitar la confrontaci¨®n con el islam. Este no es un paso f¨¢cil, pero es necesario si lo que queremos defender es una libertad sin concesiones, que las mujeres podamos decidir y hacer como adultas de pleno derecho lo que nos venga en gana, que no tengamos que supeditarnos a esa otra forma de patriarcado, el religioso, que es capaz de mantener su influencia sobre nosotras incluso cuando hemos conseguido vencer al padre, el hermano, el primo, el marido o el vecino o nos hemos alejado del entorno que pretend¨ªa coartar nuestra independencia.
Si algo hemos interiorizado con la educaci¨®n democr¨¢tica recibida es que la secularizaci¨®n de las sociedades occidentales y sus sistemas m¨¢s o menos laicos, permiten que cualquier ciudadano tenga derecho a criticar las religiones sin que ello comporte castigos de ning¨²n tipo. Algo que no sucede en pa¨ªses donde la apostas¨ªa sigue siendo delito y se persigue cualquier opini¨®n que cuestione el orden religioso.
La secularizaci¨®n y la libertad de expresi¨®n son las grandes diferencias entre una sociedad musulmana y una europea
As¨ª que las mujeres nacidas en familias musulmanas instaladas en Europa nos tomamos la libertad de manifestar p¨²blicamente nuestras opiniones cr¨ªticas sobre la religi¨®n de nuestros padres. Alzamos la voz para denunciar la discriminaci¨®n y afirmamos que el islam contiene dosis nada desde?ables de machismo. Esper¨¢bamos que las reprimendas por este tipo de posiciones feministas vinieran de nuestras familias m¨¢s directas, pero no est¨¢bamos preparadas para el extra?o fen¨®meno que viene d¨¢ndose en los ¨²ltimos tiempos en redes sociales, espacios de opini¨®n de lo m¨¢s variopintos, instituciones p¨²blicas e incluso c¨¢tedras universitarias. Que las cr¨ªticas a nuestros postulados a favor de la igualdad entre hombres y mujeres vengan de personas que dicen conocer el islam mejor de lo que lo conocemos nosotras, que mujeres feministas no musulmanas nos digan que todas nuestras quejas son infundadas porque en realidad no entendimos lo que es el ¡°verdadero islam¡±, que expertos analistas defensores de los derechos de los musulmanes afirmen que nuestro testimonio no es representativo y que hombres de nuestra misma procedencia nos acusen de islam¨®fobas y, al fin, algo en lo que coinciden todos: nos manden callar.
Como si ese patriarcado del que escapamos por los pelos nos persiguiera hasta aqu¨ª y volviera a ejercer, o por lo menos lo intenta, el mismo poder que practica en las sociedades donde nadie lo ha puesto en duda. Forma parte este fen¨®meno de la reacci¨®n virulenta del islamismo y nada tiene que ver con la defensa de la libertad religiosa. Se persigue y se intenta silenciar a las feministas en nombre de la lucha contra la islamofobia y se sofoca cualquier cr¨ªtica a la religi¨®n al considerarla la expresi¨®n del racismo. Como si, por otro lado, nosotras no hubi¨¦ramos sufrido discriminaci¨®n por nuestro origen.
Lo sorprendente es que quienes usan la lucha antirracista como mordaza para el feminismo no son solamente los hombres musulmanes, muchos de ellos islamistas, sino organizaciones lideradas por hombres espa?oles que nos cuentan a nosotras, mujeres nacidas musulmanas e hijas de inmigrantes, cu¨¢l es en realidad nuestra discriminaci¨®n y c¨®mo tenemos que expresarla. Y no se cansan de hablar por nosotras y de pedir que se veten nuestras charlas o presencia en los medios p¨²blicos. Se demuestra as¨ª que para nosotras la susodicha interseccionalidad se convierte en una encrucijada donde no nos queda otra que escoger entre defender nuestra igualdad o conformarnos con el machismo si queremos ser antirracistas. Se repite que el feminismo ser¨¢ antirracista o no ser¨¢, pero nadie le dice al antirracismo que ser¨¢ feminista o no ser¨¢.
Najat el Hachmi es escritora.
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