La Europa sumergida, entre el pasado y el futuro
'Doggerland', la tierra que durante la Prehistoria un¨ªa Gran Breta?a con el continente, contiene un poderoso mensaje sobre el calentamiento global
Europa fue una vez un lugar geogr¨¢ficamente muy diferente. Hasta hace unos 8.000 a?os exist¨ªa una tierra ahora sumergida llamada Doggerland que un¨ªa la actual Gran Breta?a con el continente. Es un lugar muy dif¨ªcil de investigar con los medios t¨¦cnicos actuales, pero que tiene sus fan¨¢ticos, que dedican su tiempo libre a buscar huellas humanas en ese inmenso territorio ahora engullido por el mar ¡ªla escritora brit¨¢nica Julia Blackburn public¨® el a?o pasado un libro ilustrado sobre ellos, titulado Time Song: Journeys in Search of a Submerged Land¡ª.Pescadores del mar de Norte han encontrado huesos de mamuts, numerosos restos arqueol¨®gicos han ido emergiendo en las playas, incluso han aparecido huellas de seres humanos en fondos marinos. La subida del mar al final de la ¨²ltima glaciaci¨®n inund¨® ese espacio y cre¨® una tierra fantasma. Esta Atl¨¢ntida de la prehistoria se alza como uno de los muchos indicios que nos recuerdan hasta qu¨¦ punto el clima ha influido en lo que es Europa en la actualidad.
Doggerland sigue siendo un misterio cuya existencia muchos europeos ignoran. Desapareci¨® en un momento relativamente reciente, cuando ya se hab¨ªan construido las primeras ciudades en Oriente Pr¨®ximo y la revoluci¨®n neol¨ªtica se encontraba en pleno apogeo. Ya exist¨ªan los dioses y las primeras Administraciones se hab¨ªan puesto en marcha. La agricultura y la ganader¨ªa no tardar¨ªan en cruzar el Mediterr¨¢neo. Un progresivo calentamiento global transform¨® primero los paisajes europeos, que pasaron de la tundra al bosque, y luego incluso la geograf¨ªa, conforme fue subiendo el nivel del mar. Y no ha sido ni de lejos el ¨²nico.
Los historiadores se est¨¢n interesando cada vez m¨¢s por la forma en que el clima ha influido en la historia. Numerosos documentos y relatos muestran c¨®mo la vida de millones de personas se vio afectada por cambios clim¨¢ticos m¨¢s o menos r¨¢pidos. El ejemplo m¨¢s analizado es la peque?a edad de hielo, que en los siglos XVI y XVII convirti¨® en un calvario la existencia de los habitantes del hemisferio norte y que investigadores como Philipp Blom (El mot¨ªn de la naturaleza; Anagrama) o Geoffrey Parker (El siglo maldito; Planeta) han analizado a fondo. Es un periodo cuyo m¨¢ximo s¨ªmbolo son los cuadros de Pieter Bruegel el Viejo, como su Paisaje nevado con patinadores y trampa para p¨¢jaros, del que existen diferentes versiones y copias realizadas por su hijo en Viena, Bruselas o Madrid. Es un cuadro que refleja una ¨¦poca dur¨ªsima, de hambre y fr¨ªo, en la que se ten¨ªan que cazar p¨¢jaros con una trampa rudimentaria para poder comer.
Las evidencias hist¨®ricas de que el clima influye de manera decisiva en la humanidad son tan abrumadoras que resulta desconcertante no solo que haya negacionistas, sino que no sea la prioridad n¨²mero uno de todos los Gobiernos. La lucha contra el cambio clim¨¢tico tendr¨¢ consecuencias a corto plazo sobre la econom¨ªa, y en algunos sectores la reconversi¨®n ser¨¢ ardua. Pero, a medio plazo (y seguramente mucho antes de lo que pensamos), no hacer nada nos lleva a la cat¨¢strofe. Y la historia de Europa es el espejo en el que podemos mirarnos: en este caso, ignorar el pasado es tambi¨¦n ignorar lo que nos depara el futuro. Las causas del cambio clim¨¢tico en el pasado se mantienen como un misterio y no se deben a la acci¨®n humana. No se pudo hacer nada. Ahora, la situaci¨®n es muy diferente: no solo podemos detener un proceso del que somos responsables, sino que adem¨¢s sabemos lo que pas¨® y lo que pasar¨¢. Sabemos que los cambios en el clima acabaron con civilizaciones, se tragaron monta?as y pueblos, transformaron el litoral, convirtieron territorios en islas. Pero, adem¨¢s, lo m¨¢s grave es que sabemos lo que nos puede deparar el futuro, no solo a trav¨¦s de las predicciones de los cient¨ªficos, sino del presente.
Europa no solo puede mirarse en el espejo de los g¨¦lidos cuadros de Bruegel, en los restos de pueblos olvidados que alguna vez poblaron Doggerland, sino que tambi¨¦n puede contemplar en directo lo que ocurre en otros territorios m¨¢s expuestos. El verano que acaba de padecer Australia es el ejemplo m¨¢s claro, porque casi el 70% de los habitantes de la inmensa isla continente han sufrido los efectos de la estaci¨®n m¨¢s desoladora que se recuerda: incendios forestales imposibles de detener que han devorado millones de hect¨¢reas y convertido en irrespirable el aire de ciudades normalmente despejadas y agradables, un calor insoportable desde la primavera y problemas de agua.
Europa, sobre todo el sur, es un continente especialmente propenso a los incendios: un 40% de su territorio est¨¢ cubierto por masa forestal, pero, seg¨²n datos de la UE, en 2019, los bosques devorados por incendios aumentaron en un 15% con respecto a la d¨¦cada anterior. Da igual que se mire hacia atr¨¢s o hacia delante, el mensaje no puede estar m¨¢s claro: las praderas perdidas que hace milenios unieron Inglaterra con Europa forman parte del pasado, pero tambi¨¦n del futuro. Incluso del presente.
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