Te la est¨¢s jugando
Se respira hoy un discurso tan radical en contra de la intervenci¨®n del Estado como limitador de la codicia empresarial que estamos obligados a estar alerta
Contaba la siempre genial Lola Flores que al despertar de una intervenci¨®n quir¨²rgica lo primero que grit¨® fue: ¡°?Bingo!¡±. Ten¨ªa La Faraona el vicio del juego y aunque en su boca todo sonaba chispeante, seguro que alg¨²n pendiente de aquellos que perd¨ªa por el escenario del Florida Park debi¨® de dejar en prenda en esas ocasiones en las que no logr¨® cantar victoria. Sol¨ªa contar el director de cine Jos¨¦ Luis Cuerda que la casa familiar de Madrid se la gan¨® su padre, jugador profesional, en una partida de p¨®quer. Al escuchar una historia feliz en la que interviene un golpe de azar solemos experimentar un placer delegado, y atribuimos al ganador la inteligencia del p¨ªcaro, que es algo que en Espa?a seguimos valorando: esa ganancia en la que en vez del m¨¦rito intervienen la tentaci¨®n y el riesgo. Como suele, el cine, que todo lo mejora, ha aportado un misterio, un glamour, una emoci¨®n al juego del que al menos hoy carece. Recuerdo una noche en Atlantic City, para¨ªso de los negocios de Donald Trump, paseando por aquellos descomunales y horrendos casinos enmoquetados, carentes de ventanas para que el p¨²blico no se despistara en su af¨¢n de jugarse el dinero. Dejando a un lado la inevitable m¨²sica de fondo no se o¨ªa apenas la voz humana. Enmudecidos, las se?oras y los se?ores jugadores, vestidos con descuido, desparramados por el sobrepeso, se concentraban delante de la pantalla de una tragaperras o de una mesa de juego. La implacable luz cenital afeaba los rostros. La dependencia del vicio saltaba a la vista, imp¨²dicamente. Si entendemos que la palabra tentaci¨®n contiene connotaciones hedonistas, en ese ambiente se hab¨ªan esfumado: no hab¨ªa m¨¢s que soledad, vac¨ªo, sorda desesperaci¨®n.
Estos d¨ªas comienzan a tener voz en la prensa las familias de los pose¨ªdos por el juego. Asistimos asombrados a su desesperaci¨®n, al mismo tiempo que comprobamos que en los intermedios de las tertulias pol¨ªticas televisivas hay un anuncio tras otro dedicado a las casas de apuestas, casinos, bingos, sea cual sea la naturaleza que adopten. Incluso son denominados locales de entretenimiento. La hero¨ªna del siglo XXI, la han llamado. Tiene algunos parecidos con aquella plaga de los ochenta: arruina emocional y econ¨®micamente a los enganchados y a sus familias, que no saben c¨®mo auxiliarlos. Pero este espec¨ªfico fen¨®meno social es perverso en cuanto a que ha proliferado a la vista de todo el mundo, con el consentimiento de las autoridades. En la ¨²ltima d¨¦cada los locales de juego crecieron sin control y se ubicaron astutamente en los barrios m¨¢s desfavorecidos; seg¨²n un estudio de las Asociaciones Vecinales de Madrid, justo all¨ª donde hay rentas bajas, desempleo y un nivel bajo de estudios. Y qu¨¦ casualidad que se abrieran cerca de los institutos, dejando abierta la posibilidad de echar el lazo a j¨®venes que precisan luego de ayuda psicol¨®gica para recuperar su libertad. Abandonamos a las familias en su estupefacci¨®n; incluso hay personajes p¨²blicos que cobran un dineral por publicitar esta droga y d¨ªas m¨¢s tarde presentan una campa?a ben¨¦fica.
El signo de los tiempos, que tiende masivamente a un ultraliberalismo carente de piedad, defiende la libertad de acci¨®n. En realidad, una hip¨®crita manera de desatender a los excluidos. Es el camelo del libre albedr¨ªo. Como dec¨ªa el neurocient¨ªfico Juan Lerma, ¡°si eres un adicto a la nicotina y yo te ofrezco un cigarro, t¨² tienes la libertad de aceptarlo o no, pero si probamos 100 veces, la libertad no existe, porque lo vas a aceptar en el 90% de las ocasiones¡±. Marcados como estamos por nuestro entorno, lo que unos pueden, fr¨ªvolamente, definir como sucumbir a la tentaci¨®n o coquetear con un placer leg¨ªtimo, para otros ser¨¢ su ruina y la de su familia. Se respira hoy un discurso tan radical en contra de la intervenci¨®n del Estado como limitador de la codicia empresarial que estamos obligados a estar alerta. Pueden tacharnos de represores o puritanos. Es la consabida coartada del privilegiado para seguir si¨¦ndolo a costa del d¨¦bil.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.