Hacia una sociedad de mayores
Hay indicios de que la gesti¨®n est¨¢ sucumbiendo a la implacable l¨®gica del an¨¢lisis coste-beneficio
Da la sensaci¨®n de que se han hecho m¨¢s visibles, ¨²ltimamente, las distintas pulsiones que conviven en nuestra sociedad respecto del lugar de la vida y la muerte. La reflexi¨®n sobre nuestro ser y devenir suscita continuos y nuevos interrogantes conforme nuestras condiciones de vida y perspectivas de futuro en tanto especie evolucionan. Por una parte, vivimos m¨¢s, sobrevivimos a m¨¢s patolog¨ªas, somos capaces de decidir si queremos dar vida o no o si, en caso de extremo y definitivo sufrimiento f¨ªsico y psicol¨®gico, queremos que nos la quiten. Por otra, estamos expuestos a unas condiciones medioambientales crecientemente inciertas y a pandemias, como la que vivimos actualmente, que desconocen fronteras.
Existe desde hace a?os una corriente antinatalista en el mundo occidental que propugna la no procreaci¨®n como m¨¦todo para aliviar la superpoblaci¨®n que presuntamente amenaza la sostenibilidad del planeta. Frente a las consecuencias irreversibles del cambio clim¨¢tico, son cada vez m¨¢s los j¨®venes que consideran una irresponsabilidad traer nuevas criaturas al mundo. Argumentan que cada nuevo beb¨¦ que nace en Occidente supone un incremento adicional de casi 60 toneladas de CO2 al a?o. Una minor¨ªa toma incluso la decisi¨®n de esterilizarse. El principal argumento que hasta ahora esgrim¨ªan muchos j¨®venes ¡ªsobre todo, mujeres¡ª para justificar la decisi¨®n de no tener hijos se basaba en la imposibilidad real de compatibilizar vida profesional y familiar y el desigual reparto de las tareas de cuidado. Ahora, junto a la desigualdad de g¨¦nero, cobra relevancia el argumento ecologista de que renunciar a tener descendencia reduce ostensiblemente nuestra huella carb¨®nica. En paralelo, las instituciones occidentales, especialmente las europeas, buscan fomentar la natalidad y atajar la despoblaci¨®n del medio rural. Si uno de los ejes principales de estas pol¨ªticas era reducir la desigualdad de g¨¦nero, es posible que deban enmarcarse dentro de una agenda m¨¢s amplia para garantizar la sostenibilidad del ecosistema, si de lo que se trata es de convencer a las generaciones venideras de que merece la pena seguir procreando. La presi¨®n del movimiento antinatalista, m¨¢s all¨¢ de lo acertado o no de su diagn¨®stico, puede ser beneficiosa para acelerar la implementaci¨®n de los compromisos globales en la lucha contra el cambio clim¨¢tico.
Llevada hasta sus ¨²ltimas consecuencias, la idea de dejar de procrearnos nos confronta con la hip¨®tesis de una sociedad s¨®lo de mayores y nos permite anticipar algunas de las problem¨¢ticas que, muy posiblemente, veremos en nuestras sociedades progresivamente envejecidas en las pr¨®ximas d¨¦cadas. Podr¨ªamos pensar que una sociedad de edad avanzada es viable si, paralelamente, se desarrolla una automatizaci¨®n del cuidado que permita a esos futuros mayores vivir dignamente con la ayuda de robots. Ya hoy las administraciones hacen cada vez mayor uso de la inteligencia artificial y los macrodatos para gestionar sus sistemas p¨²blicos de sanidad y protecci¨®n. En principio, se trata de herramientas que permiten mejorar y ampliar la prevenci¨®n, el desarrollo de nuevos tratamientos y el cuidado de las personas. Pero hay indicios de que, en ocasiones, esta gesti¨®n no humana est¨¢ sucumbiendo a la implacable l¨®gica del an¨¢lisis coste-beneficio y que, m¨¢s all¨¢ de las administraciones p¨²blicas, supone un suculento mercado para el sector privado. As¨ª, observamos como en algunos pa¨ªses se baraja limitar la edad para determinados tratamientos e intervenciones en raz¨®n de la calidad de vida esperada del paciente, calculada a partir de algoritmos. O c¨®mo, seg¨²n explicaba Margarita Le¨®n en estas p¨¢ginas, se cruzan datos personales para fiscalizar la utilizaci¨®n de ayudas sociales. Mientras tanto, algunas aseguradoras ensayan sistemas de puntos que premian a aquellos asegurados cuya salud mejora.
Intuimos un sistema p¨²blico que podr¨ªa emplear las nuevas tecnolog¨ªas para determinar qu¨¦ personas resultan m¨¢s onerosas financieramente, racion¨¢ndoles o neg¨¢ndoles, seguidamente, ayudas y tratamientos. En paralelo, un sistema de protecci¨®n y salud privado al que podr¨¢n acceder aquellas personas excluidas del sistema p¨²blico, pero que poseen suficientes recursos y que podr¨¢ desarrollar c¨¢lculos crecientemente sofisticados de sus primas gracias al acceso a miles de datos de sus clientes, obtenidos voluntariamente o en el mercado digital. Si la enfermedad y el envejecimiento van a someterse, adem¨¢s de a algoritmos, a criterios de eficiencia econ¨®mica, no debe sorprender que exista cierto temor respecto de la desvirtuaci¨®n que pueda sufrir, con el tiempo, el derecho a la eutanasia. Se asume, t¨¢citamente, que la vida de las personas mayores o enfermas es m¨¢s prescindible, como cuando algunos dan a entender que debe tranquilizarnos el hecho de que las muertes por el nuevo coronavirus se producen, mayoritariamente, en estos colectivos.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente. oliviamunozrojasblog.com
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