A la caza de fraudes en la ciencia
?Qu¨¦ lleva a investigadores con inmaculado expediente a convertirse en supuestos estafadores? Cada a?o se publican cientos de miles de art¨ªculos cient¨ªficos en las revistas especializadas. La fiebre por firmar, los egos desmedidos y las presiones para encontrar fuentes de financiaci¨®n son algunos factores. Salimos en busca de casos sonados y de quienes los persiguen
Hace ahora casi 20 a?os, la investigadora Almudena Ram¨®n Cueto, del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC), asombraba a los presentes en una conferencia de prensa con una pel¨ªcula en la que nueve ratas parapl¨¦jicas volv¨ªan a andar. Se les hab¨ªa seccionado la m¨¦dula espinal y se les injert¨® c¨¦lulas envolventes del bulbo olfatorio de su nariz. Meses despu¨¦s, los roedores pod¨ªan subir por una pendiente enrejada, mover sus cuartos traseros, soportar el peso del cuerpo y sentir est¨ªmulos en la piel, en contraste con los que no recibieron implante. Su trabajo, firmado con colegas del Centro de Biolog¨ªa Molecular de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, ven¨ªa avalado por la prestigiosa revista Neuron.
Est¨¢bamos casi a las puertas de un milagro cient¨ªfico. La cura para los lesionados medulares era posible. Entre los asistentes figuraba un empresario del calzado que hab¨ªa aportado fondos para la investigaci¨®n. Su hijo sufri¨® una lesi¨®n medular en un accidente. Pero era necesario probar el trasplante en primates, coment¨® entonces la investigadora. En mayo de 2018, Ram¨®n Cueto y su pareja fueron detenidos en Valencia por haber estafado presuntamente casi un mill¨®n de euros a centenares de pacientes de m¨¦dula espinal. Las televisiones recogieron la desilusi¨®n de los enfermos; una madre pens¨® en suicidarse al ver que la terapia no hac¨ªa efecto en su hijo, al que le hab¨ªan prohibido contar lo que le hac¨ªan, despu¨¦s de pagar 30.000 euros. Una mujer parapl¨¦jica por un accidente de moto pag¨® m¨¢s de 6.000 euros hasta que fue descartada con un mensaje de correo electr¨®nico siete meses despu¨¦s.
En el entorno del empresario del calzado que financi¨® aquel estudio en ratas el tema est¨¢ zanjado, sin comentarios, aunque flota la palabra estafa. Un colof¨®n, precedido de una historia de experimentos fallidos o poco claros, juicios, testimonios muy negativos de los colegas cient¨ªficos que trabajaron con ella en el pasado y no quieren saber nada; despidos, abandono del CSIC y creaci¨®n de asociaciones para atraer el dinero. En aquel mayo de 2018, Ram¨®n Cueto fue puesta en libertad con cargos y asegur¨® a sus familiares que era v¨ªctima de una conspiraci¨®n, seg¨²n el diario digital Las Provincias. La investigaci¨®n por delito de estafa permanece vigente.
?Qu¨¦ puede llevar a una investigadora con excelentes credenciales cient¨ªficas a convertirse en una supuesta estafadora? Antes de aquella controvertida conferencia de prensa pude hablar con el neurocient¨ªfico Manuel Nieto Sampedro, un pionero espa?ol en demostrar que el cerebro y el sistema nervioso central ten¨ªan capacidad para regenerarse, rompiendo un tab¨² de d¨¦cadas. Devolver la movilidad a las ratas a las que se corta su m¨¦dula espinal con una tijera ya no era imposible, me dijo. Pero reconectar las fibras nerviosas da?adas de una m¨¦dula humana era y sigue siendo el Everest de la neurolog¨ªa, una conquista pendiente.
¡°En ciencia, lo primero es conocer, pero hay mucho problema de ego¡±, explica Ram¨®n ?vila, uno de los coautores del art¨ªculo de Neuron, del que Cueto es autora principal y que no ha sido enmendado. ¡°Es un buen trabajo¡±, asegura. Pero quiz¨¢ marc¨® el comienzo de la p¨¦rdida de rumbo de una cient¨ªfica prometedora, deslumbrada por los focos medi¨¢ticos. ¡°La ciencia no es como las pel¨ªculas de Hollywood con final feliz. Nunca se acaba, no hay verdades absolutas. Si no lo ves as¨ª, la destrozas¡±.
A principios de siglo, los art¨ªculos publicados y luego retirados por las revistas cient¨ªficas eran 30 al a?o.
Hoy son 500
¡°Este caso es complejo¡±, dice Pere Puigdom¨¨nech, profesor de investigaci¨®n del CSIC y miembro de la Federaci¨®n Europea de Academias de Ciencias y Humanidades (ALLEA, en sus siglas en ingl¨¦s). Sin valorar las investigaciones de Ram¨®n Cueto, el hecho de ¡°basarse en la esperanza de la gente que est¨¢ sufriendo es algo terrible¡±. Hab¨ªan circulado cr¨ªticas por las colectas a los enfermos pidiendo dinero. Fueron ignoradas. Puigdom¨¨nech destaca la tibieza de las instituciones oficiales. Cree que esta situaci¨®n se podr¨ªa haber evitado con un mayor control por parte de los organismos cient¨ªficos. Pero nadie actu¨®.
Estos profesionales son muy capaces de mentir, de enga?ar o de hacer trampas, en el mejor de los casos. El escritor e historiador italiano Federico Di Trocchio ya lo se?ala en su obra Las mentiras de la ciencia (Alianza Editorial). Incluso los mayores genios no tienen un historial inmaculado, arrostr¨¢ndose m¨¦ritos ajenos. Galileo probablemente nunca realiz¨® algunos de los c¨¦lebres experimentos que ¨¦l mismo describi¨®, como el de arrojar objetos de diferente peso desde la torre de Pisa. El mism¨ªsimo Newton rob¨® la idea de la ley de la gravedad a Robert Hooke, si bien la demostr¨® con matem¨¢ticas de forma brillante: la historia de la manzana cayendo como fuente de inspiraci¨®n para describir la gravedad, explicada por su sobrina a Voltaire, nunca existi¨®.
Pero se trata de pecadillos si atendemos lo que sucede en el competitivo mundo de la bata blanca. ¡°Se publican un mill¨®n de art¨ªculos cient¨ªficos al a?o en unas 28.000 revistas¡±, dice Puigdom¨¨nech. ¡°Las cifras que se manejan es que entre el 1% y el 0,1% de todo lo que se publica tiene problemas de una cierta gravedad¡±. Parece poco, pero hablamos de entre 1.000 y 10.000 art¨ªculos publicados con sospechas serias de haber sido manipulados. El abanico es amplio; desde ajustar datos para maquillar mejor el experimento hasta omitir los que alteren los resultados o inventarlos sin m¨¢s. Sumando todo, el porcentaje podr¨ªa llegar al 30% ¡ªalgo excesivo, a juicio de Puigdom¨¨nech¡ª.
?De qu¨¦ clase de mentiras hablamos? Si un astrof¨ªsico descubre un nuevo agujero negro y resulta que ha falsificado los datos, su reputaci¨®n puede quedar m¨¢s o menos da?ada, pero el fraude no afecta al gran p¨²blico. Otra cosa es suscitar falsas esperanzas para afrontar una enfermedad. En 2005, un grupo de investigadores asegur¨® en Science que hab¨ªa encontrado una nueva prote¨ªna llamada visfatina en el tejido adiposo de los ratones con efectos similares a los de la insulina, la mol¨¦cula que permite que nuestras c¨¦lulas retiren la glucosa de la sangre. El grupo de A. Fukuhara, de la Universidad de Osaka, asegur¨® que la visfatina se un¨ªa a los receptores de la insulina y que, por tanto, esta prote¨ªna podr¨ªa ser un buen hallazgo para encontrar nuevas curas para la diabetes. Era una pura mentira.
Y mentir ahora resulta m¨¢s tentador y f¨¢cil. A principios de este siglo, seg¨²n Nature, los fiascos reconocidos por las propias revistas cient¨ªficas como art¨ªculos publicados y luego retirados sumaban unos 30 anuales. En 2011, la media se elev¨® a 400. Seg¨²n la web Retraction Watch, se producen entre 500 y 600 retractaciones en el circuito cient¨ªfico. ?Qu¨¦ hay detr¨¢s de los n¨²meros? ¡°Es dif¨ªcil ser precisos¡±, explica Adam Marcus, uno de los editores de esta web especializada que da cuenta de los casos que van apareciendo. Las revistas cient¨ªficas se est¨¢n poniendo m¨¢s duras y exigentes y no les tiembla tanto la mano en retirar lo publicado y salir a explicar la metedura de pata. Marcus indica que un tercio de los casos se deben a errores no intencionados. Pero el resto abarca el fraude, la falsificaci¨®n y la manipulaci¨®n de los datos.
Antes el ciudadano corriente pod¨ªa creer que el comportamiento deshonesto de cient¨ªficos mentirosos de alg¨²n pa¨ªs lejano no ten¨ªa importancia. Ahora, en medio del actual clima de psicosis por la explosi¨®n del coronavirus chino y en un mundo globalizado y asustado, necesitamos m¨¢s que nunca cient¨ªficos honestos que combatan las mentiras. Porque de una manera u otra nos alcanzar¨¢n. De ello est¨¢ convencido Leonid Schneider, bi¨®logo celular y periodista cient¨ªfico, autor del blog For Better Science. Practica un activismo feroz que apuesta por una regeneraci¨®n de la investigaci¨®n. ¡°La ciencia es incapaz de corregirse a s¨ª misma¡±, dice en conversaci¨®n con El Pa¨ªs Semanal.
Toparnos con un gran porcentaje de cient¨ªficos en Harvard mintiendo fue una sorpresa¡±, dice un investigador
?Qu¨¦ especialidades atraen m¨¢s el foco del enga?o? ¡°El campo biom¨¦dico es un problema. Mucho de lo que se publica desemboca en humanos¡±, asegura Schneider. ¡°En las historias de biolog¨ªa, que suelen ser m¨¢s aburridas, no ocurre tanto. Pero los enga?os en ciencias bot¨¢nicas pueden repercutir en la agricultura, en nuestros alimentos¡±. Si un estudio cient¨ªfico sobre un pesticida nos dice que es seguro y estuviera corrompido por la industria, ¡°terminaremos comiendo ese pesticida¡±. Hace dos a?os, un jurado conden¨® a la multinacional Monsanto a indemnizar con 289 millones de d¨®lares a un jardinero estadounidense que us¨® sus herbicidas y termin¨® sufriendo un c¨¢ncer terminal. Monsanto apel¨®. Hoy, Bayer, que compr¨® Monsanto, lidia con una monta?a de miles de denuncias y trata de llegar a un acuerdo extrajudicial con indemnizaciones de miles de millones de d¨®lares.
Schneider viene denunciando el comportamiento deshonesto del cirujano italiano Paolo Macchiarini, que salt¨® a la fama tras haber realizado en 2008 el primer trasplante de tr¨¢quea en un enfermo en el hospital Cl¨ªnico de Barcelona, centro que no le renov¨® el contrato. Desde entonces, Macchiarini ha dejado un reguero de muertos. Schneider ha elaborado una lista no oficial de 20 intervenciones suyas a lo largo de los ¨²ltimos 10 a?os, de las que sobrevivieron tres pacientes y solo uno conserva el trasplante. Cree que en Espa?a incluso murieron dos personas en operaciones clandestinas, pese a la falta de registros. Macchiarini se fue a Italia para seguir operando. En 2010 fue admitido en el Instituto Karolinska de Estocolmo.
Lo que sigue es una pel¨ªcula de conspiraciones m¨¦dicas con asesinatos por negligencia: un cirujano que implanta tr¨¢queas artificiales en tres personas, causando dos muertes, con el visto bueno de la instituci¨®n que otorga los Premios Nobel. La primera muerte en 2012 hace que el hospital universitario de Karolinska ponga fin a las operaciones un a?o despu¨¦s. Pero Macchiarini aprovecha un permiso y le autorizan para operar en Rusia. Un segundo paciente muere en Suecia en 2014. Cuatro cirujanos de Karolinska cuentan las inconsistencias reflejadas en sus art¨ªculos: ocultaci¨®n de datos en registros m¨¦dicos y de los deterioros de los pacientes tras las intervenciones.
El Instituto Karolinska encarga una evaluaci¨®n externa e independiente a una autoridad, el profesor Bengt Gerdin, quien ratifica las conclusiones de los cirujanos, pero el instituto sigue protegiendo al cient¨ªfico italiano y le confirma como investigador en 2015. Medios como Vanity Fair y un reportaje de la televisi¨®n sueca denuncian en 2016 el sufrimiento de los pacientes, sus muertes y los m¨¦todos del cirujano. El esc¨¢ndalo p¨²blico se hace imparable pese a la defensa numantina del secretario del comit¨¦ que elige a los premios Nobel de Medicina y el rector de investigaci¨®n. Todos dimiten. Macchiarini es despedido. ¡°Falsific¨® todos los datos, la informaci¨®n de los pacientes¡±, afirma Schneider. ¡°Hizo pretender que hab¨ªa realizado estudios animales que nunca hizo, lo manipul¨® todo. Lo ¨²nico verdadero fueron las muertes de seres humanos¡±.
Seg¨²n Science, el cirujano public¨® en 2018 un estudio sobre la viabilidad de un es¨®fago artificial sembrado con c¨¦lulas madre en la revista Journal of Biomedical Materials Research Part B: Applied Biomaterials, muy similar a la temible tr¨¢quea de pl¨¢stico que ha matado a sus pacientes. Su editor respondi¨® que no estaba al tanto del historial del cirujano. A finales del pasado a?o, la justicia italiana lo conden¨® a 16 meses de prisi¨®n por falsificar documentos. Esc¨¢ndalos as¨ª da?an terriblemente a la comunidad cient¨ªfica. En el mejor de los casos, quedan como un grupo de sabios ingenuos y cr¨¦dulos. Lo que choca contra el m¨¦todo cient¨ªfico, las pruebas y solo pruebas; lo que se propone desde un laboratorio debe ser replicado sin sombras de dudas para su aceptaci¨®n.
Pero tambi¨¦n existe otra explicaci¨®n. Si dejamos a un lado la ingenuidad, lo que queda es la malicia. Para pillar a un cient¨ªfico tramposo hay que convertirse en una suerte de detective de los hechos, y el norteamericano Walter Stewart, con un doctorado en Medicina de la Universidad de Harvard, es uno de los mejores del mundo. Se le lleg¨® a apodar El Terrorista de los Laboratorios. Pero Stewart, con su colega Ned Feder, acu?¨® una especialidad ins¨®lita: cazador de fraudes cient¨ªficos (en ingl¨¦s, fraudbusters). Participa en el Coro de Austin en Texas, la ciudad donde actualmente reside, como cantante de bajo, y lo primero que dice al tel¨¦fono es que le llamemos Walter. ¡°Poseo una habilidad asombrosa para detectar si un dato ha sido falsificado. Puedo hacer chequeos de forma muy r¨¢pida y soy particularmente muy bueno a la hora de otear determinados tipos de fraude¡±.
La Escuela de Medicina de Harvard, un lugar sacrosanto para la ciencia m¨¦dica, fue el lugar donde Stewart y Feder se consagraron como detectives de lo fraudulento. Hab¨ªan visto en las noticias que un joven brillante llamado John Darsee hab¨ªa cometido un fraude all¨ª. Su investigaci¨®n consist¨ªa en experimentar f¨¢rmacos en animales para hallar nuevas terapias contra el infarto de miocardio. ¡°Escribimos al decano, que conoc¨ªa a Darsee, para que nos remitiera los informes. Y vimos que el comit¨¦ se limit¨® a echar un vistazo superficial al asunto y a llegar a una conclusi¨®n incre¨ªble: que Darsee hab¨ªa cometido fraude solo en tres ocasiones aisladas¡±. Cuando trasladaron sus preocupaciones al decano, este le respondi¨® que estaba en curso una investigaci¨®n m¨¢s a fondo, que les har¨ªa llegar.
Darsee hab¨ªa publicado en un espacio de apenas dos a?os un total de 109 piezas, entre art¨ªculos y abstracts. ¡°Es sencillamente rid¨ªculo¡±, dice Stewart. ¡°Incluso aunque no hubiera falsificado los datos, que no era el caso, no podr¨ªa haber publicado tanto¡±. Cuando por ¨²ltimo examinaron el informe final, los dos investigadores advirtieron que el joven m¨¦dico no solo hab¨ªa falsificado los resultados, sino que ¡°muchos de los revisores de Harvard no ten¨ªan inter¨¦s en ello ni preguntas que hacer, o bien realizaban comentarios falsos al respecto, incluso antes de que se cometiera el fraude¡±.
Darsee hab¨ªa firmado sus art¨ªculos con otros 47 coautores y tanto Feder como Stewart advirtieron que no se trataba de un individuo, sino de una estructura organizada. ¡°Encontramos que un tercio de los cient¨ªficos hab¨ªan cometido alg¨²n tipo de fraude. Nos quedamos asombrados. Yo sab¨ªa que, como individuos, los cient¨ªficos sol¨ªan mentir de vez en cuando. Pero toparnos con este porcentaje grande de investigadores en Harvard realizando comentarios falsos fue toda una sorpresa¡±. La manipulaci¨®n de los datos implicaba incluso ensayos con pacientes ficticios. Uno de ellos ten¨ªa 17 a?os y cuatro hijos, el mayor de 8 a?os, por lo que deb¨ªa de haber dejado embarazada por primera vez a la presunta madre a esa misma edad.
Los dos fraudbusters escribieron un detallado art¨ªculo en 1983 que remitieron a la revista Nature, la cual tard¨® cuatro a?os en editarlo. ¡°Nos llev¨® mucho tiempo publicar esta historia, ya que se trataba de c¨®mo pod¨ªa enga?ar la ciencia¡±, dice Stewart. Posteriormente se comprob¨® que Darsee hab¨ªa sido un tramposo desde los tiempos en que estudiaba en 1969 en la Universidad de Notre Dame. Pero este sonado esc¨¢ndalo revel¨® a Stewart que la mentira encuentra f¨¢cil acomodo entre cient¨ªficos de prestigio y que su primera reacci¨®n, en vez de investigarla, es la de proteger al embustero. La prueba de fuego lleg¨® con el bi¨®logo David Baltimore, todo un premio Nobel de Medicina. ¡°Es un mentiroso y un acosador. Lo conozco personalmente desde que era un estudiante de grado en la Universidad Rockefeller¡±, afirma Stewart sin ambages.
En abril de 1986, la revista Cell public¨® un art¨ªculo, en el que el premio Nobel Baltimore figuraba como coautor, sobre una serie de experimentos en ratones a los que se les inyectaba un gen que alteraba sus defensas inmunol¨®gicas, de manera que pod¨ªan reconocer con m¨¢s eficacia agentes pat¨®genos. Se investigaba as¨ª la posibilidad de educar al sistema inmunol¨®gico para que segregara anticuerpos contra bacterias o virus espec¨ªficos. Los primeros problemas surgieron cuando una estudiante de posdoctorado del MIT, Margot O¡¯Toole, descubri¨® 17 p¨¢ginas de anotaciones que conten¨ªan datos conflictivos y contradictorios. Su posterior informe fue descartado por la autora principal, Thereza Imanishi-Kari, que despidi¨® a O¡¯Toole de su laboratorio. En un encuentro que O¡¯Toole tuvo con la autora y el premio Nobel para sugerir una rectificaci¨®n del art¨ªculo, asegur¨® que Baltimore le hab¨ªa dicho que ese tipo de discrepancias era ¡°habitual¡± y amenaz¨® con oponerse a cualquier correcci¨®n.
¡°Cuando difundes un posible enga?o, la ciencia no te lo va a perdonar. No se puede decir nada malo¡±
Hubo varias comisiones de investigaci¨®n (por parte del MIT y la Universidad de Tufts) y aparentemente no encontraron irregularidades. Hasta que intervino Walter Stewart y su compa?ero. ¡°Lo que sucedi¨® es que me hice con los datos originales y prob¨¦ que se hab¨ªa cometido un fraude¡±, dice Stewart. El informe que elaboraron Stewart y Feder, que trabajaban para los Institutos Nacionales de Salud (NIH), caus¨® un terremoto cient¨ªfico y pol¨ªtico. Se enfrentaron a Baltimore, el cual insist¨ªa en proteger a su colaboradora; chocaron con los directivos del NIH y atrajeron la atenci¨®n de John Dingell, miembro de la C¨¢mara de Representantes de Estados Unidos, que investig¨® el asunto mediante el servicio secreto ¡ªlo que origin¨® a su vez quejas en los cient¨ªficos afectados, que proclamaron que se trataba de una nueva caza de brujas¡ª. Sus conclusiones ratificaron lo expuesto por la pareja de fraudbusters. Como colof¨®n, la revista Cell tuvo que retirar el art¨ªculo en 1991. Ese mismo a?o, Baltimore dimiti¨® como presidente de la Universidad Rockefeller, no sin disculparse por no haber actuado de manera m¨¢s activa.
Pero el asunto no termin¨® ah¨ª. Otro panel distinto ¡ª?del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos¡ª exoner¨® en 1996 a Imanishi-Kari, entre grandes protestas por parte de los investigadores de Dingell (un par de a?os antes, los resultados de ese estudio fueron reproducidos por investigadores de Columbia y Stanford). El caso Baltimore se convirti¨® en uno de los esc¨¢ndalos m¨¢s complejos de la ciencia norteamericana. Dingell muri¨® en 2019 y fue recordado en Science como un pol¨ªtico ¡°que convirti¨® el comportamiento indebido en un tema de mayor inter¨¦s en la comunidad cient¨ªfica¡±.
A la cuesti¨®n de los ataques de sus colegas cient¨ªficos por meter las narices y hurgar en sus enga?os, Stewart admite ahora que tuvo mucha suerte. ¡°Ned y yo trabaj¨¢bamos para el Gobierno, nuestro empleo era permanente, as¨ª que era casi imposible despedir a un funcionario, a menos que hagas cosas horribles, como conducir borracho al trabajo¡±, bromea. En su larga carrera como detective cient¨ªfico, siempre ha encontrado que la reacci¨®n de la comunidad cient¨ªfica ante un caso sospechoso de fraude nunca es favorable. ¡°Entre los estadounidenses hay una expresi¨®n, la de colocar los carromatos en c¨ªrculo, prepararse para la defensa ante los indios en los tiempos de la conquista del Oeste. Entre los cient¨ªficos hay una resistencia a examinar la fiabilidad de lo que dicen otros colegas, ya que eso reflejar¨ªa una falta de confianza en la profesi¨®n¡±.
Su conclusi¨®n hace trizas la rom¨¢ntica imagen explotada por el cine de ciencia-ficci¨®n de los a?os cincuenta como un personaje al que solo le interesa la verdad por encima de todo. Esta asunci¨®n tiene su peso. Schneider se muestra muy cr¨ªtico con la comunidad cient¨ªfica, que no soporta a los delatores entre sus filas. ¡°Cuando difundes un posible enga?o, la ciencia no te lo va a perdonar. Los cient¨ªficos dependen de la financiaci¨®n p¨²blica. Si el p¨²blico se entera de los fraudes, dejar¨¢ de llegar el dinero. La conclusi¨®n es que no se puede decir nada malo de los cient¨ªficos¡±.
Sin embargo, suele omitirse que los chivatos suelen ser tambi¨¦n hombres de ciencia, explica Pere Puigdom¨¨nech: detectives especializados como Walter Stewart que husmean en las agendas de laboratorio, estudiantes de posdoctorado o cient¨ªficos del equipo del jefe al que denuncian. En no pocas ocasiones los delatores han sufrido consecuencias. Los cuatro cirujanos que demostraron en 2015 las inconsistencias de Macchiarini fueron reprendidos este mismo a?o por el propio Instituto Karolinska, juzgados en algunos casos como cient¨ªficos deshonestos por su relaci¨®n con el cirujano italiano maldito o haber firmado art¨ªculos con ¨¦l. ¡°Esto env¨ªa el mensaje de que los delatores de las investigaciones ser¨¢n castigados, lo que es un serio problema¡± indic¨® a Science el cirujano Oscar Simonson.
Quiz¨¢ por esta raz¨®n el portal PubPeer, creado a finales de 2012, ofrece una ventana an¨®nima a la comunidad cient¨ªfica para denunciar las inconsistencias de los art¨ªcu?los de los colegas. Permite que los autores respondan r¨¢pidamente a los comentarios cr¨ªticos, desde la puntilla hasta una imagen microsc¨®pica de un tejido, la electroforesis para separar segmentos gen¨¦ticos o una tabla de resultados dudosa. El portal naci¨® en California como una fundaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro y en 2015 fue demandado ¡ªsin resultados¡ª por un afamado investigador del c¨¢ncer para obligar a desvelar la identidad de los autores de unos comentarios muy cr¨ªticos a sus trabajos. ¡°Los cient¨ªficos no desean proteger a sus colegas poco ¨¦ticos¡±, opina Adam Marcus. ¡°Despu¨¦s de todo, dada la escasez de dinero para investigar, proteger a los mentirosos significa competir por una financiaci¨®n m¨¢s limitada¡±.
La escasez de fondos podr¨ªa explicar el beneficio del enga?o, siempre que no se trate de algo muy gordo que haga caer el edificio. Maquillar resultados para que el experimento sea m¨¢s atractivo se convierte en una tentaci¨®n. Pero para ello hay que salvar el muro que imponen las grandes revistas cient¨ªficas, dotadas de equipos de revisores cualificados que garantizan que lo que se cuenta es verdad. El muro tiene grietas. En ocasiones, los art¨ªculos son tan complejos y se han realizado con varias metodolog¨ªas que resulta imposible controlar todos los aspectos, explica Puigdom¨¨nech. Estas revistas son tambi¨¦n la base de un negocio editorial muy jugoso. Cobran grandes cantidades a las bibliotecas de las universidades por las suscripciones y, aparte, los propios investigadores tienen que pagar entre 1.000 y 2.500 euros ¡°si quieres publicar¡±, asegura este cient¨ªfico. La presi¨®n por firmar, resumida en ¡°si no publicas, est¨¢s muerto¡± ¡ªy no habr¨¢ dinero para investigar¡ª, empuja a muchos a mentir, a veces un poco, a veces demasiado.
Para Stewart, la norma deber¨ªa obligar a los cient¨ªficos a compartir los datos despu¨¦s de la publicaci¨®n para ponerlos a disposici¨®n de quien los pida, especialmente si la investigaci¨®n se ha financiado con fondos p¨²blicos. Aunque tambi¨¦n esto est¨¢ cambiando. Las revistas exigen ya los datos y las fotos originales. Otra cuesti¨®n m¨¢s debatida es la revisi¨®n de las notas de laboratorio o c¨®mo evitar que se suministren datos prefabricados. Puigdom¨¨nech ha reclamado la convocatoria del Comit¨¦ de ?tica cient¨ªfica previsto en la Ley de la Ciencia de 2011, pero no termina de arrancar (el CSIC dispone ya de uno). Pide un cambio de actitud de los cient¨ªficos. Este investigador es impulsor de un c¨®digo de buenas pr¨¢cticas para la integridad de la investigaci¨®n de ALLEA avalado por la Uni¨®n Europea. ¡°Tenemos que ser los primeros como comunidad en responder a malas pr¨¢cticas. Y hay que hacerlo a fondo¡±.?
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