Los fantasmas y las tentaciones
Los dioses cuentan menos en esta ¨¦poca descre¨ªda, as¨ª que habr¨¢ que atribuirle al azar los desperfectos que produzca la Covid-19
Lo que el coronavirus vuelve a colocar en el coraz¨®n de la vida de las personas es la conciencia de su fragilidad. Desde hace ya tiempo esa fragilidad est¨¢ fuera de foco, devorada y oculta por el vertiginoso ritmo de la vida moderna; se da por hecho que una epidemia solo puede ser cosa del pasado. Los avances tecnol¨®gicos, los progresos de la ciencia, los abrumadores recursos de los que disponen las sociedades avanzadas, todo eso contribuye a transmitir la impresi¨®n de que todo est¨¢ siempre bajo control. Por lo menos en ese pu?ado de zonas privilegiadas de este mundo: las cosas malas solo les pasan a otros, que viven lejos, que son invisibles. Y de pronto, resulta que un agente infeccioso de unos 125 nan¨®metros, realmente diminuto e imperceptible, es capaz de colarse en el interior de los cuerpos e incluso puede destruirlos. El contagio empez¨® en China, pero resulta que se ha trasladado a todas partes. Tambi¨¦n a Europa, y a otras zonas ricas de Occidente.
As¨ª que, de un d¨ªa a otro, vuelven a circular los viejos fantasmas, aunque lo hagan con modales y ropajes de rabiosa actualidad. Y aquellas remotas historias de la peste amenazan con tener una versi¨®n adaptada a la efervescente actualidad. Las calles vac¨ªas de las ciudades, la gente que hace colas y que corre a llenar los armarios de provisiones por lo que pudiera venir, las sospechas de los vecinos, el nervio con que millones de pantallas van dando cuenta puntual de cada peque?o avance, los protocolos y las listas de instrucciones y las admoniciones de las autoridades, los temores antiguos. Resulta que segu¨ªan ah¨ª, y los ha vuelto a despertar esa part¨ªcula min¨²scula, escurridiza, resistente. Y, al parecer, todav¨ªa bastante imprevisible. Hace mucho, en la Edad Media e incluso en ¨¦pocas m¨¢s recientes, era f¨¢cil atribuir la llegada de la enfermedad, y las muertes que iba provocando, a una suerte de castigo divino. Y los p¨²lpitos se alimentaban con nociones como la culpa y el pecado, y la imaginaci¨®n se aventuraba a levantar los m¨¢s variados escenarios apocal¨ªpticos. Tronaban los dioses en las alturas y ca¨ªan millares de criaturas en la Tierra, apestados y malditos.
Ni los relatos ni las im¨¢genes de aquellas pestes remotas tienen hoy f¨¢cil traducci¨®n simult¨¢nea. Es m¨¢s dif¨ªcil atribuirle a un lejano e inescrutable demiurgo la potestad de irritarse y de lanzar el mal y la enfermedad y el dolor y el miedo sobre este mundo de hoy, cerrado a cal y canto frente a cualquier amenaza externa con l¨ªmpidas e impermeables superficies de cristal, pl¨¢stico o acero, que se han visto de pronto vulnerables. Los dioses cuentan menos en esta ¨¦poca descre¨ªda (aunque algunos creen que est¨¢n resucitando), as¨ª que habr¨¢ que atribuirle al azar los desperfectos que produzca la Covid-19. A la mala suerte, que es igual de caprichosa y oscura que los dioses, pero que te libera de la culpa y del pecado y del infierno. Digamos que enfermas y mueres igual que hace siglos, pero con menos prosopopeya.
Tambi¨¦n es verdad que las sociedades del siglo XXI est¨¢n m¨¢s equipadas para combatir cualquier amenaza. Pero, como los fantasmas est¨¢n circulando por ah¨ª, hay quienes se rinden a la tentaci¨®n del pistolero que desenfunda veloz y del rebelde, y niegan la amenaza y cuestionan cualquier estrategia para combatirla. Frente a la arrogancia de unos cuantos ignorantes, cu¨ªdense. Cuid¨¦monos.
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