Entramos en el hospital de campa?a de Ifema: ¡°Esto parece un campamento militar¡±
Cr¨®nica de la lucha contra la pandemia de Covid-19 en primera l¨ªnea. Entramos en el frente de Ifema para conocer la batalla contra el coronavirus en este complejo improvisado ante el colapso de los centros sanitarios de Madrid.
¡°Mam¨¢, no ha podido ser¡±
Esas fueron las cinco palabras que escuch¨® por tel¨¦fono la paciente que seca sus ojos humedecidos. Aferrada a un pa?uelo de papel, frota las profundas ojeras que sobresalen por encima de la mascarilla verde que le cubre media cara. Tiene 69 a?os y un cuerpo menudo, cubierto con un camis¨®n blanco moteado por lunares negros. Los pies, calzados en unos peque?os zapatos negros y medias a juego hasta las rodillas, reposan sobre un suelo de cemento gris. Junto a una bolsa de pl¨¢stico que guarda su ropa, permanece sentada en una de las m¨¢s de 350 camas desplegadas por el pabell¨®n 5 de Ifema, el palacio de congresos y exposiciones de Madrid que se ha convertido en un hospital de campa?a a las afueras de la capital de Espa?a. Est¨¢ rodeada de otros tantos diagnosticados con coronavirus. Es el ¨²ltimo viernes de marzo de 2020 y ella quiere saber para cu¨¢ndo est¨¢ prevista su salida de este recinto ocupado por hileras de cuerpos yacentes conectados a bombonas de ox¨ªgeno.
¡°Mi marido ha muerto el d¨ªa 24. Ten¨ªa 78 a?os. Lo han incinerado. A m¨ª me llevaron a La Paz el d¨ªa 18. Empec¨¦ a encontrarme mal. ?l ingres¨® despu¨¦s. Estuvimos en habitaciones distintas hasta que a m¨ª me derivaron aqu¨ª. ?l empeor¨®. Y recib¨ª una llamada de uno de mis dos hijos. Mam¨¢, no ha podido ser. Esas fueron sus palabras para decirme que mi marido hab¨ªa fallecido. La pena no me la quita nadie. Cuando llegue a casa, no s¨¦ c¨®mo actuar¨¦. No s¨¦ ni lo que quiero. Me encuentro muy mal, muy triste. El trato que he recibido aqu¨ª ha sido excelente. Psic¨®logos, enfermeros, m¨¦dicos... No s¨¦ qu¨¦ decir sobre lo que me ha pasado. Disfrutad lo que pod¨¢is de la vida, esto se va enseguida¡±.
Su parte m¨¦dico est¨¢ desplegado sobre una manta roja que cubre la cama. Neumon¨ªa por Covid-19. Recibi¨® el alta el d¨ªa anterior. ¡°Estoy esperando desde entonces a que me deriven a uno de los hoteles medicalizados de la ciudad, pero por la hora que es creo que esta noche tambi¨¦n la paso aqu¨ª¡±. Una enfermera con un atuendo parecido al de una pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n se aproxima para interesarse por la paciente, que responde: ¡°Ay, si os pudiera echar una mano me pon¨ªa ah¨ª con vosotros¡±.
¡°La lej¨ªa lo mata todo¡±
Para entrar en el pabell¨®n 5 de Ifema, que ha funcionado hasta el lunes como improvisado hospital de campa?a ¡ªse han habilitado para el mismo fin los pabellones 7 y 9¡ª, es necesario equiparse con indumentaria similar a la utilizada para enfrentarse a contagiados de ¨¦bola. Tras la doble puerta de cristales de la entrada al pabell¨®n se alza una tienda de campa?a de color amarillo con siete puestos de vestido y desvestido y desinfecci¨®n. Todo el que entra y sale para interactuar con los pacientes ha de hacerlo por este puesto de control.
Es viernes, 27 de marzo. Dos d¨ªas antes de que se vivieran situaciones de caos en Ifema por irregularidades en el protocolo de protecci¨®n individual de los profesionales, hacinamiento en las zonas en las que esperan para pasar de lugares de equipamiento a los recintos de hospitalizaci¨®n o incumplimiento de las medidas de seguridad en los vestuarios para evitar contagios y la expansi¨®n del virus, seg¨²n una denuncia de CC OO de la que se ha hecho eco EL PA?S. "Un problema puntual de organizaci¨®n que provoc¨® algunas protestas de profesionales, que el propio coordinador general del hospital, Fernando Prados, ha asumido, y por el que ha pedido disculpas", seg¨²n la Comunidad de Madrid. Entre las quejas emitidas a lo largo del fin de semana destacan la masificaci¨®n de pacientes en el pabell¨®n 5, la falta de intimidad entre ellos por la ausencia de paneles y las dificultades para desarrollar las funciones sanitarias en condiciones adversas.
A las nueve y media de la ma?ana del viernes, B¨¢rbara, voluntaria del SAMUR, flanquea el paso en el puesto de entrada al pabell¨®n 5 con Eugenio, de la unidad NRBQ (siglas de riesgo Nuclear, Radiol¨®gico, Biol¨®gico y Qu¨ªmico) del mismo organismo de emergencias del Ayuntamiento de Madrid. ¡°Te voy ayudar a ponerte un EPI [Equipo de Protecci¨®n Individual] que consta de traje, guantes, m¨¢scara y pantalla facial¡±, dice B¨¢rbara, vestida con el mismo atuendo de seguridad. ¡°En este lugar el riesgo viene determinado por un agente contaminante biol¨®gico¡±.
El traje en cuesti¨®n es un ligero mono de color blanco resistente a la penetraci¨®n de part¨ªculas s¨®lidas y a las salpicaduras de l¨ªquidos. B¨¢rbara cierra con cinta americana el ajuste en los calcetines que sobresalen las botas. La operaci¨®n completa dura varios minutos. Cada paso se ejecuta con sumo cuidado. Una profesional sanitaria se acerca al puesto de entrada y dice se?alando a la m¨¢scara facial que le cubre la cabeza por fuera del mono de seguridad: ¡°Perdonad, ?me pod¨¦is cambiar esto? No s¨¦ si es de mi talla. Lo estoy pasando fatal¡±. Eugenio saca otra pantalla de pl¨¢stico de un gran cubo donde hay decenas de ellas sumergidas en una soluci¨®n de agua con lej¨ªa que rezuma un fuerte olor antis¨¦ptico. ¡°La lej¨ªa lo mata todo¡±, dice Eugenio. Y le da una pantalla nueva a la sanitaria.
El reloj, los tel¨¦fonos, todo debe quedar fuera salvo el bol¨ªgrafo y la libreta. El mono blanco cubre desde los tobillos hasta la cabeza y las mu?ecas. B¨¢rbara cierra con cinta americana los pu?os antes de colocar dos pares de guantes azules de nitrilo. ¡°Con esto te costar¨¢ respirar¡±, dice tras ofrecer una mascarilla c¨®nica de alto riesgo sobre la cual hay que colocar otra m¨¢scara quir¨²rgica. La pantalla facial, ajustada con una corona que rodea las sienes, termina de proteger el rostro tapando desde la frente hasta el cuello. ¡°Ya puedes entrar en la zona sucia¡±.
¡°El s¨¢bado esto era un garaje¡±
El hospital de campa?a de Ifema empez¨® a levantarse hace una semana. Este pabell¨®n 5, con capacidad para m¨¢s de 350 camas, fue el primero en funcionar. Tambi¨¦n se han ido habilitando los pabellones 7 y 9, que esperan albergar un total de 1.300 camas en todo el complejo, incluyendo a las del pabell¨®n 5 que dejar¨¢ de funcionar a lo largo del lunes. ¡°El s¨¢bado pasado esto era un garaje¡±, dec¨ªa Antonio Zapatero, codirector m¨¦dico, a las puertas de las instalaciones sobre las que ca¨ªan los copos de una nevada de primavera. ¡°En los seis d¨ªas que lleva funcionando hemos registrado 610 ingresos totales, 198 altas, seis traslados a otros centros y dos fallecidos [al lunes siguiente, los datos ascend¨ªan a 1.203 ingresos, 445 altas y cuatro fallecidos]. Cuando estemos a pleno rendimiento, esto se convertir¨¢ en el hospital m¨¢s grande de Espa?a por n¨²mero de camas instaladas. Y todo, en una semana. Cuando se llegue a plena capacidad, la idea es ir consiguiendo 100 altas diarias y rellenando las camas que se queden libres. Ifema tiene m¨¢s instalaciones y se podr¨ªan seguir ampliando. La idea es que, durante el periodo de crisis, que entendemos puede rondar cuatro o seis semanas, nuestras 1.300 camas sirvan para aliviar a los hospitales de Madrid, que est¨¢n sobresaturados¡±.
Aquel ¨²ltimo viernes de marzo, Madrid acumul¨® 2.277 nuevos casos, 92 cr¨ªticos y 345 fallecimientos por coronavirus. Las estimaciones para el completo funcionamiento de las instalaciones de Ifema requieren de unos 400 m¨¦dicos y 400 enfermeros reclutados de hospitales y consultorios, que combinan su labor con las guardias nocturnas que ejercen facultativos de emergencias del SAMUR (Ayuntamiento) y Summa 112 (Comunidad de Madrid). En el montaje de todo el dispositivo, dise?ado por la Comunidad de Madrid con el Gobierno central, han participado cerca de 2.000 personas entre sanitarios y efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y del Cuerpo de Bomberos, explica Javier Marco, codirector m¨¦dico del complejo junto a Antonio Zapatero.
El doctor Marco recuerda que la instalaci¨®n de ox¨ªgeno ha sido uno de los retos para el acondicionamiento de los pabellones 7 y 9, que a diferencia del di¨¢fano pabell¨®n 5 cuentan con canalizaciones subterr¨¢neas para llevar directamente ox¨ªgeno a cada cama y paneles de separaci¨®n en los puestos de enfermer¨ªa. ¡°La instalaci¨®n nos ha retrasado un poco la apertura del gran pabell¨®n 9. Ha sido necesario hacer conexiones y tuber¨ªas que distribuyen ox¨ªgeno a todas las estaciones. Hemos tenido trabajando aqu¨ª a casi 280 soldadores que han venido de todas partes, tanto del ej¨¦rcito como voluntarios y aut¨®nomos que estaban en paro y han colaborado a que todo se haga en tiempo r¨¦cord. La estructura es similar a un hospital normal. Se compone de estaciones cl¨ªnicas que atienden a grupos de pacientes, en este caso distribuidos en unidades de 50 camas. Se trabaja por turnos con enfermeros, m¨¦dicos, auxiliares, una farmacia que surte medicamentos a cada unidad cl¨ªnica, un gran almac¨¦n log¨ªstico que dispone el resto de material que no son estrictamente medicamentos... Los pacientes vienen en funci¨®n de la saturaci¨®n de los distintos hospitales de Madrid. Llegan por distintos medios. En ambulancias o incluso en autobuses si no est¨¢n demasiado mal. En la zona de triaje se toman los datos de cada paciente y se asegura que cada uno trae medicaci¨®n para cuatro d¨ªas y el informe m¨¦dico del centro que lo deriva. Se determina en ese instante el grado de gravedad y se le adjudica una cama dentro del complejo¡±.
Y como responsable de todo esto, Fernando Prados, coordinador del dispositivo mixto de personal sanitario y de emergencias. ¡°Ante esta crisis, nos obsesionaba tener un plan B. Y es este. Para organizar algo as¨ª es important¨ªsimo el liderazgo¡±. Curtido en emergencias como el atentado terrorista del 11-M ¨Cque convirti¨® a estas mismas instalaciones de Ifema en morgue improvisada¨C y misiones internacionales en Hait¨ª, Pakist¨¢n y Filipinas, este m¨¦dico de emergencias de 53 a?os ha sido viceconsejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid y actualmente ejerce en la sede central de emergencias organizando equipos. ¡°La diferencia con afrontar un atentado terrorista es que dura cuatro d¨ªas. Esta crisis va a durar m¨¢s tiempo¡±.
¡°No volver¡±
Una vez pasado el puesto de control, la entrada a la ¡°zona sucia¡± se lleva a cabo a trav¨¦s de un corredor separado por una cinta del canal de salida. Tras avanzar unos pasos un cartel en el suelo escrito a mano advierte: ¡°No volver¡±. La inmensidad del pabell¨®n, de m¨¢s de 10.000 metros cuadrados de extensi¨®n y unos 10 metros de alto, est¨¢ dominada por un silencio atronador. El espacio est¨¢ iluminado por el resplandor de potentes focos que cuelgan del techo desnudo, dejando al aire los conductos de refrigeraci¨®n. Se escucha un murmullo lejano cuyo origen resulta imposible de localizar. La mitad izquierda del espacio est¨¢ ocupada de principio a fin por media docena de hileras de camas para hombres, separadas entre s¨ª por apenas dos metros de distancia. La mitad derecha corresponde a las mujeres. Junto a cada cama, vestida con s¨¢banas blancas y una manta de color rojo, una bombona de ox¨ªgeno de metro y medio de altura. La pr¨¢ctica totalidad de los pacientes est¨¢n conectados a ellas. M¨¢s de 350 personas han pasado aqu¨ª la noche y empiezan a desperezarse. Por cada medio centenar de camas, un puesto de control hasta completar seis. Cada puesto es un fuerte custodiado por m¨¦dicos y enfermeros que van de un lado a otro ataviados con sus complejos Equipos de Protecci¨®n Individual que favorecen la atm¨®sfera dist¨®pica. Algunos visten de color naranja; otros de blanco. Todos llevan marcado a rotulador la hora en que han empezado el turno. No pueden pasar m¨¢s de tres o cuatro horas aqu¨ª dentro. Estos monos de protecci¨®n estimulan la sudoraci¨®n y a poco que uno se mueva la deshidrataci¨®n y el mareo pueden hacer mella en cualquier momento.
El carraspeo de un hombre de mediana edad rompe el silencio por un instante. Y el primer aplauso de la ma?ana, que los sanitarios conceden a la primera alta de la jornada, protagonizada por un se?or de edad avanzada. Al final del d¨ªa, m¨¢s de una veintena de personas saldr¨¢n por su propio pie. Sobre un mostrador del primer puesto de enfermer¨ªa en la zona de pacientes masculinos hay desplegados decenas de partes m¨¦dicos. Joaqu¨ªn, Sergio, Alexis, Jos¨¦, Santos... ¡°?Faltan contrastes por pasar, no?¡±, grita un facultativo al otro lado del mostrador. Todo el mundo parece o¨ªrse, a pesar de llevar tapado el rostro con varias capas de protecci¨®n. ¡°Tengo uno nuevo que viene con paracetamol¡±. El puesto est¨¢ lleno de partes, vasos con medicaci¨®n, jeringuillas, guantes, geles desinfectantes... Nadie lleva reloj. Todos han de esperar a ser avisados de que ha llegado su relevo. Mientras tanto, el turno discurre fren¨¦tico.
¡°Otro que se va¡±
Junto al puesto de enfermer¨ªa, un paciente de 73 a?os conectado a la bombona de ox¨ªgeno se aferra con la mano derecha a una barra de la cama. A los pies, un orinal y una bolsa de basura negra. ¡°Otro que se va¡±, dice al escuchar de nuevo los aplausos de un grupo de sanitarios celebrando un nuevo alta. El pitido del ox¨ªgeno insuflando aire a sus pulmones dificulta o¨ªr lo que dice. ¡°De momento todo bien, pero a m¨ª me queda todav¨ªa¡±. A un lado, otro hombre consulta su tel¨¦fono m¨®vil. Y muy cerca, un se?or de 79 a?os permanece tumbado con las fosas nasales enchufadas a la bombona. ¡°Empec¨¦ esputando sangre. Primero di negativo, pero luego di s¨ªntomas de positivo. Vengo de Getafe. La tensi¨®n la tengo baja. Lo peor de estar aqu¨ª es la soledad, el aburrimiento. Obviamente, no podemos recibir visitas¡±.
Unos metros m¨¢s lejos, dos facultativos colocan a un hombre de mediana edad boca abajo sobre la cama. Tiene una bolsa con su ropa sobre las piernas. Est¨¢ a punto de abandonar la instalaci¨®n para regresar al hospital del que vino derivado. Ha empeorado durante la noche. Dos celadores lo trasladan hacia la puerta izquierda, zona de ingresos del pabell¨®n, para subirlo a una ambulancia que espera fuera. Por el camino se cruza otro facultativo empujando a una paciente en silla de ruedas aferrada a una peque?a bombona de ox¨ªgeno que tambi¨¦n va a ser derivada de nuevo a su hospital de origen. Muy cerca de esa puerta, un se?or ecuatoriano de 52 a?os da vueltas alrededor de su cama. Viste con pantal¨®n de camuflaje y lleva tatuados los nombres de su esposa y de su hija. ¡°Empec¨¦ hace ocho d¨ªas con los s¨ªntomas. Vengo del 12 de Octubre. Ten¨ªa fiebre, tos y dolor por todo el cuerpo. Mi esposa tambi¨¦n ha estado as¨ª. A ella le dieron el alta hace dos d¨ªas. Aqu¨ª he estado mejor que en el hospital, por lo menos he tenido una cama y me han dado galletas¡±. Muy cerca, un paciente permanece sentado sobre el catre y conectado a la botella de ox¨ªgeno, sin pijama y sudando fiebre envuelto en unas s¨¢banas blancas a modo de sudario b¨ªblico.
¡°Me siento muy necesitado¡±
A lo largo de la ma?ana se suceden los aplausos cada varios minutos. Imposible saber cu¨¢ntos. La noci¨®n del tiempo se pierde aqu¨ª dentro. El octavo aplauso de un alta es para un desempleado de 47 a?os y originario de Rabat, la capital de Marruecos. Lleva varios a?os viviendo en Madrid, est¨¢ casado y tiene tres hijos. ¡°Solo quiero volver a abrazarles, pero voy a tener que esperar otros 14 d¨ªas por lo menos aislado en casa¡±, dice de camino al pasillo de salida del pabell¨®n. ¡°He tenido miedo por m¨ª y por mis hijos¡±. Cerca del corredor de salida, un ingeniero de mediana edad yace sobre una cama con la camisa del pijama abierta. Tiene el pecho al desnudo, los ojos hinchad¨ªsimos y est¨¢ conectado al ox¨ªgeno. Junto a ¨¦l, un libro: El filo de la navaja, de Somerset Maugham. ¡°No he tenido todav¨ªa fuerzas ni para empezarlo¡±, dice a duras penas. ¡°Aqu¨ª te tratan muy bien, como si fueras un hijo. A mi mujer, que tambi¨¦n est¨¢ en este pabell¨®n, le acaban de dar el alta. A ver si se acaba esto de una vez¡±.
Se aproxima un sanitario. Es Paco, de 60 a?os y 34 de experiencia como m¨¦dico. Trabaja en el centro de Salud Sanchinarro. Me da una orden porque voy igual de vestido y tapado que ¨¦l, algo que pasar¨¢ a menudo a lo largo del d¨ªa. ¡°?Eres o no eres?¡±, dir¨¢ otro colega m¨¢s tarde. ¡°?Est¨¢s en la cama 14 o en la 15?¡±, preguntar¨¢ otro. ¡°?T¨² eres el que est¨¢ anotando qui¨¦n entra y qui¨¦n sale?¡±, grita otro al ver las notas del cuaderno. Paco cuenta que nunca pens¨® ver algo como esto en su vida. ¡°Me form¨¦ en el G¨®mez Ulla, pero no hab¨ªa vivido esto jam¨¢s. Trabajo en un puesto para 67 camas. Estos d¨ªas me siento muy necesitado. Esta crisis nos est¨¢ demostrando que la humanidad es una millon¨¦sima parte de nada. Un microorganismo es capaz de vencernos. Deber¨ªamos ser m¨¢s humildes¡±.
¡°Hemos diezmado la Sanidad P¨²blica de este pa¨ªs¡±
Al otro lado del puesto de Paco, una enfermera retira los pa?ales a una mujer de edad avanzada. Todo se hace al aire. Todo se ve y se oye. El sufrimiento, los cuidados, la curaci¨®n y la muerte. La mujer, de pie y en silencio, espera a que la sanitaria termine de limpiarle y colocarle unos nuevos pa?ales. A lo lejos se escucha el trasiego impenitente de bombonas de ox¨ªgeno que retumban como campanadas al tocar el suelo. M¨¢s camas. M¨¢s pacientes. La hilera no termina nunca. A mitad de camino, en la puerta de la izquierda, hay una entrada a las duchas de campa?a instaladas por la UME y reci¨¦n abiertas fuera del pabell¨®n. Al fondo, a ambos lados de la cocina, est¨¢n los ba?os, separados por sexos. El de caballeros est¨¢ reluciente. Sale de dentro sec¨¢ndose las manos un se?or de 71 a?os que acaba de recibir el alta. Lleva la camisa abierta y una mascarilla cubri¨¦ndole el rostro. ¡°Ten¨ªamos un pa¨ªs que era de lo mejor en Sanidad P¨²blica, pero lo hemos diezmado regalando a amigos de lo ajeno y rompiendo su estructura¡±.
Unas camas m¨¢s all¨¢, un paciente de 93 a?os est¨¢ sentado sobre la cama con el ox¨ªgeno conectado a la nariz y la mirada perdida al horizonte. Viste un camis¨®n y se calza unas babuchas a cuadros. ¡°No tengo a nadie¡±, susurra. ¡°Estoy aqu¨ª porque no tengo ad¨®nde ir. Estoy desamparao¡±.
¡°Nos ha pillado el toro¡±
En la zona de mujeres, una paciente se acurruca en la cama bajo la manta roja. Es una m¨¦dica madrile?a y tiene 48 a?os. Vino anoche a este pabell¨®n, derivada de Aranjuez. ¡°Me impresion¨® llegar de noche, todos en fila, con nuestra ropa en una bolsita, con la documentaci¨®n en la mano... Un poco triste. Todav¨ªa tengo cansancio y fatiga. Creo que en materia sanitaria no se ha hecho caso a los que estamos todo el d¨ªa viendo pacientes. Si est¨¢s viendo que en China y en Italia se est¨¢ montando la de Dios tienes que anticiparte. En Espa?a nos ha pillado el toro¡±.
Mientras la m¨¦dica reflexiona en voz alta cruza por su lado una paciente en silla de ruedas que empuja una sanitaria vestida de naranja. En la esquina cercana del pabell¨®n, un amasijo de decenas de bolsas de color rojo con distintivo de biorriesgo esperan a ser retiradas. Al lado, una incontable colecci¨®n de bombonas de ox¨ªgeno vac¨ªas. Por el suelo se suceden puestos de electricidad para recargar m¨®viles y tabletas electr¨®nicas, tabla de salvaci¨®n para los que hacen videollamadas a sus familiares y matan el tiempo como pueden. Muy cerca, una mujer de piel muy p¨¢lida, yace postrada en la cama. No puede abrir los ojos, ni mucho menos hablar. Hay cerca otras pacientes en estado parecido. Y una mujer de origen brasile?o de 35 a?os que trabaja como auxiliar en una residencia de mayores en Valdemoro. ¡°Me gusta lo que hago, cuando me cure volver¨¦ a la residencia¡±. Y cerca, una se?ora venezolana de 56 a?os. ¡°Esto parece un campamento militar, es como la luna, como marciano. Pero gracias a Dios me trajeron ac¨¢, en el 12 de Octubre la gente estaba en sillas¡±. Y otra se?ora canaria, de 87 a?os, que viene del Hospital Puerta de Hierro, dice: ¡°Es la primera vez que estoy en un sitio como este. Son muchas camas para las personas que hay atendiendo¡±.
¡°Aqu¨ª ha muerto gente¡±
Rompen unos aplausos en un puesto de enfermer¨ªa cercano. La paciente que recibe el alta tiene 74 a?os y lleva aqu¨ª cinco d¨ªas. Un corro de sanitarios la despide. Entre ellos, Pilar, auxiliar de enfermer¨ªa de 51 a?os que trabaja en un centro de salud. ¡°Aqu¨ª no hay categor¨ªas, hemos entrado todos desde cero, provenientes de nuestros puestos en otros centros. Los principios han sido duros, ahora est¨¢ todo m¨¢s organizado. Pens¨¦ que encontrar¨ªa a gente malita m¨¢s mayor. Hay muchos pacientes que no son tan mayores¡±. Al lado, una compa?era se emociona al despedir a la mujer que ha recibido el alta. ¡°Aqu¨ª ha muerto gente¡±. Manuel, celador de 40 a?os, conduc¨ªa como aut¨®nomo dos coches VTC y ha tenido que dejarlo por la crisis desatada con la Covid-19. Segu¨ªa en la bolsa de trabajo y ha sido llamado a filas. ¡°Llevo desde el lunes aqu¨ª. Lo m¨¢s duro es que la gente est¨¢ aislada de sus familiares. Son muchas camas y te trasladan su sufrimiento¡±.
Debe de ser la hora del almuerzo porque llegan unos carritos cargados de bandejas con comida. El reparto no contenta a todos. Una se?ora me pide una naranja que no puedo darle. Su vecina come el contenido de la bandeja mientras dice en voz alta: ¡°Lo que no se puede hacer es montar esto habiendo hospitales privados cerrados¡±. La mujer que no est¨¢ contenta con el almuerzo cuenta que ayer les dijeron que quiz¨¢ el Rey Felipe VI vendr¨ªa a visitarles. Pero el monarca solo acudi¨® a inaugurar las muy distintas instalaciones vac¨ªas del vecino pabell¨®n 9 antes de su apertura.
En el puesto de la zona de mujeres m¨¢s cercano a la puerta principal del pabell¨®n, Roc¨ªo sigue con su rutina. Lleva con rotulador escrito en el mono de trabajo que ha entrado en el turno de las 15.36. Tiene 44 a?os y trabaja como auxiliar de enfermer¨ªa en un centro de salud. Dice que para ella los d¨ªas m¨¢s duros han sido el primero y hoy. ¡°Lo veo muy negro, muy triste. Estoy cansada, pero de aqu¨ª¡±, dice toc¨¢ndose la cabeza por encima de la m¨¢scara facial. ¡°Ojal¨¢ me equivoque, pero cuando esto pase nos van a dar por culo a los sanitarios¡±. Fuera del pabell¨®n 5, ha dejado de nevar.
¡°Part¨ªamos de una situaci¨®n l¨ªmite¡±
El pabell¨®n 9 del hospital de campa?a de Ifema es muy distinto al 5. Lleva un d¨ªa funcionando y por la tarde ya alberga a m¨¢s de 200 pacientes. Hay 15 controles de enfermer¨ªa con 50 camas cada uno. Hasta 750 personas van a poder ser atendidas con 14 camas de cuidados intensivos, ampliables hasta otras 60. En el pabell¨®n 7 hay 11 controles para un total de 550 camas (hasta 30 de ellas, para cuidados intensivos) donde han sido trasladados los pacientes del pabell¨®n 5 a lo largo del lunes. En estos pabellones hay paneles separadores y una toma de ox¨ªgeno en cada cabecera gracias a las conducciones canalizadas bajo el suelo. Los ba?os de barrac¨®n militar han sido montados por la UME y las instalaciones cuentan con radiolog¨ªa. Al caer la tarde, el ambiente dentro del 9 es bastante m¨¢s silencioso y menos ca¨®tico que en el 5.
Los pacientes yacen en silencio tumbados sobre sus camas. En uno de los cinco controles de enfermer¨ªa activos, todo parece m¨¢s ordenado a pesar de que los sanitarios est¨¢n estrenando las instalaciones. Los EPI que hay que llevar aqu¨ª dentro son m¨¢s laxos. Nada que ver con las f¨¦rreas medidas de seguridad necesarias para entrar en el pabell¨®n 5 y salir de ¨¦l, lo que form¨® parte de los conflictos del pasado fin de semana seg¨²n las denuncias sindicales recabadas por este peri¨®dico. Todo el personal viste aqu¨ª del mismo color verde. Impera el silencio y las estruendosas toses de algunos pacientes. Jorge tiene 40 a?os, es m¨¦dico en un centro de salud y quiere dejar un mensaje: ¡°Los hospitales est¨¢n muy saturados y esto es una v¨ªa de escape, pero no dejemos de atender aquello. Part¨ªamos de una situaci¨®n l¨ªmite de recursos frente a esta crisis. Y tampoco somos un pa¨ªs fabricante de test y respiradores que tanta falta hacen para hacer frente al coronavirus. No somos alemanes. Cuando yo llevaba un tiempo viendo casos en mi centro de salud, la gente segu¨ªa en las terrazas de los bares. Y en la Comunidad de Madrid, la mitad de los muertos estaban en las residencias de mayores. Habr¨ªa que analizar muchas cosas de todo lo que ha pasado¡±.
En una de las camas reposa un paciente de 55 a?os que ha trabajado varios lustros como sobrecargo en una aerol¨ªnea. Le queda poco para la jubilaci¨®n. ¡°He llevado italianos sin parar durante semanas en los vuelos. Y la compa?¨ªa no nos daba mascarillas, solo unos guantes. Dec¨ªan que no era importante llevarla. Estuve trabajando el ¨²ltimo mes sin ellas. Y aqu¨ª estoy. Me han tra¨ªdo del Gregorio Mara?¨®n. Pas¨¦ dos d¨ªas en una silla de urgencias. Lo que m¨¢s me apetece es jubilarme¡±.
En otro puesto de control, Pilar, auxiliar de enfermer¨ªa de 27 a?os, comenta detalles de organizaci¨®n con sus compa?eras. No libra desde el domingo pasado, cuando entr¨® al pabell¨®n 5. Hoy es su primer d¨ªa en el pabell¨®n 9. ¡°Los EPI all¨ª son m¨¢s buenos, pero aqu¨ª est¨¢ todo m¨¢s controlado. Eso s¨ª, los pacientes nos piden cosas que no podemos darles. Faltan compresas, cepillos de dientes, geles... Espero que vaya llegando todo¡±. Fuera del pabell¨®n, haciendo cola para cambiarse, los que van llegando son los facultativos del SAMUR y el Summa 112 que har¨¢n la guardia del turno de noche. Decenas de hombres y mujeres dispuestos a entrar una vez m¨¢s en el frente de Ifema.