Presencia en pantalla
El amanecer de la pandemia ha de traer la aceptaci¨®n de que nuestra verdadera presencia est¨¢ en pantalla, se proyecta por la palabra que enviamos al aire para plasmarse en el tel¨¦fono o la computadora
Al amanecer y salir del confinamiento, es muy probable volvernos testigos de un mundo nuevo que ¨Cen realidad¡ªya estaba aqu¨ª desde antes; mejor dicho, cuando pase la peste hemos de ver much¨ªsimos vac¨ªos y ausencias de un mundo que se nos fue mientras nos recluimos de todo contagio. Duelen los muertos y una inmensa porci¨®n de la generaci¨®n de nuestros mayores, los olvidados en los asilos y duelen todos los muertos ni?os y las prematuras ausencias y los desahucios, pero tambi¨¦n doler¨¢n las librer¨ªas que cierran echando sus ejemplares a la mar incierta o las cosechas que no fueron levantadas o las ganader¨ªas que se ir¨¢n al matadero sin lidia posible o las tienditas de soldaditos de plomo o el mundo donde nos prob¨¢bamos la ropa en vestidores que ahora ser¨¢n clausurados como bares o restaurantes que abrir¨¢n con mamparas para que no vaya a volar una gota de saliva ajena que se anide en la mejilla como contagio instant¨¢neo.
Ahora que las universidades se encaminan con mayor velocidad a convertirse en museos del saber y los museos se vuelven virtuales, me pregunto si no hab¨ªamos ya previsto que la mayor¨ªa de los estudiantes de este mundo ya han asistido m¨¢s a clases virtuales que presenciales y que los grandes auditorios se reservan exclusivamente para los grandes oradores y me pregunto si se lograr¨¢ dosificar la entrada a los museos de tal suerte que se erradiquen las estampidas a la Gioconda donde el ¨²nico rostro que no se puede ver es precisamente el de la Mona Lisa, en medio de un mar de caras. Por supuesto que seguir¨¢ el imperio imbatible del libro, pero ya era hora de que todos reconozcan con el encierro la infinita facilidad con la que se pueden bajar en forma electr¨®nica los libros en pocos segundos sin riesgo de que nos caiga encima una tos en la fila de los pagos y por ende, as¨ª como hemos de apuntalar a las librer¨ªas que sobrevivan hemos tambi¨¦n de reconocer ¨Cquiz¨¢¡ªque a no pocos autores les va mejor con las regal¨ªas que se cobran por sus libros electr¨®nicos que por la d¨¢diva que resulta al final de la cola de las ediciones en papel.
Seguir¨¢n los conciertos en vivo e incluso volver¨¢n los multitudinarios, pero la cuarentena quiz¨¢ tambi¨¦n ha servido para poner en clara dimensi¨®n la inmensa masa que canta a coro las letras memorizadas de Coldplay como epifan¨ªa colectiva de una utop¨ªa sudorosa a contrapelo del serm¨®n en la plaza vac¨ªa del sumo pont¨ªfice o el llamado a la nada del muec¨ªn en una torre de silencio. Ser¨¢ que no pocas obras de arte universal ser¨¢n s¨®lo visibles en pantalla, quiz¨¢ tal como suced¨ªa hace cien a?os para quien no ten¨ªa manera de viajar al otro lado del oc¨¦ano para ver en persona un cuadro de El Bosco o el David de Miguel ?ngel y digo entonces que el amanecer de la pandemia ha de traer consigo la aceptaci¨®n m¨¢s generalizada de que nuestra verdadera presencia est¨¢ en pantalla, se proyecta por la palabra o los p¨¢rrafos que enviamos al aire, a cuadro o invisibles, para plasmarse en el tel¨¦fono o en la televisi¨®n, en la computadora o en la tableta de quienes parecen estrecharse y acercarse sin moverse en realidad de la inmensa distancia que nos separa para bien. Visto as¨ª, es de pensarse que ser¨¢ altamente provechoso concentrar no pocas de las actividades que se plagaban de distracciones sin el recurso de poder proyectarse a distancia¡ y por ende, aquilatar mejor que antes el infinito placer de un beso o el indescriptible valor de los abrazos, muy por encima de los porcentajes y estad¨ªsticas, los horarios y tantos n¨²meros que por lo visto ya andan por los suelos. Prefiero los sue?os.
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