Dicen que la distancia...
Una peligrosa secta creciente aprovecha para etiquetar a los contagiados ¨C apestados¡ªa quisieran se?alar con una estrella amarilla en las mangas
Yo no concibo esa raz¨®n, pero hay quien dice que la distancia es el olvido. Hab¨ªa olvido a un mil¨ªmetro de los labios que negaron un beso o la m¨ªnima palabra de respuesta a una verdad contundente y hay distancia infinita en el viajero cuyo codo estorba la salida del Metro sin importarle la prisa del pr¨®jimo y mucha distancia en el resignado obnubilado que evita leer las desgracias en el prensa para no mancharse con dolores ajenos y no hay distancia alguna en la mirada de la anciana que intenta acariciarnos desde el m¨¢s all¨¢ con las hermosas manos arrugadas en lunares de una vejez que ha sido feliz.
Se ha decretado un distanciamiento por decreto en aras de la salud de todos, lo cual ha derivado peligrosamente en un pretexto para algunos: mientras una inmensa mayor¨ªa se ha literalmente pegado a la humanidad con gestos y heroicidades que abaten todo el miedo a los contagios, una peligrosa secta creciente aprovecha para etiquetar a los contagiados ¨C apestados¡ªa quisieran se?alar con una estrella amarilla en las mangas, apartarlos del agua potable y confinarlos en concentraciones infrahumanas. Hay un nefando desd¨¦n por obviar a los muertos y hablar de cifras sin considerar que cada uno de los difuntos tuvo una vida an¨®nima con apellidos y nombres propias, circunstancias infinitas y cada quien su atardecer; hay una somera separaci¨®n de los dem¨¢s en quien soslaya el saludo de lejos, el que evita responder a los mensajes que se lanzan como botellas al mar o el que se cruza al otro lado de la calle si acaso ve que se ha tropezado un anciano por travesura de su perrito.
Hay una emocionante solidaridad creciente, pero tambi¨¦n un planetario olvido que va m¨¢s all¨¢ de lo geogr¨¢fico. ?Realmente qui¨¦n sabe en d¨®nde queda Guayaquil? ?Qui¨¦n llora por los muertos que quedan tirados en las calles del Ecuador y qui¨¦n ha hecho un silencio ante los cientos de ata¨²des sin n¨²mero ni nombre que han enterrado en un bald¨ªo aleda?o a Manhattan? Dec¨ªan que la distancia es el olvido, pero son d¨ªas en que no pocos tenemos la obligaci¨®n callada de demostrarnos por lo menos ante el espejo todo lo que recordamos a la distancia, la memoria que rompe con amnesias, la cercan¨ªa palpable de nuestros pret¨¦ritos y la posibilidad palpable de volver a tocar el rostro propio no en el vidrio de un reflejo sino en la cara del Otro, la amada mujer que sonr¨ªe en silencio, el ni?o que no se ha enterado a¨²n de que unos metros m¨¢s all¨¢ no son eternidad o al rev¨¦s, que toda la distancia que se extiende sobre los mares se salva como espuma con extender la yema de los dedos sobre el aire que nos une.
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