Una extra?a cuarentena
Las as¨¦pticas reglas de vida del personaje que Scorsese busca retratar en 'El aviador' no eran muy diferentes de las recomendaciones higi¨¦nicas para evitar el contagio de coronavirus
Hay una escena de El aviador, la pel¨ªcula de Martin Scorsese, donde Leonardo di Caprio se lava mani¨¢ticamente las manos hasta sacarse sangre. En estos tiempos de pandemia esa imagen resulta memorable, porque seguir al pie de la letra las indicaciones de un buen y eficaz lavado de manos despu¨¦s que hemos tocado algo que puede contaminarnos, el dinero, la tarjeta de cr¨¦dito, el peri¨®dico, ya no se diga las manos de otro, puede pasar por algo comparable a una obsesi¨®n.
No tocarse tampoco la cara, la boca, los ojos; llevar una mascarilla, usar guantes para tocar los art¨ªculos expuestos en el supermercado, desinfectar bolsas y empaques cuando regresamos a casa, y desinfectar, adem¨¢s, la superficie donde los colocamos para desinfectarlos. Cambiarnos de zapatos cuando trasponemos el umbral, usar platos y cubierto separados, limpiar las manijas de las puertas. El horror de la cercan¨ªa.
Las as¨¦pticas reglas de vida de Howard Robard Hughes, el exc¨¦ntrico y misterioso multimillonario, el personaje a quien Scorsese busca retratar en El aviador, no eran muy diferentes, s¨®lo que ¨¦l padec¨ªa de un trastorno obsesivo compulsivo llamado microfobia, la aversi¨®n patol¨®gica a todo lo que nos amenaza, pero no podemos ver, bacilos, g¨¦rmenes microbios, virus: la parentela infinita de la covid-19 que en tan pocos meses ha trastocado de manera tan radical nuestras existencias.
Hughes, piloto, dise?ador y constructor de aviones, productor de cine, due?o de compa?¨ªas a¨¦reas y de casinos en Las Vegas, especulador financiero, y evasor fiscal perseguido por la justicia de Estados Unidos, seg¨²n sus bi¨®grafos hered¨® esta enfermedad mental de su madre, que no s¨®lo se proteg¨ªa ella de todo lo que pudiera contaminarla, sino que obligaba al hijo a seguir las mismas reglas para enfrentar la legi¨®n de enemigos invisibles que la acechaba d¨ªa y noche en el aire, en la saliva, en los estornudos, en el sudor, en la piel de los otros.
Otros bi¨®grafos dicen que su demencia no era hereditaria, sino que proven¨ªa de la s¨ªfilis. De todos modos, iba m¨¢s all¨¢ del horror de contaminarse, pues, sentado a la mesa, clasificaba los guisantes por tama?o antes de comerlos.
Acosado por el Gobierno de Bahamas donde hab¨ªa buscado refugio, y bajo la mira de los inspectores fiscales de su pa¨ªs, frente a los que el presidente Nixon no pod¨ªa influir como quer¨ªa para que dejaran en paz a su amigo, Hughes se vio obligado a buscar la protecci¨®n del dictador Anastasio Somoza, y as¨ª aterriz¨® en Managua en febrero de 1972, adonde se quedar¨ªa, encerrado por el resto del a?o en el ¨²ltimo piso del hotel Intercontinental.
Somoza pens¨® que hab¨ªa hallado en Hughes un excelente socio para instalar una cadena casinos en la costa del Caribe, multiplicar la flota de su l¨ªnea a¨¦rea, que s¨®lo ten¨ªa un avi¨®n, y seducirlo para que financiara la construcci¨®n de un oleoducto, y, por supuesto, el canal interoce¨¢nico, que, como se sabe, es una man¨ªa recurrente de los dictadores de Nicaragua.
S¨®lo se entrevistaron una vez, a medianoche, a bordo del jet Gulf Stream de Hughes en la pista del aeropuerto de Managua. Testigo ¨²nico de ese encuentro sin frutos fue el embajador de Nixon, Turner B. Shelton, antiguo empleado de Hughes en Las Vegas.
La ¨²nica deferencia de Hughes para con su anfitri¨®n fue hacer que le recortaran las u?as, que se dejaba crecer como garfios, y la barba y el pelo, que formaban una hirsuta mara?a. ?Le habr¨¢ extendido la mano calzada en un guante de l¨¢tex a Somoza, o se habr¨¢ abstenido del saludo?
Nadie pudo verlo nunca mientras vivi¨® en la reclusi¨®n del hotel, una pir¨¢mide trunca levantada al lado del bunker de Somoza en la loma de Tiscapa, rodeado por su guardia mormona, todos abstemios por regla, y todos fieles de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los ?ltimos D¨ªas, que se encargaban de asearlo, y lo cargaban en brazos cuando hab¨ªa que transportarlo. Y se encargaban tambi¨¦n de la contabilidad de las empresas conglomeradas bajo el paraguas de Hughes Tool Company.
S¨®lo se alimentaba de latas de sopas Campbell, y de barras de chocolate Hershey. Hizo instalar en las habitaciones un sistema de purificaci¨®n del aire, y el personal de la limpieza recog¨ªa cada d¨ªa decenas de mascarillas y guantes desechados, mientras las mucamas deb¨ªan dejar las s¨¢banas y las toallas en la puerta de la suite. Pero alguna de ellas logr¨® vislumbrar en la penumbra una cama de hospital, y a una enfermera movi¨¦ndose alrededor de la cama.
La medianoche del 22 de diciembre se encontraba viendo la pel¨ªcula Goldfinger, la tercera de la serie de James Bond, cuando el edificio empez¨® a cimbrarse violentamente. Era el primer anuncio del terremoto que arrasar¨ªa la ciudad en pocos segundos. Los guardias mormones lo bajaron a toda prisa en una angarilla, utilizando las escaleras de servicio, y fue llevado a la residencia de Somoza, pero se neg¨® a bajar del veh¨ªculo. Y como las luces de la pista del aeropuerto se hallaban inutilizadas, esper¨® hasta el amanecer para abordar el Gulf Stream que se lo llev¨® para siempre de Nicaragua, mientras abajo se alzaba la humareda de los incendios.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y Premio Cervantes 2017.
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