?C¨®mo se atrevieron a rodar estas 12 pel¨ªculas que rompieron todas las reglas?
Abordan tab¨²es sexuales, esc¨¢ndalos pol¨ªticos, im¨¢genes expl¨ªcitas y lenguaje inaceptable. Y tambi¨¦n son obras maestras. Cada vez que se escandalice ante la pantalla, no se sienta mal: estas doce obras llevan haci¨¦ndolo desde los a?os treinta
Sexo, drogas, violencia, blasfemia, otra vez sexo. Estos son los componentes b¨¢sicos de cualquier esc¨¢ndalo, tal y como sucede desde que existen registros. Algo que tambi¨¦n caracteriza al esc¨¢ndalo es que siempre consigue rodearse de un halo de novedad, como si cada vez fuera la primera y nada hubiera avanzado desde la anterior. Pero quien tenga memoria sabe que casi todo est¨¢ ya dicho, y que cada nuevo esc¨¢ndalo no es m¨¢s que una puesta al d¨ªa de los pasados. Si echamos mano de la historia del cine, por ejemplo, comprobamos que existe una larga tradici¨®n de representar cosas que han ofendido al p¨²blico, y ante muchas de ellas hoy seguimos exclamando: ¡°?Pero c¨®mo hicieron esto!¡±. Hemos seleccionado algunos casos representativos para ilustrar esta idea.
La edad de oro (1930), de Luis Bu?uel
Cuando los muy ricos y elegantes vizcondes de Noailles invitaron a sus amigos para ense?arles esta pel¨ªcula que hab¨ªan financiado y demostrar lo modernos que eran, el resultado fue que se quedaron sin amigos. Tambi¨¦n sin su abono al Jockey Club, y de milagro no los excomulg¨® el Papa. Luego todo fue a peor, porque en el estreno oficial hubo actos de vandalismo por parte de la extrema derecha y la cinta fue prohibida durante m¨¢s de cincuenta a?os, hasta ¨Catenci¨®n¨C 1981. ?Y qu¨¦ pasaba ah¨ª que despertara tanta algarab¨ªa? De todo: blasfemia, sexo en lugares p¨²blicos, sadismo, maltrato a minusv¨¢lidos, infanticidio y otras modalidades de asesinato, y tambi¨¦n vacas pase¨¢ndose por fiestas de la alta sociedad. El argumento resulta dif¨ªcil de describir, pero recoge una serie de episodios en los que se las instituciones de la sociedad burguesa son dinamitadas por la fuerza del amor y el deseo. Una de las pocas l¨ªneas de di¨¢logo del guion escrito por Bu?uel y Dal¨ª ofrece una idea bastante aproximada del percal: ¡°?Qu¨¦ felicidad, haber asesinado a nuestros hijos!¡±. A todo esto, la pel¨ªcula es una absoluta obra maestra que anticipa y resume lo mejor de la filmograf¨ªa posterior de Bu?uel.
?xtasis (1933), de Gustav Machat?
Seguramente nadie se acordar¨ªa hoy de este drama rom¨¢ntico checo si no fuera por el detalle de que fue la primera pel¨ªcula (no pornogr¨¢fica) en mostrar un orgasmo femenino. La protagonista era Hedy Kiesler, una bell¨ªsima actriz austriaca de dieciocho a?os a la que a¨²n le faltaban un par de reinvenciones para convertirse en Hedy Lamarr, diosa de Hollywood y creadora de la tecnolog¨ªa que anticip¨® el WiFi. Hedy sal¨ªa desnuda en la pel¨ªcula y ella aseguraba que nadie se lo hab¨ªa advertido cuando firm¨® el contrato. Pero fue la escena de su orgasmo lo que m¨¢s revuelo despert¨®, pese a que cuando sucede a ella solo se le ve el rostro. Parece ser que, para conseguir el efecto deseado, el director hizo que la pincharan en las nalgas con un alfiler, un m¨¦todo que, l¨®gicamente, hoy se considerar¨ªa inadmisible y reportar¨ªa al director una denuncia como un cami¨®n de bomberos. De vuelta a aquellos d¨ªas, ocurrieron todas las cosas predecibles: el Vaticano vaticane¨®, la pel¨ªcula no se exhibi¨® en Italia, en Alemania solo lo hizo con cortes, y en los Estados Unidos fue condenada por la Legi¨®n Cat¨®lica para la Decencia, lo que implicaba la prohibici¨®n de que los fieles fueran a verla bajo la amenaza de incurrir en pecado mortal. Por supuesto, esto solo sirvi¨® para acrecentar el ¨¦xito.
El hombre del brazo de oro (1955), de Otto Preminger
La lucha de un individuo por superar su adicci¨®n a la hero¨ªna sigue incomod¨¢ndonos hoy, pero en 1955 rozaba lo infilmable. Pues esa es la historia que cuenta una pel¨ªcula en la que el heroin¨®mano est¨¢ interpretado por Frank Sinatra y su sufrida pareja por Kim Novak, en una osada decisi¨®n de reparto que fue solo uno de los muchos riesgos que asumieron los productores. Para compensar, el nombre de la droga no se pronuncia en ning¨²n momento, aunque resulte evidente hasta para el espectador m¨¢s desinformado. Llama especialmente la atenci¨®n la larga escena en la que Sinatra atraviesa el mono con un realismo que entonces result¨® insoportable para muchos y a¨²n hoy pone los pelos de punta. A consecuencia de esto, la MPAA, la asociaci¨®n que representaba a los grandes estudios de Hollywood, tuvo que revisar sus propios c¨®digos internos y abrir el grifo de cuestiones relativas a drogas y prostituci¨®n en sus siguientes producciones.
Victim (1961), de Basil Dearden
En 1961 las relaciones homosexuales estaban prohibidas en el Reino Unido. Y quien se saltara la interdicci¨®n deb¨ªa atenerse al castigo: es bien conocido el caso del cient¨ªfico Alan Turing, quien por tener sexo con otros hombres sufri¨® la castraci¨®n qu¨ªmica, y poco despu¨¦s se suicidar¨ªa. As¨ª que el hecho de que se estrenara entonces una pel¨ªcula en la que la homosexualidad del protagonista no se contemplaba como una enfermedad o un peligro social implicaba un gesto casi revolucionario.?Victim cuenta las tribulaciones de Melvin Farr, un abogado casado que atraviesa un infierno cuando una red de extorsi¨®n a hombres homosexuales lo convierte en una de sus v¨ªctimas. La pel¨ªcula de Dearden describ¨ªa de manera muy precisa el clima de miedo y verg¨¹enza y el peligro al que entonces estaba expuesto un gay brit¨¢nico. Cuando en pantalla aparece la pintada ¡°FARR IS QUEER¡± (¡°Farr es maric¨®n¡±) la imagen generaba en el p¨²blico un efecto cat¨¢rtico que quiz¨¢ hoy cueste entender. Afortunadamente.
Persona (1966), de Ingmar Bergman
La pel¨ªcula que supuso un punto de inflexi¨®n en la carrera de Bergman, pero tambi¨¦n en la historia del cine. El argumento es sencillo: la reputada actriz Elisabeth Vogler ha perdido el habla a consecuencia de una crisis nerviosa, y se confina en su casa de campo junto a una joven e ingenua enfermera llamada Alma. Las dos mujeres iniciar¨¢n un proceso de mutua transferencia de personalidades repleto de ecos vamp¨ªricos y psicoanal¨ªticos.
Todo en la pel¨ªcula es osad¨ªsimo, desde las decisiones formales hasta el desarrollo de la trama. Pero hay una escena que en su d¨ªa debi¨® incomodar bastante, y que hoy todav¨ªa puede alzar alguna ceja que otra. Despu¨¦s de haberse bebido unas copitas, Alma le confiesa a Elisabeth c¨®mo un verano le fue infiel a su novio mont¨¢ndose una org¨ªa al aire libre con otra chica y dos chicos, y tras quedar embarazada abort¨®. La crudeza de su lenguaje (palabras como ¡°correrse¡± o ¡°aborto¡± sencillamente no se pronunciaban en el cine comercial de entonces) creaba un trauma al espectador, que de este modo empatizaba con el propio trauma de la narradora. Claro que en la primera secuencia de la pel¨ªcula Bergman ya hab¨ªa insertado un plano subliminal de un pene en erecci¨®n, otra cosa para la que la gente que entonces pagaba una entrada de cine no pornogr¨¢fico no estaba preparada.
Un soplo en el coraz¨®n (1971), de Louis Malle
El incesto es uno de los grandes tab¨²es que a¨²n quedan. Louis Malle aseguraba que cuando se puso a escribir esta pel¨ªcula autobiogr¨¢fica, su intenci¨®n no era que la madre y su hijo adolescente terminaran acost¨¢ndose juntos, pero todo le llevaba a ello, y por supuesto tuvo que sucumbir al dictado de su propia narraci¨®n. Ah, el fant¨¢stico clich¨¦ de los personajes que tienen vida propia, lo socorrido que puede llegar a ser. Y sobre todo, qu¨¦ ilustrativo resulta aqu¨ª sobre ciertas fantas¨ªas poco confesables del hombre heterosexual. Quiz¨¢ lo m¨¢s llamativo de este caso no sea la relaci¨®n madre-hijo (que tambi¨¦n se ha pintado, con tonos m¨¢s sombr¨ªos, en La luna de Bertolucci o Mi madre de Christophe Honor¨¦), sino la ligereza con la que se retrata. La madre, llena de sabidur¨ªa pese a su juventud ¨Cy, sobre todo, pese a que acaba de cometer lo que puede considerarse una grave imprudencia¨C trata de aliviar la conciencia de su hijo dici¨¦ndole que no debe tener remordimientos por el encuentro sexual que acaban de compartir. ?l no deja que el consejo caiga en saco roto, y hace lo que se espera de ¨¦l: acostarse con otra mujer, porque la mancha de una mora con otra verde se quita.
Pink flamingos (1972), de John Waters
El t¨¢ndem John Waters (director) y Divine (int¨¦rprete) ha deparado alguno de los momentos m¨¢s chispeantes, desfachatados y francamente groseros del cine norteamericano (y hay competencia). La propia Divine, personaje p¨²blico del actor y cantante Harris Glenn Milstead (Baltimore, 1945-Los ?ngeles, 1988), era una provocaci¨®n andante. Con su sobrepeso nada disimulado, y su atav¨ªo de peluca asentada sobre un cr¨¢neo alop¨¦cico, maquillaje de payasa y voz de falsete, fue bautizada ¡°la drag queen del siglo¡± por la revista People. Y para honrar a semejante t¨ªtulo de nobleza demostr¨® el valor de mil caballeros medievales. De las nueve cintas que interpret¨® a las ¨®rdenes (es un decir) de su descubridor entre 1966 y 1988, el punto culminante posiblemente lo represente esta ¡°Pink flamingos¡±.
Divine encarna a una mujer considerada oficialmente la persona m¨¢s inmunda del mundo, lo que provoca la envidia de unos vecinos que deciden competir con ella en depravaci¨®n. Comienza entonces una escalada de imprevisibles consecuencias. Exhibicionismo, venta de hero¨ªna a menores, maltrato animal y diversos actos sexuales no demasiado normativos nos van preparando para el gran final, en el que, sin trampa ni cart¨®n, Divine agarra un pu?ado de excrementos de perro reci¨¦n expulsados y se los lleva a la boca entre sonrisas y arcadas. Su propia madre, que se pase¨® por el rodaje de la pel¨ªcula en alg¨²n momento, se declar¨® extra?ada porque su hijo hubiera podido soportar las ¡°condiciones lamentables¡± del set, dados sus gustos caros en ropa, muebles y comida. Es probable que despu¨¦s de ver la pel¨ªcula su extra?eza fuera a¨²n mayor.
Sal¨° o los 12 d¨ªas de Sodoma (1975), de Pier Paolo Pasolini
Pasolini adapt¨® una novela del marqu¨¦s de Sade variando completamente su contexto hist¨®rico y pol¨ªtico. Lo que en la literatura era el siglo XVIII visto por un libertino, aqu¨ª es el fascismo italiano visto por un comunista desesperanzado. En los tiempos de la rep¨²blica de Mussolini, un duque, un obispo, un pol¨ªtico y un banquero secuestran a un grupo de j¨®venes y, con la complicidad de cuatro prostitutas, los someten a vejaciones que incluyen impensables actos de sexo y violencia hasta su total aniquilaci¨®n. Esta alegor¨ªa sobre la sociedad capitalista y los ocultos modos de fascismo que la sustentan est¨¢, a pesar del horror que muestra, atravesada por una poes¨ªa tr¨¢gica y doliente. Pero cuando a¨²n hoy alguien se escandaliza por algo que ha visto en una pel¨ªcula, conviene recordarle que hace 45 a?os Pasolini ya estir¨® al m¨¢ximo la goma de lo que puede mostrarse en una pantalla de cine.
El imperio de los sentidos (1976), de Nagisha Oshima
Nagisha Oshima se inspir¨® en una historia real para escribir este guion sobre un hombre y una mujer que viven una historia sexual tan intensa y obsesiva que, llegado un momento, la ¨²nica salida que encuentran pasa por la mutilaci¨®n y el asesinato. Cuando se estren¨®, tuvo que enfrentarse a la acci¨®n de la censura, ya que incluye varias escenas de sexo expl¨ªcito y no simulado entre los dos protagonistas. La escena en la que ¨¦l introduce un huevo en la vagina de ella para despu¨¦s com¨¦rselo dificult¨® especialmente su distribuci¨®n, pero quiz¨¢ lo m¨¢s perturbador sea el final. All¨ª se muestra de manera frontal el resultado del acto de violencia cometido por uno de los amantes sobre el cuerpo del otro, y no es raro que quien lo contemple tenga que apartar la mirada. La pel¨ªcula es, por cierto, una de las m¨¢s bellas y l¨²cidas reflexiones sobre las intersecciones entre el amor y la muerte de toda la historia del cine.
La piel (1981), de Liliana Cavani
En los ¨²ltimos coletazos de la II Guerra Mundial, Nap¨®les ha sido tomada por las tropas americanas y su poblaci¨®n est¨¢ depauperada y dispuesta a lo que sea para sobrevivir. Lo que sea ya se lo imaginan ustedes, pero por si acaso Liliana Cavani lo muestra con gran detalle a trav¨¦s de los ojos (llenos de cinismo) del escritor y diplom¨¢tico Curzio Malaparte. Cavani ya hab¨ªa dirigido pel¨ªculas esc¨¢ndalo como?Portero de noche (nazismo + sadomasoquismo) y M¨¢s all¨¢ del bien y del mal (o Nietzsche, Paul R¨¦e, Lou-Andreas Salom¨¦), pero aqu¨ª directamente parece seguir una estrategia deliberada para ofender y asquear al espectador encadenando las escenas de depravaci¨®n y sugerirle que el ser humano merece la extinci¨®n. Quiz¨¢ fuera la ¨²nica forma de expresar esta idea. Solo quiz¨¢.
Pero lo peor llega al final: durante un desfile militar con tanques, los soldados americanos arrojan caramelos a los italianos que acuden a vitorearlos. Un hombre con un ni?o en brazos se despista en medio del jolgorio, tropieza, y su cuerpo es aplastado por las ruedas del veh¨ªculo acorazado. Cavani no es ninguna amante de la elipsis, as¨ª que nos ofrece una minuciosa demostraci¨®n visual acerca del efecto de tropecientas toneladas de acero sobre un cuerpo humano. El plano sostenido sobre el resultado resulta tan insoportable que permanece en el subconsciente durante d¨ªas.
El pico (1983), de Eloy de la Iglesia
La cara menos amable de nuestros locos a?os ochenta la pon¨ªan una grave crisis sociosanitaria (la explosi¨®n descontrolada del consumo de hero¨ªna) y una amenaza terrorista (los a?os de plomo de ETA). Ambas realidades planean sobre esta pel¨ªcula o intervienen decisivamente en su trama. Se trata de una historia de amistad y ca¨ªda de dos j¨®venes de distinto origen social y pol¨ªtico en el marco de un Bilbao que ya no existe, pues en alg¨²n momento lo reemplaz¨® el gigantesco holograma irradiado por el efecto Guggenheim. Con pel¨ªculas como?Los placeres ocultos, La criatura o El diputado, Eloy de la Iglesia ya hab¨ªa tratado temas rasposos para la sociedad del momento, pero aqu¨ª el c¨®ctel entre juventud, hero¨ªna, Guardia Civil, izquierda abertzale y brutalidad policial resultaba a¨²n m¨¢s fuerte de lo esperado. Hay, por supuesto, escenas de sexo y jeringuillas hipod¨¦rmicas inyectando su carga letal en primer plano, pero el potencial ofensivo de la pel¨ªcula no se limita a eso, sino que se expande como una mancha de aceite sobre la superficie de su ambig¨¹edad moral y pol¨ªtica.
Entre tinieblas (1983), de Pedro Almod¨®var
Qui¨¦n le iba a decir a la cat¨®lica Espa?a que en 1983 una pel¨ªcula nacional contar¨ªa la historia de un convento de monjas regido por una madre superiora heroin¨®mana, lesbiana, fan del bolero y aficionada a extorsionar marquesas. Cuando se habla de la supuesta tibieza pol¨ªtica de Almod¨®var no est¨¢ de m¨¢s recordar que en aquellos tiempos concebir una pel¨ªcula como esta era m¨¢s que una simple provocaci¨®n y adquir¨ªa la consistencia de un manifiesto pol¨ªtico: como tal, la cinta aparec¨ªa en la reciente exposici¨®n del Reina Sof¨ªa ¡°Po¨¦ticas de la democracia. Im¨¢genes y contra im¨¢genes de la Transici¨®n¡±. La escena en la que la superiora (Julieta Serrano) y su protegida (Cristina S¨¢nchez Pascual) se inyectan droga en una habitaci¨®n llena de im¨¢genes religiosas conserva, o as¨ª nos lo parece, toda su carga explosiva.
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