La humanidad existe
Esta pandemia nos lo dej¨® claro: lo que le pasa a cada uno de nosotros depende de lo que le pase a todos los dem¨¢s.
Dec¨ªamos que los momentos fuertes de la historia son aquellos en que no hay modo de negar que el destino de las personas no es individual sino com¨²n. Sucede muy de vez en cuando: por eso, los solemos llamar ¡°hechos hist¨®ricos¡±.
El resto del tiempo la mayor¨ªa de las personas se empe?a en creer que lo que les pasa a ellos depende de ellos: que son m¨¢s fuertes que sus circunstancias. Y depende, por supuesto, pero depende tanto del mundo en el que viven, su pa¨ªs, su clase, su familia.
Esta pandemia nos lo dej¨® claro, con claridad casi excesiva: lo que le pasa a cada uno de nosotros depende de lo que le pase a todos los dem¨¢s. O, dicho de otra manera: el contagio puede venir de cualquier cosa, de cualquier persona, de tu c¨®nyuge o una baranda o un repartidor de pizza. Si ese repartidor est¨¢ infectado, t¨² tambi¨¦n podr¨¢s estarlo; para salvarte necesitas salvarlo. Es una muestra muy visible de que nuestros destinos est¨¢n ligados, son comunes.
Solo que com¨²n, ahora, incluye a cada vez m¨¢s gente. Esta crisis pone en la pr¨¢ctica otra cosa que sab¨ªamos si acaso en teor¨ªa: que la globalizaci¨®n hace que, a veces, la humanidad no sea solo una idea sino una realidad.
Humanidad es una idea de cuando la humanidad no exist¨ªa: de cuando hab¨ªa peque?as comunidades donde el destino de uno implicaba de alg¨²n modo el de los otros. O, digamos: donde era f¨¢cil de ver que el destino de cada uno implicaba de alg¨²n modo al de los otros ¡ªy entonces las personas se cuidaban. Quiero creer que el momento culminante de esa idea fue aquella Atenas, cuando los ciudadanos descubrieron que depend¨ªan unos de otros en el combate porque hab¨ªan inventado la formaci¨®n hopl¨ªtica, donde cada hombre val¨ªa lo mismo que el de al lado porque alcanzaba con que uno desfalleciera para que la formaci¨®n se rompiese y los mataran. Entonces produjeron eso que llamaron democracia, donde el voto de cada hombre val¨ªa lo mismo que el de al lado ¡ªsiempre que ese hombre fuera ciudadano y se las arreglara para vivir del trabajo de los esclavos y los inmigrantes. La democracia convirti¨® aquella idea de humanidad en una forma pol¨ªtica. La humanidad, en s¨ªntesis, era eso: que todos los hombres importan ¡ªy, de alg¨²n modo, se equivalen. Pero eso es f¨¢cil de ver cuando los que importan son Abel el pescador de aquella casa, Mabel la hija del herrero, Jezabel la morocha tetona: los vecinos.
El cristianismo quiso ¡ª?quiso, realmente?¡ª trasplantar esta noci¨®n de barrio a escala general con esa idea universalista de la ecclesia y de que hay que tratar al pr¨®jimo ¡ªa todo pr¨®jimo¡ª como a uno mismo: un discurso atractivo que nunca practic¨®. Y despu¨¦s, en el siglo XVIII, la idea de humanidad se us¨® para pelear contra esa misma religi¨®n, y se consolid¨® en el XIX cuando Marx ley¨® a Terencio y repiti¨® que nada de lo humano le era ajeno. Pero, en cuanto pudieron, los marxistas empezaron a hablar de socialismo en un solo pa¨ªs y que se pudran los dem¨¢s, y de Siberia y gulags.
Todo en nombre de la humanidad: la idea de que todos somos parte de lo mismo y que el bien de uno necesita el bien de todos y por eso todos tenemos que cuidarnos mutuamente. No hay idea m¨¢s resistente: las conductas siempre la contradijeron, pero esas conductas se entienden como errores, desviaciones. Las mejores ideas, las m¨¢s poderosas, son las que nunca se verifican ¡ªy su irrealidad constante las conserva y realza.
La humanidad es una de ellas. Es f¨¢cil, en general, ver su irrealidad: basta con ir a cualquier pueblo de la India, a los suburbios de mi ciudad natal, a un CIE aqu¨ª muy cerca. Solo que ahora, en estos d¨ªas, su realidad atac¨®: frente a los virus, que son tan brutos que no discriminan, la humanidad existe ¡ªy es, para muchos, un engorro. Ya vendr¨¢n tiempos de olvidarla, que no nos cuesta nada.
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