El dilema que asombr¨® al mundo: su nombre era Karen Quinlan y solo quer¨ªa entrar en un vestido
Un d¨ªa como hoy hace 35 a?os una joven de Nueva Jersey se muri¨® tras una lucha de a?os por la muerte digna que la convirti¨® en una m¨¢rtir en todo el mundo. Una fundaci¨®n que lleva su nombre y varios libros y canciones la siguen recordando en la actualidad
El quince de abril de 1975, Karen Ann Quinlan, de veinti¨²n a?os, se desplom¨® en los brazos de un amigo en un bar de Morristown, Nueva Jersey. La llevaron a su casa y trataron de reanimarla, llamaron a urgencias y aunque la ambulancia apenas tard¨® quince minutos en llegar, no volvi¨® a despertarse jam¨¢s. Cinco horas despu¨¦s de que ingresase en el Hospital Newton Memorial, los m¨¦dicos le diagnosticaron muerte cerebral y la conectaron a un respirador artificial. La causa hab¨ªa sido una ingesta de alcohol y tranquilizantes, en concreto una combinaci¨®n de Valium y gin-tonics que fulminaron un cuerpo que llevaba varios d¨ªas sin ingerir alimentos: seg¨²n relataron sus allegados, Karen estaba muy preocupada por entrar en el nuevo vestido que se hab¨ªa comprado para asistir aquella noche a una fiesta.
El recuerdo de Karen se ha ido diluyendo, pero lleg¨® incluso a colarse en la cultura pop en algunos casos de manera muy sorprendente, como cuando el 1 de diciembre de 1983 Glutamato Ye-Ye cantaba La balada de Karen Quinlan en La Edad de Oro entre banderas del Atl¨¦tico de Madrid
Sus padres, que desconoc¨ªan esa faceta de Karen, escuchaban estupefactos el relato de los ¨²ltimos d¨ªas de vida de una hija que no reconoc¨ªan en aquella historia de alcohol y pastillas. Y eso que entonces no sab¨ªan que la peor parte de su infierno acababa de empezar y, con ¨¦l, una de las mayores controversias de los a?os setenta y un debate que todav¨ªa no se ha cerrado.
Karen hab¨ªa nacido en Pensilvania el 29 de marzo de 1954 y apenas un par de semanas despu¨¦s hab¨ªa sido adoptada por Julia y Joe Quinlan, la secretar¨ªa de su parroquia y un contable de una f¨¢brica de repuestos y veterano de la Segunda Guerra Mundial, dos cat¨®licos devotos que hab¨ªan optado por la adopci¨®n tras varios abortos espont¨¢neos. Karen fue una buena estudiante, esquiaba, jugaba al tenis, nadaba y cantaba en el coro del colegio.
A los cuatro a?os, frente a un helado, sus padres le explicaron que era adoptada. Por entonces ya ten¨ªa dos hermanos a los que ense?aba a andar en bicicleta y trepar a los ¨¢rboles. El mayor disgusto que hab¨ªa dado a sus padres fue negarse a asistir a la Universidad: ellos quer¨ªan que estudiaste arquitectura, ella prefiri¨® trabajar en una peque?a tienda de cer¨¢mica. Cinco meses despu¨¦s, volvi¨® a casa desolada: la hab¨ªan despedido. Estaba tan abatida que su padre fue a hablar con el gerente para descubrir qu¨¦ hab¨ªa pasado. No hab¨ªa sido por nada que hubiese hecho, s¨®lo un ajuste econ¨®mico de la empresa. Sin embargo, para Karen signific¨® el primer paso de una debacle personal de la que nunca se repuso.
Se mud¨® a una casa con amigos, empez¨® a trabajar en una gasolinera y se compr¨® un peque?o Volkswagen. Para sus padres segu¨ªa siendo su ni?a, la buena deportista de voz prodigiosa, pero sus amigos de siempre notaron el cambio: cada vez beb¨ªa m¨¢s y com¨ªa menos. Su antiguo novio, Tom Flynn, declar¨®, tal como recogi¨® The New York Times, que lo hab¨ªa llamado dos semanas antes y le hab¨ªa pedido que reanudaran su relaci¨®n. ?l le dijo que no, pero acept¨® verla aquel 14 de abril. Karen nunca lleg¨® a la cita.
Por consejo de su abogado, los Quinlan cambiaron su n¨²mero de tel¨¦fono, borraron su nombre del buz¨®n y se acostumbraron a vivir rodeados de fot¨®grafos que les persegu¨ªan hasta cuando sacaban la basura
Tras tres meses en los que los Quinlan contemplaban impotentes c¨®mo su hija entubada pasaba de cincuenta y dos kilos a apenas treinta decidieron, a pesar de sus fuertes convicciones cat¨®licas o precisamente por ellas, pedir que la desconectaran de la respiraci¨®n artificial. Quer¨ªan que su hija muriera de manera natural ¡°con gracia y dignidad". As¨ª lo cont¨® Julia Quinlan en su libro La verdadera historia de Karen Ann Quinlan, escrito para sufragar unos gastos desmesurados que tan s¨®lo en los cinco primeros meses hab¨ªan ascendido a m¨¢s de doscientos mil d¨®lares. Hab¨ªan sido asesorados por sacerdotes y expertos: Karen no iba a volver a la vida. Los m¨¦dicos del hospital se negaron a desconectarla por miedo a ser acusados de homicidio y la ley obligaba a utilizar todos los recursos para mantener con vida a una paciente.
Un hospital convertido en trinchera
Comenz¨® entonces una encarnizada batalla legal sin precedentes con ecos en todo el mundo, un mundo que se divid¨ªa entre los que cre¨ªan que hab¨ªa que mantener a Karen con vida y los que consideraban que aquello no era vida. El caso de Karen se hab¨ªa convertido en un s¨ªmbolo para los que defend¨ªan el derecho a morir con dignidad. Una responsabilidad desmesurada para la que aquel matrimonio y sus hijos adolescentes no estaban preparados. Por consejo de su abogado cambiaron su n¨²mero de tel¨¦fono, borraron su nombre del buz¨®n y se acostumbraron a vivir rodeados de fot¨®grafos que les persegu¨ªan hasta cuando sacaban la basura.
Por ello Karen permanec¨ªa en una habitaci¨®n secreta del Hospital Saint Clare¡¯s cuya ubicaci¨®n s¨®lo conoc¨ªan, adem¨¢s de sus padres, el director del hospital, sus dos m¨¦dicos, dos enfermeras, el abogado de la familia ¨CPaul Armstrong¨C y el sacerdote Thomas Traspasso. Los ascensores no se paraban en la planta y el acceso por las escaleras estaba clausurado. Cuatro polic¨ªas custodiaban la entrada principal de un hospital al que era imposible acceder con c¨¢mara de fotos y cada persona que entraba ten¨ªa que rellenar un cuestionario, lo que no impidi¨® que un fot¨®grafo intentara colarse en la habitaci¨®n disfrazado de monja y que un sinf¨ªn de curanderos intentasen acercarse a ella para hacerse famosos. Era la enferma m¨¢s c¨¦lebre de EE.UU. y los medios vigilaban el hospital 24 horas al d¨ªa.
La Corte Superior de Nueva Jersey se neg¨® a desconectarla alegando que hab¨ªa una posibilidad remota de que se despertase: poco tiempo antes, un joven que hab¨ªa permanecido ocho a?os en coma tras un accidente de coche hab¨ªa vuelto a la vida. Sin embargo, su lesi¨®n era reversible, no como la de Karen. Los Quinlan no se resignaron y finalmente la Corte Suprema de Nueva Jersey les dio la raz¨®n en una decisi¨®n hist¨®rica ¡°porque ning¨²n inter¨¦s superior del Estado puede obligar a la paciente a soportar lo insoportable". El tribunal tambi¨¦n dictamin¨® que nadie podr¨ªa ser penalmente responsable de eliminar los sistemas de soporte vital, porque la muerte de la mujer "no ser¨ªa homicidio, sino expiraci¨®n por causas naturales existentes". ¡°Esta es la decisi¨®n por la que hemos estado rezando durante tanto tiempo. Es la decisi¨®n correcta¡±, declararon los Quinlan.
La gran pregunta
"No creo que puedas prepararte al cien por cien para la muerte de un hijo, Karen viv¨ªa en un estado de limbo y mi familia y yo viv¨ªamos en un estado de limbo. Llor¨¦ por Karen durante diez a?os y ahora tuve que llorar de nuevo¡±, declar¨® Julia Quinlan
¡°?Qui¨¦n matar¨¢ a Karen?¡±, se preguntaba en 1976 Alberto Oliva en un largo reportaje de los primeros n¨²meros de la reci¨¦n fundada Intervi¨², respecto al nombre del enfermero o m¨¦dico que finalmente la separar¨ªa definitivamente de la vida. Los medios espa?oles no eran ajenos a la fascinaci¨®n que despertaba aquel caso y la mirada al infinito de ¡°la bella durmiente¡±, como le llamaban algunos, se multiplicaba en Pronto, el Nuevo Vale o El Caso que sumaban cada semana los datos m¨¢s impactantes y escandalosos de la historia, reales o no, mientras los peri¨®dicos abr¨ªan sus p¨¢ginas al debate sobre la muerte digna. A diez mil kil¨®metros del hospital en el que reposaba su cuerpo, su evoluci¨®n se segu¨ªa como la trama de otra serie m¨¢s porque Karen pod¨ªa ser cualquiera de las adolescentes espa?olas que empezaban a agarrarse a su Winston de importaci¨®n y su Larios con t¨®nica en una Espa?a que comenzaba a sacudirse cuarenta a?os de gris. Con su pelo lacio y su aspecto convencional, pod¨ªa ser una t¨ªpica foto de una orla de Nueva Jersey o de la Universidad de Salamanca. Karen Quinlan era como un lienzo en blanco en el que cada uno pod¨ªa proyectar su historia.
Sin embargo, cuando se desconect¨® el respirador artificial, el peque?o cuerpo de Karen sigui¨® luchando. Nadie sab¨ªa cu¨¢nto tiempo podr¨ªa aferrarse a la vida, pero los padres jam¨¢s pidieron que dejasen de alimentarla de manera artificial hasta que Dios decidiera, lo cual abri¨® otro debate sobre hasta d¨®nde llegaba la vida. Ese a?o la trasladaron al asilo de ancianos Morris View donde se le pod¨ªan proporcionar los cuidados adecuados y su familia la visitaba dos veces al d¨ªa. A pesar de mantenerse alimentada por una sonda nasog¨¢strica, su cuerpo se segu¨ªa debilitando. La imagen idealizada que mostraban algunos medios de una joven de melena lacia descansando pl¨¢cidamente en su cama era irreal: durante toda su vida vegetal se mantuvo en posici¨®n fetal, agarrotada y sufriendo fuertes espasmos.
Pero para los que observaban el fen¨®meno en la distancia, Karen segu¨ªa siendo la joven del retrato, un retrato que se col¨® en las casas de los espa?oles gracias a Historia de Karen, de Ernesto Frers, publicado por Ediciones Mart¨ªnez Roca y todo un best-seller de C¨ªrculo de Lectores. La historia de la chica en coma se mezclaba en la misma colecci¨®n con las aventuras de la d¨ªscola Christina Parker, inmortalizada por Linda Blair en Nacida inocente. Ambas historias eran tan moralizantes como alarmistas, pero la de Karen era real.
Diez a?os despu¨¦s de que la ley permitiese separarla de su respirador, muri¨® en su habitaci¨®n en el asilo de ancianos Morris View. El 11 de junio de 1985, a las siete de la tarde y debido a una insuficiencia respiratoria, tal como recogi¨® EL PA?S. Su madre sujet¨® su mano por ¨²ltima vez. "No creo que puedas prepararte al cien por cien para la muerte de un hijo, Karen viv¨ªa en un estado de limbo y mi familia y yo viv¨ªamos en un estado de limbo. Llor¨¦ por Karen durante diez a?os y ahora tuve que llorar de nuevo¡±, declar¨® Julia Quinlan a Los Angeles Times. Karen fue enterrada en el cementerio Gate of Heaven en East Hanover.
La vida y la muerte de Karen alter¨® para siempre la pac¨ªfica existencia de los Quinlan. En 1980 fundaron la Karen Ann Quinlan Hospice para brindar atenci¨®n domiciliaria a los enfermos terminales. Seg¨²n cuentan en la web de la instituci¨®n, fue la lucha por los derechos de su hija lo que les abri¨® los ojos a esa necesidad y prometieron que la falta de dinero nunca ser¨ªa un obst¨¢culo para ingresar en el centro. Julia Quinlan sigue al frente del hospicio junto a sus hijos Mary Ellen y John. Su marido Joe falleci¨® en 1996.
El recuerdo de Karen se ha ido diluyendo, pero lleg¨® incluso a colarse en la cultura pop en algunos casos de manera muy sorprendente, como cuando el 1 de diciembre de 1983 Glutamato Ye-Ye cantaba La balada de Karen Quinlan en La Edad de Oro entre banderas del Atl¨¦tico de Madrid. Aquella joven en posici¨®n fetal que jam¨¢s hab¨ªa salido de New Jersey se hab¨ªa convertido en un figura popular. Su muerte en 1985 coincidi¨® con un viaje de Morrisey a Nueva Jersey, que dos a?os despu¨¦s cantar¨ªa Girlfriend in a coma, casi sin ser consciente del origen de un himno que ha sido sobreinterpretado hasta la saciedad. Dos d¨¦cadas despu¨¦s otro icono pop, Douglas Coupland, autor de Generaci¨®n X, la convertir¨ªa en la protagonista de una historia muy similar, pero con un final m¨¢s optimista en La segunda oportunidad. La verdadera Karen s¨®lo tuvo una.
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