La desconocida (e injusta) historia de la fot¨®grafa que se desnud¨® en la ba?era de Hitler
La serie de Netflix 'Hollywood' ha recuperado en una de sus tramas el nombre de Lee Miller mujer que viaj¨® por todo el mundo, fue precursora de la fotograf¨ªa surrealista a la sombra de Man Ray y muri¨® deprimida y alejada de su familia, dejando cientos de secretos en un caj¨®n
En el quinto cap¨ªtulo de Hollywood, una de las series estrella de Netflix durante la pandemia, el personaje de Patti Lupone, productora plenipotenciaria de un trasunto de Paramount Pictures, le ofrece al que interpreta Mira Sorvino (una actriz ficticia llamada Jeanne Crandall) un personaje que le har¨¢ ganar el Oscar. Se trata de Lee Miller.
Sorvino acepta encantada, aunque no sabe qui¨¦n es. Nada raro en 1947, a?o en el que m¨¢s o menos se desarrolla la secuencia. Lee Miller es probablemente la desconocida m¨¢s fascinante del siglo XX. Modelo, fot¨®grafa, socia de Man Ray, musa de Picasso y Cocteau, socialite, precursora de la food porn y una de las primeras civiles que fue testigo del horror de los campos de exterminio, una experiencia que la cambi¨® para siempre.
La influencia de Lee Miller fue decisiva en alguna de las innovaciones de Man Ray, como cuando tras asustarse porque un rat¨®n se hab¨ªa posado en sus pies encendi¨® la luz antes de que se hubiese completado un proceso de revelado e invent¨® la solarizaci¨®n
La primera vez que Elizabeth Miller (Poughkeepsie, Nueva York, 1907-1977) se llam¨® Lee Miller fue en la portada de Vogue, en una acuarela de George Lepape, y su llegada a ella casi parece un clich¨¦ de novela rom¨¢ntica. Mientras caminaba por Manhattan estuvo a punto de ser atropellada, pero un viandante que la observaba ensimismado lo impidi¨®. Su salvador no fue otro que Cond¨¦ Montrose Nast, el hombre que hab¨ªa convertido Vogue en una leyenda y da nombre hoy a la poderosa editorial de moda, actualidad y lujo.
La publicaci¨®n buscaba una mujer que representase la nueva modernidad que se percib¨ªa en las calles neoyorquinas y Lee encajaba en ese perfil. Ten¨ªa cierto aire europeo con su pelo corto y su porte sofisticado y, a la vez, era profundamente estadounidense gracias a un cuerpo atl¨¦tico y unos grandes ojos azules. La c¨¢mara no le era ajena, adem¨¢s. Su padre, un apasionado de la fotograf¨ªa, la hab¨ªa inmortalizado obsesivamente, incluso en desnudos que hoy podr¨ªan resultarnos perturbadores. Lo hab¨ªa utilizado como terapia: cuando s¨®lo ten¨ªa siete a?os Lee hab¨ªa sido violada por un conocido de la familia que, adem¨¢s, le contagi¨® la gonorrea, un detalle desvelado por su hijo Antony Penrose en The Lives of Lee Miller.
Para curar su cuerpo, su madre la ba?aba en lej¨ªa y desinfectaba todo lo que tocaba. Para curar su alma, su padre ¨Csiguiendo los consejos de un psiquiatra¨C trataba de hacerla recuperar el control de su cuerpo exhibi¨¦ndolo permanentemente.
Tras la portada de Vogue esa exhibici¨®n lleg¨® a todo el pa¨ªs. En los a?os veinte los mejores fot¨®grafos demandaban su imagen y su rostro se multiplicaba de costa a costa junto a los de divas como Greta Garbo, Clara Bow o Louise Brooks. Pero en la c¨²spide de su carrera, descubri¨® algo que parece tan moderno como la cultura de la cancelaci¨®n. Una foto suya acab¨® en un anuncio de compresas de la marca Kotex y se desat¨® el esc¨¢ndalo. Era la primera vez que un producto de higiene ¨ªntima aparec¨ªa promocionado por una mujer real. El resto de las marcas consider¨® indigno que anunciase sus productos y dejaron de llamarla. A ella le dio igual: hizo sus maletas y se fue a la mucho menos puritana Par¨ªs, satisfecha por haber contribuido a romper un tab¨² absurdo.
De fotografiada a fot¨®grafa
El v¨®rtice cultural que era la capital francesa en los a?os veinte la atrap¨®. Acudi¨® atra¨ªda por las nuevas tendencias art¨ªsticas y, sobre todo, por un hombre en particular: Emmanuel Radnitzky, m¨¢s conocido como Man Ray, otro estadounidense exiliado en Par¨ªs, el hombre que hab¨ªa estado en el origen del dada¨ªsmo y el surrealismo. Su primer encuentro fue tan cinematogr¨¢fico como el que la llev¨® a la portada de Vogue. Ella le pidi¨® ser su alumna, pero el hombre en cuyo epitafio (en el cementerio de Montparnasse) puede leerse ¡°despreocupado, pero no indiferente¡± le respondi¨® que ¨¦l no ten¨ªa alumnas y que se iba al d¨ªa siguiente a Biarritz. Ella respondi¨®: ¡°Yo tambi¨¦n¡±. Y lo acompa?¨®.
Miller huy¨® a Estados Unidos para alejarse de los egos desmedidos de la capital del arte y mont¨® un lucrativo estudio de fotograf¨ªa con clientes como Elizabeth Arden, Helena Rubinstein y Saks Fifth Avenue
Se convirti¨® en su aprendiz, en su amante y en su principal modelo y, como suele ser habitual al repasar la historia de las mujeres que comparten trabajo con hombres, sus obras se mezclaron en el estudio y muchas fueron atribuidas err¨®neamente a Ray. De hecho, su influencia fue decisiva en alguna de las innovaciones del fot¨®grafo, como cuando tras asustarse porque un rat¨®n se hab¨ªa posado en sus pies encendi¨® la luz antes de que se hubiese completado un proceso de revelado e?invent¨® la solarizaci¨®n. Un efecto que enfatiza los contornos de los cuerpos generando un dramatismo que ambos explotaron, pero permanece asociado a ¨¦l. Para el mundo, ella era s¨®lamente su musa e incluso en algunos libros de fotograf¨ªa se refieren a ella como su ¡°t¨¦cnico de laboratorio¡±, ignorando incluso que Lee era una mujer.
Sin embargo, ella ten¨ªa un estilo propio y alguna de sus fotograf¨ªas como ese Nude Bent Forward (Desnudo inclinado hacia adelante), que el ojo humano identifica como un pene o un trasero y justifica las teor¨ªas de Freud sobre la sexualidad cotidiana, son su m¨¢ximo exponente.
Lo que empez¨® como un mentorazgo acab¨® como un duelo de egos que Ray, acostumbrado a modelos silentes que se limitaban a pasar de su estudio a su cama, no supo gestionar. La admiraba y a la vez estaba obsesionado con ella. Cuando Miller fue consciente de que los sentimientos de Ray hacia ella har¨ªan imposible su desarrollo como artista, se fue. Para deshacerse de su influjo, Man Ray la desmenuz¨® y empez¨® a fragmentar su anatom¨ªa de manera obsesiva, especialmente sus ojos y sus labios.
Una de las obras resultantes es Objeto para ser destru¨ªdo, un metr¨®nomo en cuyo p¨¦ndulo a?adi¨® una fotograf¨ªa de un ojo de Miller y que inclu¨ªa un peque?o manual de instrucciones: ¡°Coloca en el p¨¦ndulo de un metr¨®nomo el ojo de la persona amada a la que ya no volver¨¢s a ver. Pon en marcha el metr¨®nomo hasta el l¨ªmite de tu resistencia. Con un martillo, intenta destruirlo de un solo golpe¡±. Dos d¨¦cadas despu¨¦s, un grupo de estudiantes de arte lo tom¨® al pie de la letra y al grito de ?Viva la poes¨ªa! lo hizo a?icos, con el dinero del seguro se compr¨® cien m¨¢s y hoy pueden verse en varios museos como el Reina Sof¨ªa. Dada¨ªsta, s¨ª, precavido, tambi¨¦n.
Adi¨®s, Man Ray
No fue el ¨²nico cautivado por la belleza de Lee Miller. Pablo Picasso la pint¨® seis veces y Jean Cocteau la incluy¨® en su pel¨ªcula La sangre de un poeta, otro motivo de pataleta para Ray, que quer¨ªa a Lee para ¨¦l solo. Su obsesi¨®n por Miller se puede seguir a trav¨¦s de las cartas del artista, que trata de retenerla pidi¨¦ndole matrimonio. Pero ella lo rechaz¨®.
En 1942 convenci¨® a Vogue para conseguir una acreditaci¨®n como corresponsal y se incrust¨® en el ejercit¨® junto al periodista de Life David E. Sherman. Tras el desembarco de Normand¨ªa, ambos recorrieron durante meses una Europa asolada por la barbarie
Miller huy¨® a Estados Unidos para alejarse de los egos desmedidos de la capital del arte y mont¨® un lucrativo estudio de fotograf¨ªa con clientes como Elizabeth Arden, Helena Rubinstein y Saks Fifth Avenue. El Nueva York que se sacud¨ªa el polvo de la gran depresi¨®n parec¨ªa el peor lugar para montar un negocio, pero sus retratos solarizados triunfaron y toda la alta sociedad quer¨ªa ser inmortalizada por su c¨¢mara. Cuando el calor del verano neoyorquino le result¨® demasiado sofocante, cerr¨® el estudio pensando en abandonarlo solo durante un par de meses. Nunca volvi¨®.
Por su camino se cruz¨® el rico empresario e ingeniero egipcio Aziz Eloui Bey. Tras Nueva York y Par¨ªs, Lee Miller llegaba a El Cairo. Durante tres a?os vivi¨® como un personaje de Paul Bowles, tan rubia, tan blanca, tan independiente, recorriendo aquel Cairo ancestral en el que se sent¨ªa purificada. Pero la mujer que hab¨ªa oscilado entre las bulliciosas Nueva York y Par¨ªs tard¨® tres a?os en cansarse de la languidez cairota. Aziz no puso obst¨¢culos a la separaci¨®n: empezaba una nueva reinvenci¨®n. Se instal¨® en Londres y recuper¨® a su c¨ªrculo de amigos: Picasso y Dora Maar, Paul Eluard y Nush y Man Ray con Ady, su nueva amante ¨Cla primera mujer negra que hab¨ªa aparecido en una revista de moda¨C. Y junto a ellos, Roland Penrose, un adinerado artista brit¨¢nico fascinado por el movimiento surrealista y asesor del ej¨¦rcito brit¨¢nico en la t¨¦cnica del camuflaje.
Juntos compartieron un verano en Mougins en el que Miller se reconcili¨® con parte de su pasado y document¨® fotogr¨¢ficamente. Se hizo amante de Penrose y se instal¨® en Londres, a pesar de que la guerra se recrudec¨ªa y sus amigos le imploraban que abandonase Europa como estaban haciendo la mayor¨ªa de los americanos. Pero ella prefiri¨® permanecer all¨ª y, en medio de los bombardeos que asolaron Londres, decidi¨® dar una nueva orientaci¨®n a su arte.
En 1942 convenci¨® a Vogue para conseguir una acreditaci¨®n como corresponsal y se incrust¨® en el ej¨¦rcito junto al periodista de Life David E. Sherman. Tras el desembarco de Normand¨ªa, ambos recorrieron durante meses una Europa asolada por la barbarie.
Vogue, que hab¨ªa sido esc¨¦ptica ante la idea de tener a una corresponsal de guerra, se encontr¨® con un material excepcional. Lee hab¨ªa entrado con su c¨¢mara en lugares s¨®lo permitidos al ej¨¦rcito. Con su uniforme militar y al lado de la 83? Divisi¨®n de Infanter¨ªa del S¨¦ptimo Ej¨¦rcito norteamericano, fue testigo de la muerte de decenas de ni?os en un hospital de Viena, document¨® el uso del napalm por primera vez en Europa, recorri¨® las casas de los exmandos del ej¨¦rcito alem¨¢n en cuyas estancias reposaban los cuerpos de los que hab¨ªan preferido suicidarse junto a sus familias a ser juzgados, y fotografi¨® el horror de Buchenwald y Dachau.
Tras visitar los campos de exterminio lleg¨® a Munich, al departamento privado de Hitler en la Prinzregentenplatz y, casi sin pensarlo, se desnud¨® y se introdujo en la ba?era del dictador. Horas antes, Hitler y Eva Braun se hab¨ªa suicidado en su b¨²nker. Scherman consigui¨® la mejor foto de su vida, Miller desnuda con la mirada perdida en un as¨¦ptico cuarto blanco en el que s¨®lo el barro de Dachau ¨Cque todav¨ªa permanec¨ªa en sus botas¨C permit¨ªa entrever que aquello no era una escena de la vida cotidiana. Fue severamente juzgada por lo que algunos consideraron una frivolidad. Ella s¨®lo pretend¨ªa exorcizar el horror, la pena por aquella Europa vigorosa y brillante que ahora se desvanec¨ªa hecha a?icos. ?Cu¨¢ntos de sus amigos habr¨ªan muerto de hambre y fr¨ªo, cu¨¢ntos hab¨ªan sido humillados y torturados por el r¨¦gimen nazi?
Reencontrarse con sus amigos fue su obsesi¨®n tras el final de la guerra. Cuando entr¨® en un Par¨ªs reci¨¦n liberado, el primer lugar que visit¨® fue el n¨²mero 7 de la Rue des Grands-Augustin, la casa de Pablo Picasso. "Eres el primer soldado aliado que veo", le dijo ¨¦l a su antigua modelo (a la que le cost¨® reconocer tras el uniforme militar). Su amistad se mantuvo durante toda su vida.
La ¨²ltima gran fiesta
El mundo se recuperaba y Lee cambi¨® el polvo de las trincheras por las primeras colecciones de alta costura de la posguerra y el retorno de la cotidianidad a las grandes capitales de la Europa del este. En 1947 se qued¨® embarazada sin preverlo y se cas¨® con Penrose. Se instalaron en una granja en Sussex y abraz¨® la domesticidad con el mismo fervor con el que se hab¨ªa sumergido en las anteriores etapas de su vida. Su casa se convirti¨® en un centro de reuni¨®n de artistas y fiestas perpetuas, pero nunca se recuper¨® totalmente de lo que hab¨ªa vivido. Sufri¨® trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico y se refugi¨® cada vez m¨¢s en el alcohol.
Pero todav¨ªa tuvo tiempo para reinventarse una vez m¨¢s: cambi¨® el cuarto oscuro por la cocina y empez¨® a innovar como antes lo hab¨ªa hecho con la fotograf¨ªa. Se gradu¨® en Le Cordon Bleu en Par¨ªs, coleccion¨® m¨¢s de dos mil libros de cocina para los que tuvo que acondicionar un cuarto y cre¨® recetas que combinaban la gastronom¨ªa tradicional norteamericana con el surrealismo: coliflor rosa, espaguetis azules, pechugas de pollo verdes, bud¨ªn de ciruela con salsa azul, helado de malvavisco y cola¡ su cocina era un reflejo de s¨ª misma.
A pesar de documentar cada receta, nunca cumpli¨® el prop¨®sito de recopilarlas en un libro, algo que har¨ªa en 2017 su nieta Ami Bouhasanne en Lee Miller: A Life with Food, Friends and Recipes.
En aquella granja de Sussex no quedaba nada de aquella mujer a la que el MI5 hab¨ªa investigado por miedo a que fuese una peligrosa esp¨ªa sovi¨¦tica. O tal vez quedaba demasiado. Miller pas¨® los ¨²ltimos a?os de su vida casi recluida en una habitaci¨®n que era tambi¨¦n un bar viendo como la belleza que nunca le hab¨ªa importado se desvanec¨ªa y alejando a todo el mundo de su alrededor, incluso a su hijo. Cuando falleci¨® a consecuencia de un c¨¢ncer a los setenta a?os era un enigma para el mundo y sus logros se hab¨ªan desvanecido porque jam¨¢s hab¨ªa tenido inter¨¦s en promocionarlos.
Tambi¨¦n costaba reconocer en ella a la modelo que hab¨ªa sido: el alcohol y la depresi¨®n hab¨ªan pasado factura. Era un misterio incluso para su hijo, con el que hab¨ªa tenido una relaci¨®n compleja y que ignoraba todo el pasado de aquella mujer a la que s¨®lo recordaba enfadada. Tras su muerte, descubri¨® en el desv¨¢n decenas de miles de negativos, documentos, diarios, c¨¢maras, cartas de amor y recuerdos que conformaban parte de la columna vertebral de la historia reciente de Europa, una historia de la que Lee Miller hab¨ªa sido protagonista. Aunque nadie la recordase. Aunque cuando falleciese, el obituario de The New York Times se refiriese a ella, simplemente, como Lady Penrose.
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