Desmayos, gritos y 60.000 personas llorando: as¨ª fue el funeral de Rodolfo Valentino, donde naci¨® la histeria pop
El de 1926 parec¨ªa otro verano m¨¢s en Nueva York, pero de repente se muri¨® el gal¨¢n m¨¢s famoso de la pantalla. Lo que ocurri¨® a continuaci¨®n sent¨® los precedentes para los duelos masivos que llegaron m¨¢s tarde con Michael Jackson, Elvis Presley o Lady Di.
El 24 de agosto de 1926, m¨¢s de un centenar de personas resultaron heridas al irrumpir precipitadamente en la funeraria Frank E. Campbell, en Broadway con la Calle 66, Nueva York. Formaban parte de una marea humana de unas sesenta mil que se agolpaba en los alrededores del edificio. Dentro yac¨ªa el cad¨¢ver de Rodolfo Valentino, el mayor sex symbol que el cine mundial hab¨ªa dado hasta entonces. En vida, sus pel¨ªculas ya hab¨ªan provocado desvanecimientos y escenas de histeria sin precedentes entre sus fans, pero esto hab¨ªa sido nada en comparaci¨®n con lo que suceder¨ªa en los d¨ªas siguientes a su muerte.
El primer d¨ªa de la capilla ardiente, entre vitrinas destrozadas y constantes altercados, la funeraria m¨¢s parec¨ªa una fortaleza sitiada por los b¨¢rbaros que un lugar de recogimiento. El segundo amaneci¨® lluvioso, lo que no impidi¨® que de nuevo la multitud se agolpara en las calles aleda?as a las instalaciones de Campbell¡¯s. Esta vez la polic¨ªa de Nueva York hab¨ªa destinado a la zona m¨¢s de un centenar de agentes para poner orden
El funeral no es solo uno de los rituales m¨¢s antiguos que existen, sino tambi¨¦n uno de los m¨¢s complejos, por la variedad y la riqueza de los elementos que re¨²ne: en ¨¦l est¨¢ la voluntad de honrar y perpetuar la memoria de los muertos, pero tambi¨¦n la catarsis que permite a los vivos despedirse de lo que queda atr¨¢s y proseguir su camino sin lastres. Como todo rito, es tambi¨¦n un artefacto teatral, y as¨ª lo entendi¨® especialmente bien la sociedad del barroco. Puede que en esos funerales del pasado se inspiraran quienes planificaron el de Rodolfo Valentino. Sin embargo, y quiz¨¢ sin buscarlo, el resultado miraba cara a cara al futuro. Puede argumentarse que aquel fue el primer caso de un gran funeral pop, un evento masivo y desbocado que advin¨® d¨¦cadas antes de los de Elvis Presley, Diana de Gales o Michael Jackson.
Cuando lleg¨® al cine Rodolfo Alfonso Raffaello Pierre Filiberto Guglielmi di Valentina d'Antonguella, in arte Rodolfo (o Rudolph) Valentino, las normas no escritas establec¨ªan que el protagonista de una pel¨ªcula deb¨ªa ser inequ¨ªvocamente anglosaj¨®n y exudar una masculinidad monol¨ªtica, de lo que era un perfecto paradigma Douglas Fairbanks. Cualquier variaci¨®n respecto a este canon se reservaba para papeles antagonistas y de villano. Para esos cometidos parec¨ªa predestinado Valentino, un emigrante italiano de finos rasgos dominados por unos ojos rasgados y febriles, como los de las mujeres fatales de la ¨¦poca. Hasta que en 1921 se estrenaron con arrollador ¨¦xito sus dos primeras pel¨ªculas como protagonista absoluto: en Los cuatro jinetes del apocalipsis, adaptaci¨®n de la novela del valenciano Vicente Blasco Ib¨¢?ez, aparec¨ªa vestido de gaucho y bailando un tango para delirio del patio de butacas, y en El Ca¨ªd interpretaba a un seductor jeque ¨¢rabe sin renunciar a un solo clich¨¦ orientalista.
El secundario ex¨®tico se convirti¨® as¨ª en el primero de todos los latin lovers, t¨¦rmino acu?ado para la ocasi¨®n y que como sabemos despu¨¦s ha disfrutado de un pr¨®spero recorrido. El p¨²blico femenino se prend¨® de ¨¦l, mientras el masculino lo contemplaba con intensa ojeriza. En particular se lo llam¨® blando y afeminado, acusaci¨®n bajo la que subyac¨ªa cierto complejo de inferioridad del hombre medio norteamericano. Se trataba de la reacci¨®n predecible frente a la amenaza de aquel extranjero que acaparaba la libido de sus novias y esposas.
Hasta tres veces lleg¨® a derrumbarse una mujer particularmente afectada: despu¨¦s de reanimarla por tercera vez, los servicios m¨¦dicos la enviaron a su casa. M¨¢s tarde se desvelar¨ªa que gran parte de estas escenas tambi¨¦n formaban parte de la representaci¨®n ideada por Campbell, que hab¨ªa pagado a las mujeres por fingir los desmayos
Sin embargo, la recaudaci¨®n de sus siguientes pel¨ªculas qued¨® muy por debajo de las expectativas. Cuando dej¨® la Paramount para enrolarse en las filas de otro estudio, United Artists, necesitaba un nuevo ¨¦xito que lo devolviera al lugar que le correspond¨ªa. Por ello se decidi¨® hacer algo que hoy en d¨ªa est¨¢ en el orden del d¨ªa, pero con lo que por aquel entonces comenzaba a experimentarse: una secuela. En este caso la de El Ca¨ªd, bajo el t¨ªtulo The Son of the Sheik (¡°El hijo del Ca¨ªd¡±).
El verano de 1926, Valentino se encontraba en Nueva York, listo para comenzar la gira promocional de la pel¨ªcula. Llevaba un tiempo quej¨¢ndose de molestias abdominales, pero no hab¨ªa querido que lo viera un m¨¦dico. Hasta que el d¨ªa 15 de agosto sufri¨® una p¨¦rdida de conocimiento en el Hotel Ambassador y fue de inmediato trasladado al Hospital Policl¨ªnico de la ciudad. All¨ª se le diagnostic¨® una apendicitis aguda, aunque en realidad sufr¨ªa una perforaci¨®n duodenal como consecuencia de una ¨²lcera. Lo operaron de urgencia, pero entonces el cuadro deriv¨® en una peritonitis, y despu¨¦s en una pleuritis que afect¨® a su pulm¨®n izquierdo, y por fin falleci¨® el d¨ªa 23 sin que los m¨¦dicos pudieran hacer nada para evitarlo. Ten¨ªa solo 31 a?os.
Durante la semana que el actor estuvo ingresado, la progresi¨®n de su estado de salud iba haci¨¦ndose p¨²blica a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, que tuvieron en vilo a millones de fans en todo el mundo. Y cuando esos mismos medios anunciaron el desenlace se desat¨® una histeria para la que nadie estaba preparado. Se registraron incluso varios suicidios y numerosos intentos fallidos relacionados con la tragedia.
Debido a la frustraci¨®n provocada por la actuaci¨®n de la polic¨ªa, o acaso por el mal aspecto que presentaba el cad¨¢ver, se extendi¨® el rumor de que lo que all¨ª pod¨ªa verse no era el aut¨¦ntico Valentino, sino un mu?eco de cera que hac¨ªan pasar por ¨¦l
Se reunieron entonces todos los elementos necesarios para asegurar un gran espect¨¢culo: hab¨ªa un drama que narrar, la experiencia de los profesionales de Hollywood para darle forma y un p¨²blico predispuesto para recibirlo. As¨ª que George Ullman, representante y amigo personal del difunto, decidi¨® dar a ese p¨²blico exactamente lo que ped¨ªa organizando un velatorio p¨²blico. Para ello contrat¨® a un experto en la materia. En un tiempo en el que las exequias sol¨ªan celebrarse en casa y a puerta cerrada, la funeraria de Frank E. Campbell se anunciaba como una empresa dedicada a ¡°crear un servicio tan sublimemente bello, en una atm¨®sfera de armon¨ªa tan completa, como para aliviar el dolor de la despedida¡±. Aunque ni remotamente fue as¨ª en esta ocasi¨®n, a partir de entonces se convertir¨ªa en la firma de referencia del show business nacional: los funerales de Montgomery Clift, Judy Garland, John Lennon, Greta Garbo, Jackie Kennedy o Heath Ledger tambi¨¦n llevar¨ªan su firma.
El asunto se les fue de las manos. El primer d¨ªa de la capilla ardiente, entre vitrinas destrozadas y constantes altercados, la funeraria m¨¢s parec¨ªa una fortaleza sitiada por los b¨¢rbaros que un lugar de recogimiento. El segundo amaneci¨® lluvioso, lo que no impidi¨® que de nuevo la multitud se agolpara en las calles aleda?as a las instalaciones de Campbell¡¯s. Esta vez la polic¨ªa de Nueva York hab¨ªa destinado a la zona m¨¢s de un centenar de agentes, varios de ellos a caballo, para poner algo de orden. A pesar de todo, y ante la imposibilidad material de que todo el mundo accediera al mismo tiempo para rendir homenaje al difunto, se repitieron las escenas de tensi¨®n.
Quienes llegaron hasta la sala donde se hab¨ªa colocado el f¨¦retro pudieron comprobar que estaba escoltado por dos camisas negras (el cuerpo de paramilitares creado por Benito Mussolini), supuestamente enviados por el propio dictador. Esto provoc¨® protestas de organizaciones antifascistas, que exigieron ¨Csin ¨¦xito¨C su retirada. Al parecer se trataba de fascistas aut¨¦nticos, pero no era Mussolini quien los hab¨ªa enviado, sino que formaban parte del atrezzo a sueldo de la funeraria.
Los ¨¢nimos solo se calmaron temporalmente con la llegada de la actriz Jean Acker, la primera esposa del difunto, acompa?ada por su madre. La multitud se apart¨® respetuosamente para dejarle paso y el bullicio se disolvi¨® en un mar de cuchicheos. La prensa no perdi¨® la ocasi¨®n de fotografiarla, y varios reporteros se dirigieron a ella: ¡°?Mrs. Acker! ?Es cierto que Valentino y usted planeaban casarse de nuevo?¡±. Ella lo neg¨® entre sollozos: ¡°Solo hab¨ªamos retomado nuestra amistad¡±.
Cuando Acker y Valentino se conocieron, siete a?os antes, ¨¦l acababa de llegar a Los ?ngeles dejando atr¨¢s la regi¨®n italiana de la Puglia y sus a?os de buscavidas en Nueva York para probar suerte en el cine. Ella, que tambi¨¦n comenzaba su carrera cinematogr¨¢fica, pertenec¨ªa al c¨ªrculo de amantes de la conocida actriz de origen ruso Alla Nazimova. La pareja se cas¨® al cabo de un par de meses, aunque por motivos nunca aclarados Acker se encerr¨® en su habitaci¨®n en la noche de bodas, dejando a su esposo fuera, y el matrimonio no lleg¨® a consumarse. Lo que s¨ª parece cierto es que Acker estaba m¨¢s interesada su relaci¨®n sentimental con otra actriz, Grace Darmond, que en emprender una vida marital junto a un hombre. De todos modos, Valentino no escarment¨® de la experiencia, porque en 1921 se casar¨ªa en M¨¦xico con la actriz y escen¨®grafa Natacha Rambova, otra protegida de Nazimova. Acker lo demand¨® entonces por bigamia, ya que aunque estaban legalmente separados su divorcio a¨²n no era efectivo, y durante varios a?os dejaron de hablarse. Pero sus palabras a pie de f¨¦retro eran ciertas: meses antes, Valentino y ella hab¨ªan recuperado las buenas relaciones, en lo que influy¨® que para entonces ¨¦l se hubiera divorciado tambi¨¦n de Natacha Rambova.
Con la salida de Jean Acker finaliz¨® la breve tregua y el caos regres¨® a la funeraria Campbell. Los admiradores segu¨ªan agolp¨¢ndose en el exterior, se suced¨ªan las escenas de histeria, y nadie parec¨ªa tener mucho inter¨¦s por respetar el ambiente mortuorio. Los desvanecimientos de las admiradoras casi pod¨ªan contarse como los coches que pasan bajo el puente de una autopista. Hasta tres veces lleg¨® a derrumbarse una mujer particularmente afectada: despu¨¦s de reanimarla por tercera vez, los servicios m¨¦dicos la enviaron a su casa. M¨¢s tarde se desvelar¨ªa que gran parte de estas escenas tambi¨¦n formaban parte de la representaci¨®n ideada por Campbell, que hab¨ªa pagado a las mujeres por fingir los desmayos.
Ante el cariz que el asunto hab¨ªa tomado, George Ullman exigi¨® que se cerraran las puertas de la funeraria excepto para familiares y conocidos. ¡°La irreverencia mostrada por la multitud, el desorden y los disturbios me han obligado a tomar esta decisi¨®n¡±, anunci¨®. Entonces tuvo que intervenir de nuevo la polic¨ªa cortando varias calles y conteniendo a las masas enfervorecidas. Debido a la frustraci¨®n que todo esto hab¨ªa provocado en ellas, o acaso por el mal aspecto que presentaba el cad¨¢ver, se extendi¨® el rumor de que lo que all¨ª pod¨ªa verse no era el aut¨¦ntico Valentino, sino un mu?eco de cera que hac¨ªan pasar por ¨¦l. Ya estuviera hecho de cera o de carne y hueso, el cuerpo fue visitado por unas cien mil personas mientras el velatorio permaneci¨® abierto.
El 30 de agosto, el f¨¦retro fue transportado por ocho empleados de la funeraria hasta la iglesia cat¨®lica de Saint Malachy, que ser¨ªa despu¨¦s conocida como la Parroquia de los Actores (solo tres a?os m¨¢s tarde acoger¨ªa la boda entre Joan Crawford y Douglas Fairbanks, Jr.). Despu¨¦s de colocarlo ante el altar, comenz¨® la misa de funeral oficiada por el padre Edward Leonard, el mismo sacerdote que hab¨ªa recibido la ¨²ltima confesi¨®n de Valentino en su lecho de muerte. Esta vez los asistentes concurr¨ªan por estricta invitaci¨®n, con una nutrida representaci¨®n de amigos, familiares directos y, en fin, la familia expandida de Hollywood, incluidos Charles Chaplin, Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Y entonces escenific¨® su gran entrada Pola Negri.
Negri y Valentino se hab¨ªan hecho amantes tras conocerse en un baile de disfraces. Hasta la muerte de ¨¦l lo hab¨ªa compartido con otras mujeres como la tambi¨¦n actriz Mae Murray, pero eso no le impidi¨® asignarse el papel de la ¨²nica y desconsolada viuda en aquella representaci¨®n. Con raz¨®n hab¨ªa sido una respetada int¨¦rprete de teatro en su Polonia natal ¨Csu verdadero nombre era Apolonia Chalupec¨C antes de convertirse en la primera actriz europea contratada por un estudio de Hollywood. La Paramount la model¨® a su antojo para entregar al p¨²blico una altiva femme fatale, con lo que se estableci¨® otro arquetipo que una d¨¦cada despu¨¦s perfeccionar¨ªa Marlene Dietrich.
Pero en el funeral la gran seductora mut¨® en gran tr¨¢gica. Sus desmedidos sollozos retumbaron en las arcadas neog¨®ticas de la iglesia de St. Malachy, y de camino hacia el altar se desmay¨® un n¨²mero indefinido de veces, pues ninguna fan an¨®nima ten¨ªa derecho a arrebatarle esa marca: la ¨²ltima de ellas pr¨¢cticamente se derrumb¨® sobre el ata¨²d. Tambi¨¦n hab¨ªa encargado una enorme corona de flores que no dejaba dudas sobre la identidad de la comitente, pues el arreglo floral compon¨ªa las letras ¡°P O L A¡±. ¡°?l fue el amor de mi vida¡±, asegur¨®. El p¨²blico, sin embargo, no le perdonar¨ªa que meses despu¨¦s de aquel desgarrador espect¨¢culo olvidara al amor de su vida para casarse con un supuesto pr¨ªncipe georgiano que la abandonar¨ªa cuando se arruin¨® por el crack del 29.
Desde el d¨ªa mismo del fallecimiento una pregunta flotaba en el ambiente: ?Qu¨¦ hacer con el cad¨¢ver? Seg¨²n afirma Allan R. Ellenberger en su libro?The Valentino Mystique: The Death and Afterlife of the Silent Film Idol, todo el mundo parec¨ªa tener una opini¨®n al respecto. Alberto, el hermano del difunto, declar¨® en un inicio que deb¨ªa quedarse en los Estados Unidos, pero despu¨¦s rectific¨® al afirmar que ¨¦l y su hermana Maria eran partidarios de enterrarlo en Castellaneta, su pueblo natal. Jean Acker declar¨® estar de acuerdo con ellos. George Ullman estaba convencido de que el deseo de su amigo ser¨ªa yacer para siempre en Hollywood, opci¨®n que tambi¨¦n defend¨ªa Pola Negri.
Por su parte, Natacha Rambova telegrafi¨® a Ullman manifestando su intenci¨®n de hacerlo incinerar y llevar las cenizas al pante¨®n de su propia familia en el cementerio de Woodlawn, en Nueva York. La propuesta fue desechada de inmediato: entre otros motivos, estaba el detalle de que por aquel entonces la religi¨®n cat¨®lica no aceptaba la cremaci¨®n (el veto no fue levantado hasta 1963, por decisi¨®n del papa Pablo VI). En medio de este debate se moviliz¨® un grupo de 38 personalidades de Hollywood que escribieron a los hermanos de Valentino solicitando que permaneciera para siempre entre ellos, ¡°donde se formaron sus amistades y donde cre¨® su hogar¡±. Entre los firmantes figuraban Charles Chaplin, el productor Louis B. Mayer y la nueva estrella latina Ram¨®n Novarro.
Los nobles sentimientos a los que apelaba aquella misiva debieron resultar convincentes, porque la familia acept¨® que el cuerpo se quedara en Hollywood. As¨ª que, tras la ceremonia neoyorquina, los restos mortales de Valentino a¨²n realizaron un largo viaje atravesando el pa¨ªs en tren hasta Los ?ngeles. All¨ª se celebr¨® un segundo funeral, algo m¨¢s discreto que el primero, y se procedi¨® al sepelio.
Se hab¨ªa acordado la construcci¨®n de un grandioso monumento funerario para alojar lo que quedaba de Valentino, pero tenerlo listo llevar¨ªa su tiempo, as¨ª que entre tanto hubo que buscar una soluci¨®n temporal. Y esta lleg¨® de la mano de la guionista June Mathis, descubridora del ¨ªdolo en sus tiempos de actor secundario. Fue ella quien, intuyendo su potencial, hab¨ªa logrado imponerlo como protagonista de Los cuatro jinetes del apocalipsis. Mathis pose¨ªa dos nichos adyacentes en el cementerio Hollywood Forever (entonces llamado Hollywood Memorial Park), uno de los cuales estaba originalmente previsto para su marido, del que se hab¨ªa divorciado. En esa fosa providencialmente libre se ubic¨® el cuerpo mientras se resolv¨ªa el asunto del mausoleo. Quiso la casualidad que Mathis falleciera un a?o m¨¢s tarde, con lo que fue enterrada a su lado. La gran tumba de Valentino nunca lleg¨® a construirse, de manera que la estrella y la mujer que lo cre¨® descansan juntos para siempre (el siempre de los hombres, se entiende).
Durante d¨¦cadas, una misteriosa mujer vestida de luto visitaba cada a?o la tumba para depositar en ella una rosa roja. Tiempo despu¨¦s se sabr¨ªa que en realidad no se trataba de una sola, sino de varias personas que iban sucedi¨¦ndose. Una de ellas, de nombre Ditra Flame, afirm¨® haber sido la primera de todas, calificando al resto de simples imitadoras. Contaba solo catorce a?os cuando muri¨® Valentino. Seg¨²n The New York Times, sosten¨ªa que ya lo hab¨ªa visitado en su lecho de muerte del Policl¨ªnico de Nueva York para llevarle flores y desearle una r¨¢pida recuperaci¨®n.
El hijo del Ca¨ªd se estren¨® en cines de todo el pa¨ªs dos semanas despu¨¦s de la muerte de su protagonista, y super¨® con holgura la recaudaci¨®n de la primera parte. Los cr¨ªticos atribuyeron este m¨¦rito a la interpretaci¨®n de Valentino, que consideraron la mejor de su carrera. Sin embargo, mucho tuvo que ver en esto la campa?a publicitaria que hab¨ªa supuesto aquel grotesco funeral. De la vida se hab¨ªa hecho espect¨¢culo, y el espect¨¢culo hab¨ªa alimentado al espect¨¢culo, como en Hollywood siempre hab¨ªa ocurrido y nunca dejar¨ªa de ocurrir desde entonces.
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