El hombre que hubiera querido ser
Una vez, junto a un arroyo de montan?a en 1973, apareci¨® un tipo montado sobre una motocicleta King Scorpion. Nunca supe quie?n era pero al contemplarlo decidi? que queri?a convertirme algu?n di?a en alguien asi?
Ni un arrojado general de hu?sares como Lasalle, al que le quedaba la pelliza de maravilla, ni un heroico oficial de los Gui?as de Peshawar, los primeros en vestir de kaki, ni tampoco Beau Geste, un valiente le?gionnaire de la Legio?n Extranjera. No, ninguno de ellos: el hombre que yo hubiera querido ser es aquel tipo montado sobre una motocicleta King Scorpion que me encontre? una vez junto a un arroyo de montan?a en 1973. Nunca supe quie?n era pero si hubiese aparecido ante mi? sir Lancelot a lomos de un corcel de guerra no me hubiera impresionado ma?s. Al contemplarlo decidi? que queri?a convertirme algu?n di?a en alguien asi?. A los hombres nos cuesta decir que? admiramos en otro. Proyectamos la impresio?n de que creemos que ya estamos bien como somos, ?que? pasa? Aunque en nuestro fuero interno sabemos lo que nos falta para llenar la medida de lo que deseari?amos ser. Disfrazamos esa carencia inventa?ndonos modelos imposibles: los miembros de Patrulla X, Van Damme o Rummenigge. Yo en aquel tipo lo envidiaba todo. Su figura, su mirada, su manera entera de estar en el mundo. Y, claro, co?mo iba vestido.
El di?a que lo vi, habi?amos salido de excursio?n trialera un grupo de amigos y yo iba ataviado con lo que me pareci?a el sumun de la elegancia motociclista: botas de trial de hebillas, camiseta de Montesa, Shetland, Barbour y gorra escocesa con las gafas de piloto encima. Era la equipacio?n ti?pica, gama alta, completada con algo de grasa y unos cuantos viriles aran?azos de zarzas en la cara. Pero aquel individuo no llevaba nada de todo eso. Luci?a un tres cuartos oscuro y desgastado de recia lana. Unos tejanos viejos con las perneras por dentro de unas katiuskas negras de can?a alta. Y por toda concesio?n al adorno un pan?uelo de cuello rojo descolorido. Vamos, una sobriedad esencial. Y sin embargo hay que ver co?mo le quedaba todo. La King Scorpion estaba llena de barro y e?l, cubierto por una capa de polvo que en vez de ensuciarlo lo orlaba. Se quito? un guante largo como de soldado de caballeri?a y se sacudio? las mangas del chaqueto?n con golpes elegantes. A algunos se les aparece la Virgen, aquel riachuelo fue mi Fa?tima.
No habi?a nada especial en su rostro, curtido, sin afeitar, ni en sus ojos ni en su cabello, ni largo ni corto, revuelto. Ni en su parca forma de saludarnos Pero el conjunto irradiaba tal sensacio?n de aplomo, masculinidad, seguridad en si? mismo y romanticismo que casi me caigo de la moto. Me hizo sentir, en mi pinturera apariencia, como un personaje insulso, ridi?culo, fuera de lugar. Tantos an?os despue?s au?n lo sigo viendo. Toda mi existencia posterior ha sido un querer parecerme.
Al principio pense?, vana ilusio?n, que con el tiempo y la edad lo conseguiri?a. Incluso sopese? comprarme una King Scorpion, pero era demasiada moto para mi?. No montas una moto que te da miedo ya hasta el ruido que hace. Trato de consolarme pensando en do?nde estara? ahora aquel individuo. Imagino que sera? ya muy mayor y habra? perdido su encanto, el pelo y hasta la dentadura. Y, sin embargo, algo dentro me dice que ha conseguido atravesar estos an?os manteniendo intactos un atractivo, una dignidad y un estilo que yo nunca tendre?. Dios le maldiga.
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