En una crisis global, nada mejor que ser fiel a tu tendero
Es posible un mundo en el que alguien puede poner un negocio, ganarse la vida con ¨¦l y proponer un modelo de consumo distinto. Y Daniel Garc¨ªa, director de ICON, lo reivindica en su editorial de agosto
Nada m¨¢s empezar a escribir estas l¨ªneas el cuarto de contadores del edificio donde vive una buena amiga empez¨® a arder. No pas¨® nada, solo un susto, calor y mucho humo, pero es una buena met¨¢fora del estado en el que hemos llegado a este mes de agosto. Nuestras casas quieren perdernos de vista tanto como nosotros a ellas. Y hasta que podamos hacerlo, si es que podemos, buscamos subterfugios. En una escapada de mi mesa para hacer un presunto recado ¨Cventajas del teletrabajo¨C, par¨¦ en la librer¨ªa de viejo de Santa B¨¢rbara, cerca de mi casa en Madrid: un kiosco acristalado con un puesto fuera en medio de una placita. Pocas cosas me gustan m¨¢s que un libro viejo, sobre todo si es barato, y encontr¨¦ en el caj¨®n de los restos The original eye, un volumen de 1984 sobre Cecil Beaton, Peggy Guggenheim, Malcolm McLaren y algunos otros ¡°¨¢rbitros del gusto del siglo XX¡±.
Sin guardas, un poco roto, diez euros. Podr¨ªa ser el t¨ªpico libro trasto como tengo quinientos, pero di con una joya llena de observaciones ingeniosas, certeras y un poco malignas que analizan el gusto como ese extra?o poder que a la vez manifiesta el orden moral de una sociedad. Para hablar de Mussolini y Marinetti, el dictador y el artista de vanguardia que levantaron aquel castillo de naipes llamado fascismo, al autor le basta una foto del estudio del primero: ¡°Como Marinetti, Mussolini ven¨ªa de un mundo que anhelaba el recio tradicionalismo masculino que vemos en esta foto¡±.
Nuestro comercio de proximidad sabe pelar pepinos, arreglar zapatos o vender queso, o kiwis, o prensa. La introducci¨®n de mi libro nuevo comienza con una orden que le da Diaghilev a Cocteau: ¡°?Marav¨ªllame!¡±. El algoritmo de Amazon dif¨ªcilmente lo har¨¢, pero conf¨ªe en su kiosquero
Tamara de Lempicka, admirada pintora de la misma ¨¦poca, no era m¨¢s que ¡°el equivalente franc¨¦s de aquel arte seudomoderno que adopta la gente conservadora¡±. Y sobre Elsie de Wolfe, pionera de la decoraci¨®n profesional, la visibilidad l¨¦sbica y el arribismo: ¡°Una vida extraordinaria y trivial¡±. A veces, conviene recordar que la felicidad est¨¢ a una distancia de diez euros, o a la que te separa de tus tiendas de confianza. Y m¨¢s ahora que el mundo se ha hecho m¨¢s peque?o y volvemos a hacer recados.
La importancia del peque?o comercio es proporcional a su fragilidad: sus cifras ya eran malas al final del a?o pasado, por causa de la presi¨®n de las grandes cadenas y la venta online, y la crisis de la covid-19 no ha hecho nada por mejorarlas. En este n¨²mero de ICON hemos inaugurado una peque?a secci¨®n, convenientemente llamada Peque?o comercio (desc¨²brala en la p¨¢gina 56, en breve estar¨¢ disponible en esta web), donde queremos dar cabida, mes a mes, a aquellos negocios que nos recuerdan que la experiencia que ofrece una tienda es complementaria a las ventajas de las grandes superficies, y absolutamente necesaria.
Y no como cuota de est¨¦tica cuquificada sino por lo que representa: un mundo en el que alguien puede poner un negocio, ganarse la vida con ¨¦l y, ya que estamos, proponer un modelo de consumo distinto. Algo que estaba dejando de ocurrir en nuestras ciudades con sus alquileres imposibles, su econom¨ªa de escala y su uniformidad creciente. El pasado abril, Fran Lebowitz, la veterana escritora neoyorquina, se congratulaba de que el confinamiento le evitaba tener que dar abrazos, pero tem¨ªa el cierre de sus restaurantes de cabecera: ¡°Odio cocinar. ?Por qu¨¦ tengo que pelar un pepino? ?Por qu¨¦ no estoy en un restaurante? Ellos s¨ª que saben pelar pepinos¡±.
Nuestro comercio de proximidad sabe pelar pepinos, arreglar zapatos o vender queso, o kiwis, o prensa. La introducci¨®n de mi libro nuevo comienza con una orden que le da Diaghilev a Cocteau: ¡°?Marav¨ªllame!¡±. El algoritmo de Amazon dif¨ªcilmente lo har¨¢, pero conf¨ªe en su kiosquero.
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