Una noche de furia
La rabia explota en una ficci¨®n extrema y terror¨ªfica. Ira sin l¨ªmites que enciende lo peor del ser humano. Una trama apocal¨ªptica detonante de un horrible suceso entre malas noticias que se repiten sin cesar y parecen calcadas del d¨ªa anterior. ?D¨®nde nace la semilla del mal?
Abr¨ª el portal de noticias otra vez, como cada noche, a esperar las malas noticias de siempre. Hace casi dos a?os que esperamos la vacuna y cuando cae el sol los diarios, los portales, las noticias de la tele, todos, nos dicen que ya llega, que est¨¢ a punto, que hay que soportar solo un poco m¨¢s. Una vez m¨¢s esper¨¦ la noticia mentirosa y las sonrisas falsas que se adivinan detr¨¢s de las mascarillas. Pero, por primera vez, me encontr¨¦ con la honestidad. El ministro de Salud, el octavo desde que comenz¨® la pandemia, mir¨® a c¨¢mara con los ojos llenos de l¨¢grimas y un agotamiento verdadero. Sus palabras: no habr¨¢ vacuna. Ni pronto ni en mucho tiempo. Quiz¨¢ nunca. El virus muta sin cesar. Es imparable. Tendremos que aprender a convivir con ¨¦l y sus cambios. Adaptarnos. Quiz¨¢ la ciencia, en el futuro, los avances son deslumbrantes y m¨¢s y m¨¢s palabras huecas.
Baj¨¦ el sonido y cerr¨¦ los ojos. No, pens¨¦. Ya lo intu¨ªa, lo sab¨ªa, ten¨ªa la certeza. Este d¨ªa iba a llegar. Record¨¦ a mi vecino, meses atr¨¢s, en la cola del supermercado. Estoy tan enojado, dec¨ªa, que quiero salir con una escopeta. Lo entend¨ª de una manera plena, como si fuese yo la que mov¨ªa esa lengua, como si nuestros cerebros y corazones fueran un continuo de rabia frente a la peste. Esa misma tarde me compr¨¦ un rev¨®lver y fue una decisi¨®n muy oportuna, porque despu¨¦s cerraron las armer¨ªas por ser consideradas negocios no esenciales.
Me pregunto, hoy, ?hay algo m¨¢s esencial que un arma?
Durante un tiempo me enga?¨¦, porque la mentira es dulce, sobre todo cuando una decide victimizarse.? Me resign¨¦
En la habitaci¨®n, mi pareja duerme. Est¨¢ delgada y tiene los labios resecos. Nuestros hijos, como casi todos los d¨ªas y los meses de este ¨²ltimo e interminable confinamiento, pelean en su cuarto frente a alguna de sus cinco pantallas. Le aviso a ella que acaban de decir en las noticias que no habr¨¢ vacuna, que la letalidad del virus es cada vez mayor. Levanta los ojos, alguna vez risue?os y claros, ahora los ojos de una momia, una monja de clausura, y me pregunta, con su cl¨¢sico tono de reproche en la voz, la boquita fruncida, el dedo acusador: ¡°?Cu¨¢nto hace que no te das una ducha? Tu cabello apesta, puedo olerlo desde esta distancia, es pura grasa, huele rancio¡±.
La perra inmunda me acusa de suciedad. A m¨ª, que soy la ¨²nica que a¨²n trabaja en esta casa. A m¨ª, que la soporta solo porque nuestros hijos la quieren, algo incomprensible, pero en fin, el afecto es misterioso. A m¨ª, que paso horas rompi¨¦ndome la espalda frente a una pantalla dise?ando cosas in¨²tiles que el Mundo, aunque va hacia la muerte, cree que necesita. A m¨ª, que todav¨ªa me arriesgo a salir y comprar comida, porque ella alega ataques de p¨¢nico. ?Ahorcarla? No tengo suficiente fuerza, hace tanto que no me ejercito. Salgo de la habitaci¨®n. Cuando hab¨ªa Vida gan¨¦ varios premios y en ese entonces los hac¨ªan muy pesados. ?Los oscars ser¨¢n pesados? Nunca lo sabr¨¦. Parecen pesados. Me siento Bette Davis en Qu¨¦ fue de Baby Jane. Tengo la misma palidez. La misma locura, el mismo resentimiento. El premio, adem¨¢s de pesado, es tan grande que resulta absurdo y eficaz. Recuerda a una especie de lanza. Lo dejo en la repisa. No me atrevo: es m¨¢s f¨¢cil ir a buscar el rev¨®lver adquirido en el ¨²ltimo momento. En la cama, est¨¢ de espaldas, no s¨¦ si lee o mira la tele o ambas cosas, o ninguna. ?Acusarme de sucia! ?Si de su lado de la cama emana una peste de cementerio medieval, verdaderas miasmas! Hace meses que insiste con peque?as molestias. Que grito cuando hablo por tel¨¦fono. Que no me lavo las manos con la suficiente frecuencia. Que cuando vuelvo del supermercado sanitizo mal las latas. Que no dejo el calzado del lado de afuera de la puerta. Que soy demasiado dura y disciplinaria con nuestros hijos, dos idiotas grav¨ªsimos, que necesitan mucho m¨¢s que orden y disciplina, necesitan lo que Mam¨¢ va a darles en un rato. ?Si se les ha acabado el tiempo! ?Ya no hay despu¨¦s! ?O acaso quieren vivir en este mundo espantoso, con un virus que cambia de forma a cada segundo, que ya se llama covid-27 por ese motivo, y que a¨²n no los ataca con fiereza a ellos, peque?os contagiadores inmunes, pero lo har¨¢? Es cuesti¨®n de tiempo. Casi que sue?o con esos peque?os ata¨²des, con los llantos televisados, con la tragedia global al fin desatada, con el fin, por fin: el fin. La rabia me destroza el est¨®mago, da?ado por meses de comer mal, a deshoras y sin cuidado, y siento n¨¢useas. Respiro profundo y las contengo. Despu¨¦s, le disparo en la nuca. Mi mano no tiembla. Estoy muy cerca as¨ª que ella no tiene tiempo de defenderse ni de respuesta. Es posible que los vecinos hayan escuchado la detonaci¨®n, pero mis hijos no. Se la pasan con los auriculares puestos o con los juegos a un volumen brutal. Voy a por ellos, mis hijos. Son m¨¢s m¨ªos que de ella, que yace sin cara sobre almohadas ensangrentadas. Yo estuve embarazada y los par¨ª. Ella siempre fue una cobarde, como lo fue en su muerte, que, creo, acept¨® mansamente ¡ªestoy segura de que me escuch¨® entrar, estoy segura de que escuch¨® el clic del arma¡ª, pero no por suicida, sino por falta de car¨¢cter. La misma falta de car¨¢cter que le impidi¨® llevar adelante el tratamiento de inseminaci¨®n y que la hizo retroceder ante el parto, las piernas hinchadas, la diabetes gestacional, la incomodidad, el dolor, la tormenta hormonal.
Lo que ahora me amarga m¨¢s a¨²n es que no vali¨® la pena. Esos dos imb¨¦ciles no crecer¨¢n para ser ni geniales ni buenas personas ni seres humanos generosos ni cient¨ªficos capaces de detener a los virus zoon¨®ticos. Solo sirven para grabar en TikTok. Tienen la atenci¨®n de una marmota. No: una marmota debe tener m¨¢s. Estoy siendo injusta con ellos. Son fuertes, eso s¨ª, porque su otra madre se ocup¨®, durante estos ¨²ltimos meses, de entrenarlos a diario con diversas apps que yo detest¨¦ cada segundo, la voz rob¨®tica, el pitido entre ejercicios, el 1, 2, 3 mec¨¢nico, lo in¨²til de preparar el cuerpo para un ata¨²d en vida ¡ªeste departamento¡ª o para la muerte all¨¢ afuera.
Entro al cuarto. Juegan a algo. No s¨¦ a qu¨¦, pero es mejor que cuando graban sus coreograf¨ªas p¨¦simas, as¨ª que siento un poco de ternura, solo un pinchazo, un mosquito perdido que ataca sin entusiasmo mis tobillos. Nada que mi rabia no pueda superar cuando veo sus rostros iluminados por las pantallas y pienso en cada capricho, en cada decepci¨®n, en cada ingratitud, incluso en cada crueldad. Sebasti¨¢n, el mayor, es un bully, por ejemplo; en el Viejo Mundo, cuando a¨²n hab¨ªa escuela, nos llamaban todo el tiempo porque hab¨ªa insultado o golpeado a un compa?ero siempre m¨¢s d¨¦bil que ¨¦l, m¨¢s t¨ªmido que ¨¦l, mejor que ¨¦l; mi pareja se enojaba porque cre¨ªa que, en realidad, le hac¨ªan la vida imposible porque nosotras ¨¦ramos dos madres mujeres. Durante un tiempo me enga?¨¦, porque la mentira es dulce, sobre todo cuando una decide victimizarse. Tuve que resignarme, con el tiempo, a la crueldad de Sebasti¨¢n, a su sonrisa cuando asist¨ªa al escarnio de lo fr¨¢gil. Cruel y est¨²pido. Una mezcla poderosa. Toqu¨¦ el rev¨®lver comprado aquel d¨ªa antes del cierre de las armer¨ªas y lo not¨¦ fr¨ªo. Tem¨ª, porque no hab¨ªa podido practicar, ser incapaz de sostenerlo o que el disparo, en vez de dar en la cabeza de mi hijo mayor, acabara en la pared. Sucedi¨® lo incre¨ªble: le acert¨¦ en el primer intento. El otro hijo, el m¨¢s peque?o y menos interesante, Ignacio, dijo ¡°?mami?¡± como si no me reconociera y recibi¨® un disparo menos preciso, el pulso tembloroso, no es tan f¨¢cil, uno recuerda alguna sonrisa, el olor que ten¨ªan cuando eran beb¨¦s, el miedo alguna noche de fiebre e incertidumbre, el descubrimiento de la lluvia, verlos correr en una plaza de verano bajo el sol. Le dio en el ment¨®n. Tuve que rematarlo en el suelo, entre gritos, y otro disparo destroz¨® una pantalla, no s¨¦ de qu¨¦ dispositivo, hay tantos en este cuarto.
Entr¨¦ al ba?o y abr¨ª la ducha. Ahora s¨ª estaba sucia, con sangre y restos de hueso en la cara y el cuerpo. El agua sal¨ªa muy caliente, lo supe por el vapor, pero sub¨ª y sub¨ª la temperatura porque quiero quemarme la piel. Tengo m¨¢s balas, tengo planes. Voy a salir a las calles desiertas: s¨¦ c¨®mo evadir los controles policiales que, adem¨¢s, cada vez son m¨¢s laxos porque los agentes de seguridad tambi¨¦n saben que, si no hay futuro, ?para qu¨¦ controlar? ?Administrar a los moribundos? Qu¨¦ tonter¨ªa, qu¨¦ desperdicio. La noche cae sobre la ciudad y me imagino como un animal hambriento y lastimado que va en busca de su atacante sin saber qui¨¦n es. Y sin que esa identidad le importe.
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